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Por Diego E. Barros

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Suelo estar a favor de toda cuanta manifestación y huelga se plantee. Bueno, para qué vamos a engañarnos, de casi todas. Ustedes ya me entienden. Sin embargo he de decir que lo organizado en torno a la iniciativa Rodea el Congreso me parece por encima de todo una gran cagada. No lo digo por las hostias en todas direcciones. No lo digo porque no esté de acuerdo (con matices) con el fondo. Lo digo porque rodear el Congreso de los Diputados con la intención (y esto es el gran misterio del 25-S, nadie sabe su intención clara), supuestamente, de «tomar el Hemiciclo y abrir un nuevo proceso constituyente» además de una de esas «quimeras» de las que habla el monarca (esta sí de verdad), es una ilegalidad manifiesta recogida en todos y cada uno de los textos legislativos que dibujan los marcos de este maltrecho Estado. Ojo, específicamente este punto y no la protesta en sí por cuanto que estaba autorizada y contaba con todos los permisos en regla.

Aparte: es de una inocencia, hipocresía e irresponsabilidad supina.

Desde hace unos años se han puesto de moda una serie de frases que todos coreamos sin saber muy bien porqué y que, de tanto repetir, casi han devenido en leyes naturales. Frases curiosas por su obsceno parecido a algunas coreadas por los que se enfundaron camisas pardas en la Europa de entreguerras. Seamos claros.

Es de una infantilidad manifiesta decir que los diputados no nos representan.  Por más que en ocasiones (la mayoría) nos avergüencen sus declaraciones y sus actos; por más que discrepemos de las iniciativas emanadas de la Cámara de Representantes, los señores que las toman nos representan. Por la sencilla razón de que han sido elegidos por todos ―y digo TODOS― nosotros. También por los que no han votado, o los que han dejado su sobre en blanco ya que a nadie debe de escapársele que quien calla, otorga. En todos y cada uno de los sentidos. Puede que seamos ciudadanos kleenex, como señalaba hace unas semanas un popular programa de televisión, y que nuestros representantes solo se preocupen de sus representados cada cuatro años. El problema es que hay muchos que ni siquiera llegan a la categoría mencionada.

Es una estupidez decir que todos los políticos son iguales. Es tan falso esto como cierto que unos son más iguales que otros. Que existen políticos corruptos y que en la política hay corrupción es algo tan normal como que cuando el cielo amenaza tormenta, las nubes suelen descargar agua. Eso no invalida el hecho de que no todas las nubes sean portadoras de chaparrón.

Ya que los políticos nos representan y han sido elegidos por acción u omisión por nosotros, además de nuestros representantes democráticos son un fiel reflejo de sus representados. Si hay políticos corruptos, si hay listas que llevan los nombres de personas sospechosas de conductas ilegales en su ejercicio político y son avaladas, una y otra vez, por sus votantes, estos señores son el fiel reflejo de los anteriores. Es decir: si nuestros políticos son corruptos, la sociedad, o una parte de ella también lo es por avalar sus prácticas elección tras elección. Ejemplos sobran. El más llamativo, Valencia y sus años de mayorías absolutas, la última absolutísima y con un presidente-candidato con un pie en el banquillo de los acusados. Pero hay muchos más a la vuelta de su esquina.

Combatir esto es bien sencillo: hay elecciones bien prontito. Están convocadas hasta la fecha en Galicia, Euskadi y Cataluña. Demuestren con sus votos que no quieren a «los de siempre» que dicen que no les representan. Que «los de siempre» sigan ahí es también su responsabilidad. Antes, siempre, los han votado. Hay nuevas formaciones, hay nuevos partidos e iniciativas ciudadanas. Hay donde elegir. Y si no, den el paso los que de verdad quieran el cacareado cambio necesario. Pero claro, para eso habría que comenzar en algunos sitios tratando de que los árboles de la «libertad» no nos impidan ver el bosque de los recortes. Y no jodamos.

Nadie puede reinventar la fórmula de la gaseosa. El sistema es el que es y no se puede dinamitar. Por la sencilla razón de que más allá no hay nada. Las revoluciones, como las bicicletas, son para el verano. Y cuando se va el sol ya nadie sabe muy bien qué hacer con ellas. La historia está jalonada de grandes revueltas. La última de occidente fue el sobrevalorado mayo francés y quienes entonces levantaron los adoquines son los que hoy los lanzan contra nosotros. Otra cosa muy distinta es reconducir el sistema. Y eso, señores, debe hacerse desde dentro y practicando la democracia cada vez que es convocada. Y ejercer la democracia con la que todos nos llenamos la boca conlleva una gran responsabilidad de la que muchos llevan años abdicando.

Sería de ingenuos decir que no hay ningún problema. Tras los incidentes de Madrid y dejando a un lado los ladridos a los que nos tienen acostumbrados especímenes como la Delegada del Gobierno en Madrid, el ministro del Interior o el responsable nacional del sindicato mayoritario de la Policía SUP, alabando la imposición de la marca España a base de hostias, la frase más preocupante de ayer se escuchó en el informativo de la televisión que pagamos todos.

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En un momento dado, la periodista dijo:  «…el pleno se ha desarrollado con absoluta normalidad». Ese es quizás el problema de nuestros representantes para con sus representados. La infranqueable barrera que nos separa y que cada día se hace más grande. Más incluso que las informaciones que hablan de los 19.285 euros destinados a los viajes de cada una de sus señorías. De los 7.000 euros apartados para pagar las multas de los coches en los que se desplazan sus señorías; de los 100.000 para comprar y reparar iPads cuando en los colegios no hay ordenadores o de las dietas de manutención y vivienda aunque se tenga casa propia a un centenar de metro de la Carrera de San Jerónimo. Y así un largo etcétera. No nos engañemos, esto no es nuevo. Ocurre que ahora hemos dejado de mirar para otro lado.

Poner coto a esto también es nuestra responsabilidad. Y el primer paso es meter la papeleta en una urna para decirle a «los de siempre» que ha llegado el momento de que dejen de serlo.

Lo demás sigue siendo errar el tiro, algo muy común en este Estado que se desmorona a marchas forzadas. Un ejemplo: rasgarse las vestiduras porque el Gobierno subvencione colegios segregados cuando el verdadero problema es que el Gobierno pague colegios semiprivados a costa de recortar en los públicos.

Pero claro, ¿cuántos de los papas que hoy repiten «el problema son los políticos» y «los políticos son corruptos» en sus charlas de bar estarían dispuestos a aceptar la retirada de la subvención estatal que hace que su hijo vaya un cole privado (lo llaman concertado) a mitad de precio?

Hipócritas. Todos.

@diegoebarros

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