Por Diego E. Barros
Lleva el país una semana convertido en un gran concurso de Miss Universo. Cada vez que un joven echa un pie a la calle es asaltado por un avezado periodista que micrófono mediante pregunta: «¿Qué sabes de Suárez?» Llevados por la emoción del momento, que es una costumbre muy española, nos encontramos respuestas de todo tipo. Desde el metafórico «habla, pueblo, habla» granadino hasta los cinco minutos que dejaron hablar en una radio nacional a tres chavales, creo, el mismo día del entierro del difunto. En cinco minutos dijeron cosas más sensatas que el noventa por ciento de los tertulianos profesionales los últimos ocho días. Pero quizás no le dieron más de cinco minutos, no conviene abusar y estropear un estereotipo juvenil que hoy tiene, según la prensa oficial, dos versiones: el analfabeto indiferente y el antisistema derribagobiernos.
Es usted quien debe elegir con qué versión quedarse. La elección eterna, rojo o azul, izquierda o derecha, Madrid o Barcelona. En estas tierras para el águila, que decía Machado de España, un trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Caín, cada vez queda menos espacio para el gris. El resultado es que ya han ganado. Todos y cada uno de los medios oficiales quieren que ustedes se fijen en el dedo. Poco importa que organismos tan poco sospechosos de tener un «odio visceral al capitalismo» como la OCDE muestren la luna por la que claman desde que comenzó esta estafa millones de personas en las calles. El problema son los peligrosos antisistema, de los que rápidamente el Telediario que pagamos todos dio un cumplido retrato robot. En serio.
El peligro que nos azota lleva «trencas con capucha, palestinas y ropa oscura», según un portavoz policial. Yo mismo tengo una trenca con capucha y creo que por algún lado aún debe de andar una palestina. En cuanto a mi capitalismo, pues tengo días. Ya es triste que mi madre se haya tenido que enterar por el Telediario de que su hijo es un antisistema. Para rematarla, el director general de la Policía se convirtió en portavoz del venezolano Nicolás Maduro. Como en Venezuela, la peligrosa horda de niños vestidos con trencas con capucha quiere desestabilizar el sistema. Ahí tienen, en un eje Madrid-Caracas, la ansiada cuadratura del círculo. Viene el lobo, corran a esconderse, aunque el lobo lleve tiempo entre nosotros vestido de traje y corbata. Desde aquí se lo digo, señor Cosidó si quiere ver trencas con capucha desestabilizadoras, pásese una tarde por los alrededores de la madrileña calle Fuencarral.
Pero resulta que soy gallego. Toda la vida siendo «riquiños» en una versión edulcorada de «mira estos tontos de la esquina», y justo ahora los gallegos hemos montado la resistencia. No deja de ser curioso que lo que no hemos conseguido hacer en décadas en las calles de Santiago lo hagamos ahora en Madrid. Terrorismo de exportación masiva es el nuevo hay un gallego en la luna. El fenómeno de «Resistencia Galega» va camino de convertirse, como el del huevo y la gallina en dilema universal. O en un club salido de una novela de Chuck Palahniuk donde la primera regla es no hablar del club e incluso negar su existencia. No sabemos qué fue antes, si la resistencia o el informe policial picado directamente por un periodista de Madrid. Como en tantas otras cosas, qué sabremos de nada los que fuimos periodistas de provincias que además pasamos buena parte de nuestra adolescencia en algunas de esas herriko tabernas que sirven Galicola para financiar la causa.
Algo hemos mejorado. A los gallegos antes nos paraban en la A-6 en busca de drogas, ahora por ser sospechosos miembros de la resistencia. Hay algo de verdad en ello. No hay mayor muestra de la resistencia de un gallego que beber vino país en un Furancho. Y vivir para contarlo.
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