Los próximos 3 y 4 de marzo se representará en el Teatro Central de Sevilla, Pundonor, bajo la dirección de Andrea Garrote y Rafael Spregelburd. Pieza que dicho sea de paso, gracias a la también interpretación de esta profesional argentina, ha recibido numerosos reconocimientos a “Mejor espectáculo unipersonal de la década”, actriz y dirección.
Es curioso cómo desde pequeños conservamos esa imagen de que nuestros docentes de escuela, instituto o incluso universidad, son personas que están para impartirnos los contenidos previstos en una programación del tipo académica. Así, el encontrárnoslos en un ámbito fuera del centro de formación en juego, nos desorienta. No sé si es que hay una dinámica de roles muy asentada o qué hay detrás de todo esto, el caso es que de un modo u otro ello incide al tema de la intersubjetividad.
Claro podemos “pasar de largo”, y centrar nuestra atención a que esa persona es quien, por razones contingentes, nos imparte alguna asignatura y nada más. Pero hacer filosofía de cualquier cosa, nos proporciona un vasto campo en el que todo es susceptible de problematizar y de sacarle partido. De tal modo, que lo que hasta ahora ha estado allí es percibible con mayor profundidad, y en consecuencia, como una “novedad”. Justo en esta línea se nos plantea Pundonor, pieza que promete ofrecernos un espacio para humanizar y además de desmitificar a los docentes con los que hemos coincidido en vida. He allí, que les doy paso a su sinopsis:
Andrea Garrote y Rafael Spregelburd dirigen juntos Pundonor, un monólogo escrito por Garrote, quien además interpreta a Claudia Pérez Espinosa, una profesora universitaria, Doctora en Sociología, que vuelve al aula después de tomarse unos meses de excedencia. Pero la clase que debe dar, una introducción a la obra de Michel Foucault se interrumpe constantemente debido a su frágil situación. Necesita dar explicaciones sobre su comportamiento, aparentemente necesita redimirse. En su desesperación, Claudia, se vuelve imprevisible, vulnerable. Se usa de ejemplo para la teoría.
Andrea Garrote convierte a los espectadores en sus alumnos, animándolos a que abandonen la materia, que se dediquen a otra cosa. Y así su discurso se transforma, nos revela episodios recientes que le han ocurrido, que la han marginado, y que vendrían a corroborar las teorías del filósofo revolucionario. A ella la han acallado, porque se rebeló contra la universidad.
Garrote ofrece un monólogo de una hora y diez minutos que pasa volando. No lo pone fácil de partida, pretende darnos una charla sobre el pensamiento de uno de los gurús filósofos del 68, Michel Foucault, quien actualizó la crítica al orden burgués. Pero no teman, no es una sesuda pieza teatral de teatro discursivo, tampoco un panfleto marxista ni una críptica performance experimental. Es un texto ejemplar por ingenioso y divertido, donde las ideas fundamentales de Foucault sirven de banderín de enganche para el desarrollo de la historia personal que Garrote nos va a confiar. Esto afirmaba Liz Perales en su crítica en El Cultural (El Mundo).