Pink Unicorns de La Macana se desarrolla en un ambiente de amor y risas, generando una historia de padre e hijo a través del movimiento espontáneo, divertidas acrobacias y arriesgados portes.
La historia se divide en actos, teniendo un prólogo y un epílogo como final. Empieza siendo un duelo de pregunta-respuesta donde el hijo, -Paulo- intenta convencer a su padre, –Maca- de desistir en sus estudios, a lo que el padre, obviamente, se niega. En ese momento empieza un juego entre ambos en el que el lenguaje no es solo oral, sino físico, donde cada uno muestra su calidad de movimiento, realizando gestos puros y, a simple vista, desprovisto de codificación coreográfica.
El diálogo entre Maca y Paulo se hace ameno y divertido, con múltiples guiños a la actualidad juvenil y adolescente. Con ellos, viajamos durante cincuenta y cinco minutos por diferentes episodios familiares como la alegría, la comprensión, el miedo o el enfado. Entre estos estados padre e hijo llegan a un acuerdo tácito acercando sus posturas poco a poco.
Por otro lado, la elección musical te mantiene alerta y te sitúa en el estado en el que los protagonistas te quieren, aunque también otorga momentos de descanso y de interacción con el público a través de simples variaciones coreográficas.
Dentro del ámbito coreográfico, el movimiento varía desde el más simple hasta trabajos de contacto donde se pone de manifiesto la fuerza, el control y la agilidad de los bailarines en escena, entre los que se aprecia la juventud y naturalidad del movimiento de Paulo y la madurez y experiencia de Maca. El momento más entrañable que podemos admirar en la pieza se encuentra cuando padre e hijo bailan juntos una variación coreográfica más infantil donde el hijo muestra su desinhibición, propia del adolescente, pero sin dejar de ser danza, trabajada y técnica, al fin y al cabo.
Con una fuerte técnica de contacto, La Macana presenta un espectáculo diferente, incluyendo su voz, materiales inesperados, una amplia variedad musical y mucha naturalidad a la hora de contar su historia.
El reto que propone Samir Akika como coreógrafo no es el habitual, desde luego, no es lo que uno se espera encontrar en un teatro pero sorprende gratamente. Un escenario lleno de inflables gigantes es lo primero que nos encontramos al sentarnos, junto con dos fuertes bailarines vestidos con llamativas camisas y entre ellos una notable diferencia de edad.
Es un espectáculo en el que no puedes parar de reír y asentir con la cabeza ante sus divertidas ocurrencias.