Por Diego E. Barros
Desbordado como está en parcelas más mundanas, el Gobierno se ha propuesto ponerle puertas al campo. Hay quien dice que las redes sociales son el mundo. Lo dice, supongo, quien nunca ha salido a darse una vuelta por ahí fuera. Desconozco cifras pero estoy convencido de que si usted se apoya en la barra del bar de siempre y pregunta por el pollo igual es afortunado si le confirman que es uno de los platos del menú del día. En su necesidad acuciante, los medios tradicionales se han inventado Twitter y el Ejecutivo no para de coleccionar las cortinas de humo que se le ofrecen. Se trata de una operación semejante a la de aquel cuya única señal de inteligencia la desprende el móvil que carga en el bolsillo. La cuadratura del círculo fue una frase: “El odio envenena las redes sociales”. Verás cuando el compositor del enunciado se pase por la barra del mismo bar tras apearse de un taxi saleroso. Y así desde que el mundo es mundo.
Una militante despechada le mete tres tiros a un cargo público y el asunto da ya para una miniserie en tres capítulos. Se trata de un crimen pasional que hay que transformar en político porque a base de ignorarnos, el presidente Rajoy ha convertido esto en un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento, que diría Bolaño. En el lugar del crimen ha aparecido una pintada: “aquí murió un bicho”. Todo el gracejo popular cincelado con pintura negra. El primer análisis sorprende por la ausencia de faltas de ortografía, algo que vuelve a desmentir el mito del informe Pisa. El segundo daría para que Umberto Eco escribiera un nuevo Apocalípticos e integrados poniendo nuevamente patas arriba los estudios sobre la cultura de masas. Debe darse prisa el sabio italiano antes de que el ministro Fernández Díaz la tome con los sprays. Y los puentes. Nunca se sabe dónde habita la semilla del odio y un soldado del señor debe mantenerse siempre alerta. Aunque sea para convertir al tonto en mártir que parece ser la misión divina del ministro.
Tan implacable está siendo el titular de Interior que lo único que salvó a su ex compañero de gabinete ayer fue que lo que dijo, lo dijo en la tele y no en las redes. Utilizó estas últimas para arreglarlo y acabó citando a todas las señoras del partido en una retahíla que se resumió en fíjense si yo aprecio y quiero a las mujeres que hasta las hay que han hecho carrera en el partido. Habló de superioridad intelectual masculina quien se pasó hora y media de debate leyendo las cartulinas que para el caso le habían preparado sus becarios. Como nos temíamos, en Bruselas no van a llegar los canapés cuando desembarque allí el ex ministro. Cañete es un hombre entregado a la nostalgia. La de aquellos camareros maravillosos que teníamos, “que le pedíamos un cortado, un nosequé, mi tostada con crema, la mía con manteca colorada, cerdo, y a mí uno de boquerones en vinagre y venían y te lo traían rápidamente y con una enorme eficacia”. Y ahí pueden poner mujeres. Para el caso es lo mismo.
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