El Teatro Central de Sevilla presenta Principiantes (De qué hablamos cuando hablamos del amor), una de esas obras que uno ha de darle un voto de confianza a la hora de decidirse a comprar la entrada, y que luego, sobrepasa las expectativas de cualquiera.
Por más que el texto de esta obra provenga de enlazar varios cuentos cortos del escritor estadounidense, Raymond Carver, el caso es que el principal nexo que los une, es hablar sobre el amor. Sí el amor, un tema más que manoseado en nuestra cultura occidental, un tema que hasta ha perdido los parámetros en los que en un inicio se desenvolvía, conduciéndonos a confundir muchas manifestaciones humanas, con todo lo contrario de lo que comúnmente se podría entender como amor. A dónde quiero llegar, es que las fronteras se han diluido, siendo complicado seguir calificando un comportamiento determinado, sin que éste puede eximirse de sospecha de ser autoritario, patriarcal, sumiso, o demás cosas por el estilo; que hacen que estar en esta época sea complejo de habitar, aunque sumamente estimulante para el pensamiento.
De las pocas cosas que podemos tener certeza sobre el amor, es que es algo que nos descarrila del camino que nos hemos demarcado a nosotros mismos. Es algo que nos pone en evidencia, mostrando síntomas de fragilidad e inseguridad, ante algo que se supone que tras haber superado ciertas etapas de la vida, al final, las mismas no habían sido integradas del todo. Nosotros los seres humanos no evolucionamos de forma lineal, los hechos pueden ser tozudos en desmentirnos una y otra vez de ello, por más que uno en la edad adulta se esfuerce en no dejar rastro. Y justo en los temas del amor, es donde es más difícil disimular estas cosas.
Nos podemos convertir en extraordinarios profesionales en los oficios en los que nos hemos encomendado, aprender de una vez por todas organizar las cosas cotidianas, e incluso, tratar de despistar a nuestros hijos de que al ser adultos, uno ya es poco menos que una “súper persona”. No obstante, si uno está “adentro”, todo lo que contengamos corre alto riesgo de salir a la luz, lo cual advierte que en el fondo, ello no ha sido reconducido a una dirección que contribuya a que nos convirtamos en seres afirmativos, en vez de seres que hacen lo que pueden en el sentido más amplio de la expresión.
Con lo anterior, no quiero hacerles entender que, concretamente, considere que este texto fruto de una adaptación de Juan Cavestany, sea un cosa fuera de serie, o algo que te marque una antes y un después en la vida. Sino más bien que el punto está, en que al ser una obra tan costumbrista en su estética, resulta inevitable ponerse uno mismo en cuestión entorno a lo que se está abordando en escena. Y en esa línea, es donde uno se puede sentirse reflejado en alguna que otra emisión de varios los personajes que fueron puestos en juego, o que quizás, hasta nos hemos llegado a sentirnos interpelados, de tal forma que esa cosa que habíamos dejado entre paréntesis irrumpe en nosotros sin que apenas nos demos cuenta.
Por tanto, esta obra es interesante porque pone a los espectadores que se tomen en serio ir al teatro, en unos cuantos aprietos. Y tengo la convicción de que esta experiencia se hace tan intensa, porque esto se representa sobre un escenario. O dicho de otra manera: al ver que hay seres humanos relacionarse unos con los otros en nuestro propio idioma, lo hace más real, dado que vemos a personas que podríamos ser nosotros (ayer, hoy o en unos años: me da lo mismo), haciendo, insisto, lo que se puede. No por ello trato de justificar cosas que estuvieron fuera de tono, o que son moralmente inaceptables en nuestro imaginario colectivo; la cuestión se apoya en que no se ha de confundir, lo admisible con lo posible. Y creo que esto es lo que me inclina a entender a esta obra como un trabajo profundamente pedagógico sin pretenderlo.
El amor es de las pocas cosas inapelables en el ser humano que nos trascienden en nuestras búsquedas personales, y en nuestras luchas por obtener la preservación de nuestras necesidades biológicas. Sentirse como parte de un “nosotros”, estar con unos y los otros como si se estuviese en un “hogar”, etc.. son cosas de las que no podemos renunciar dado que sería atentar contra nuestra condición humana: animo a que cada uno en su vida, luche por descifrar cuál es la fórmula y el camino a apostar, para llegar a expresar esa necesidad de dar y recibir afecto, porque les estoy hablando de algo que pone en juego la dignidad de una persona. He allí que esto sea un tema de primer orden, y no aquello que uno ha de sentirse deudor de una serie de convenciones, que complican la comunicación y la trasmisión de amor al otro, o peor, genera relaciones vacías de contenido que nos hacen mucho daño a la larga.
En lo que respecta a cómo fue la puesta en escena de Principiantes (De qué hablamos cuando hablamos del amor), cabe destacar: la iluminación fue de las cosas más cuidadas que se hicieron, ya que era todo un reto dar la sensación al público del paso del tiempo, en un montaje que estaba todo concentrado (en su inmensa mayoría), en una sola escena. Así pues, los juegos de luces en consonancia con los estados emocionales colectivos o individuales de los personajes, ayudaron a recordarnos que estábamos viendo ficción, pero lo que se estaba tratando era tan real, que menos mal que lo presenciamos sentados en una butaca de un teatro, para verificar que nosotros no teníamos nada que ver con ello personalmente.
Sin olvidar, que la iluminación puesta en sintonía con el atrezzo, nos ofrecía volúmenes en las distancias entre los personajes, e incluso, contribuía a cambiar la graduación de tensión de lo que acontecía entre los mismos. Si es que además, contando con cuatro actores extraordinarios, se compensaba lo densa que era esta apuesta, que desde luego, no se podría hacer de otra manera para transmitir el mensaje que llevaba dentro de sí. Me ha sorprendido, como estos intérpretes sostuvieron toda esta pieza con su presencia e interpretando un texto, que era muy difícil de calibrar la intensidad adecuada en cada una de sus frases: hay que ser valiente y tener convicción en este proyecto, para haberlo sacado adelante como lo ha hecho todo el equipo que ha participado en materializarlo, equipo que fue dirigido, magistralmente, por Andrés Lima.
¡Qué mágico es ver algo en un teatro! porque las artes escénicas son capaces de aunar en un mismo espacio representaciones fieles a la realidad, con las otras totalmente metafóricas. Por ello me reafirmo que las artes escénicas son insustituibles, aunque se siga avanzando, vertiginosamente, en recursos técnicos en el cine, o cualquier otro formato audiovisual del que nos podamos valer para representar una historia humana, que habla de los seres humanos: No paro de asombrarme de la versatilidad que tienen estas artes, y ello me da esperanza.
Tan sólo me queda celebrar que sigan conviviendo en los tiempos que corren, este tipo de trabajos tan austeros y a la vez tan esquicitos, con los más experimentales y rompedores. Ello da muestras que el proceso de maduración de las artes escénicas en sus diversos registros, sigue vigoroso, y con mucho más aún que contarnos.