El Teatro Central de Sevilla acoge en su escenario, The Montain, The Truth and The Paradise de Pep Ramis/Mal Pelo. Un solo de madurez, donde este intérprete ha compuesto magistralmente una pieza en la que abordó lo que quiso, valiéndose de su prestigio como bailarín de una de las compañías más influyentes de la danza contemporánea de España. Consiguiendo que todo el público se pusiera en pie, en medio de una emotiva ovación.
Antes que nada, les voy a reconocer que necesitaría ver una o dos veces más The Montain, The Truth and The Paradise de Pep Ramis/Mal Pelo, para descifrar por completo el alcance de los contenidos que se nos planteó a los espectadores. He allí que me centraré una de las otras cosas que se nos desplegó a los espectadores en escena, es decir: una clase de retórica desde el formato de una pieza de danza contemporánea. Ahora bien, Platón en uno de sus diálogos, el Gorgias, lo definía como: el poder de persuadir hablando “contra todos y sobre todo argumento y de tal manera de lograr, respecto a la mayor parte de las personas, ser el más persuasivo de todos y con respecto a todo lo que se quiere”. Más adelante añadiría, que la retórica está más cercana al arte culinario que a la medicina, que está más dirigida a satisfacer el gusto que a satisfacer a la persona.
En contraposición, Aristóteles en un texto llamado La Retórica define a esta disciplina cómo: “la facultad de considerar en cada caso los medios disponibles de persuasión”. Por tanto, éste no la concibe necesariamente como una herramienta para competir en una disputa dialéctica; sino más bien, como un arte en la que conviene instruirse a la hora de transmitir un discurso ante un auditorio (las citas a las que he acudido, provienen del diccionario de de filosofía de Nicola Abbagnano, de Fondo de Cultura Económica, en su edición de 1961). Tómese en cuenta que en la Antigua Grecia, las discusiones se ejercían fundamentalmente de forma oral, e inclusive ante un público que no intervenía (dicho sea de paso, es algo que se escenifica en los diálogos de Platón). Así es como el que llegó a ser maestro de Alejandro Magno, configuró las bases de la retórica, que en los tiempos que corren, se usan más en las ciencias de la comunicación que en otros ámbitos.
Dicho lo anterior, corresponde introducir cuatro conceptos básicos ubicados en La Retórica de Aristóteles, esto es: Cuando hablamos sobre el Ethos nos referimos al grado de autoridad que tiene un poniente, sea a través de la reputación dada la trayectoria que tenga el mismo, o incluso, si tiene lecturas suficientes (por acogerme a un ejemplo) como para citar de forma justificada, a autores como a Aristóteles o Platón en un texto determinado. El Pathos remite a cómo el poniente es capaz de producir emoción a su auditorio. Mostrando pasión sobre lo que cuenta, e integrándola de forma sincronizada a los contenidos de su discurso; de tal manera que éste deja en claro que está hablando de un tema importante que hay que resolver. En cambio el uso de un Logos determinado, nos exige formular argumentos lo más objetivos posibles sobre lo que se esté hablando, así valerse de datos relevantes procedentes de varias fuentes (emitiéndolos con o sin ethos), como también reproducir demostraciones que visualicen el alcance que tienen los argumentos escogidos. Finalmente me referiré al Kairós , que es la habilidad de seleccionar el uso de ciertas palabras en el momento más oportuno, o dicho de otra forma: tener el olfato de abordar un tema adecuado al tiempo el cual estamos enmarcados, ello nos da muestras de que se tuvo una organización estratégica, en el cómo se elaboró el discurso que se va emitir.
Volviendo a la pieza Montain, The Truth and The Paradise, sería un atrevimiento de mi parte afirmar que Pep Ramis aplicó herramientas de la retórica aristotélica para la composición de la misma; no obstante, no paraba de pensar en estos conceptos mientras la veía. En primer lugar, inició su representación con una variación que encajaba perfectamente, con la idea que nos tiene acostumbrados los que conocemos algo a la compañía catalana Mal Pelo (sutil, elegante, de movimientos precisos y limpios…, en fin, una exquisitez), lo cual a mí me remitió al ethos, siendo que nos demostraba a los espectadores que en escena está una autoridad de la danza contemporánea. Concediéndonos la certeza de que lo que vendría a continuación, iba a ser igual o mejor.
Sin embargo, este intérprete no pararía de sorprendernos durante toda la pieza: todo lo que hizo era absolutamente impredecible. Y no es de extrañar, su puesta de escena era tan diáfana que parecía que bailaba en una plataforma suspendida en la nada: esta pieza es el colmo, de la abstracción que se hace en una representación de artes escénicas. Por tanto, todo lo que irrumpía en escena, era como “caído del cielo” (o del “arriba”, según se mire), así Pep Ramis introducía exactamente lo que quería y en el tiempo que quería, para mantener nuestra atención justo en el sitio que él preveía. Con ello jugaba de una forma súper minuciosa con nosotros los espectadores (Kairós), emplazando diversos enlaces que articulaban unos bloques con otros en su dramaturgia.
Ya que al fin al cabo, nos expuso una serie de reflexiones escenificadas sea en forma de alegorías o bien emitiendo palabras, sobre cosas que llevará constituyendo dentro de sí, a lo largo de su dilatada carrera como bailarín. Cosas como si la idea de paraíso y verdad, son alcanzables o quizás son metáforas útiles para comprender la realidad inmanente en la que nos desenvolvemos cada día. O qué decir, sobre que es posible que ni siquiera dichas metáforas nos son lo suficientemente adecuadas, para saber estar en el presente, en el mundo …, llevándonos a la tesitura, de que si las descartamos de nuestro imaginario, la realidad tal y como se nos presenta, sería percibida de otra manera. Abriéndosenos a otro marco epistemológico que ha estado accesible desde que somos seres humanos.
Lo anterior supo introducírnoslo, apelando a la emoción que nos suponía seguir las aventuras de aquél personaje que usaba un sombrero, el cual recordaba a las personas que habitan los paisajes rurales de algún remoto país del sudeste asiático. Personaje que él nos confirmó que inventó, así como esa historia que se nos proyectó en el fondo del escenario, siendo dibujada por él mismo (pathos): fue muy tierno y complejo a la vez, dado que aunque era un historia que estaba envuelta de un halo de alegoría críptica de una de las filosofías del extremo oriente, el caso es que no nos resolvía nada, más bien nos abría temas que quizás muchos de nosotros los espectadores los habíamos dejado pospuestos, o igual apenas les habíamos prestado atención. Lo anterior me invitó a pensar que Pep Ramis estaba compartiendo sus preguntas con el público, exponiéndose como una persona vulnerable, por más que se presuponga sabiduría de alguien que ha alcanzado su edad. De lo que no me quedó ninguna duda, es que ello es un síntoma de madurez y honestidad con sus espectadores, lo cual es fundamental cuando se comparten este tipo de cosas en escena.
Pep Ramis nos representó una pieza que conectaba con aquello que dio lugar a que la filosofía de la Antigua Grecia, la consideremos como uno de los pilares que han sustentado nuestra cultura occidental. Pues desde su fundación con los filósofos presocráticos y los escritos de Homero, no sólo nos estamos preguntando sobre el origen de todas las cosas (arjé) que nos rodean; sino que además, de cuál ha de ser nuestro papel en tanto seres humanos que vivimos dentro de un cosmos (orden armonioso). De cualquier manera, les recuerdo que más que solucionarnos cosas nos introdujo preguntas, y ello es perfectamente compatible con el logos del contenido en Montain, The Truth and The Paradise, dado que nos mostró en vez de demostrarnos con un discurso oral sesudo, que dentro de la condición humana está la vulnerabilidad, el vagar por el mundo hasta encontrar algo a que ocupar nuestro tiempo, entre otras tantas cosas…, que dan sentido a vivir, aunque no se entienda el porqué y el para qué estamos incluidos en este cosmos.