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José Luis. Luis Bermejo. Joze Luí. No algún personaje de otra generación, consciente de serlo, sino todos juntos. José Luis. Su César. Y también un profesor.

 

La boca se me mueve y en el chiste del camello nos vemos todos, rumiando, comprobando la boca en su totalidad, gustando de moverla por partes. Es un ejercicio propuesto colateralmente, pues este personaje se gusta de su extravagancia polisémica a modo de un logopeda que sabe que las palabras activan el re-conocimiento de sus sentidos y lo provoca, a lo bruto. Qué sano.

 

Arrrrgggggghhh… Li-bé-lu-la… Laaaa-mer… Todo se lame – dice el personaje.
Probadlo en casa – dice Luis Bermejo.

 

Risas pícaras entre ocurrencias. Interpela al público, lo sonroja, anima y espabila ¿Quién? ¿El personaje o el actor? Ahí hay una mímesis. Se diría que la voz de Luis Bermejo es la grave, la seductora, mientras que la del personaje se esfuerza y, más que seducir, despierta curiosidad y ternura. Será el banco clásico de parque, la maletita abierta medio vacía, el traje de “un día salí del portal de mi casa con dudas y no volví”… Ternura y periferia. Lo dejado de lado, lo que no encaja.

Y ya que la hemos sacado: “mímesis”, otra palabra con la que se recrearía su fascia, todo lo que sostiene su cuerpo y lo revuelve para parir esa palabra, como muchas otras. Dícese de la imitación del modo de hablar, gestos y ademanes de una persona. Vámonos con el trabajo actoral, que ya conocemos y creemos de Luis Bermejo, para recrear con pantomima preñada de palabras y expresiones a todos con los que el del banco del parque para durante su búsqueda.

Foto: Laura Ortega

Está allí para la ardua tarea de entretener, el actor. Pero nosotros también estamos allí, y podemos embelesar, embaucar. Todo puede disponerse para ello. Esto es un elenco, el del teatro del mundo. Quién no se ha sentido especial al encontrarse y perderse en un rato con un personaje entrañable, bohemio, sabio durante ese paréntesis en el que da igual quién eres tú y quién es él. La vida no es que se detenga, es que te envuelve y te recuerda que lo que tengas que hacer no importa. No le importa a esa persona desconocida y por ende, a nadie, en general.

Y luego está lo de la deconstrucción del lenguaje. Usar el teatro para eso es, sencillamente, una idea excelente. Dónde si no. Gesto, intención y palabras… Magia y misterio. Nos entretiene perfectamente, sin duda.

 

Aquí se va a notar el salto generacional… Gurruchaga.

 

Durante la pandemia adquirí una de esas entradas del teatro de la Abadía en la que comprabas que un actor/actriz te llamara por teléfono y te ofreciera un fragmento teatral (libre albedrío en esto). Y a mí me llamo Luis Bermejo, me preguntó cómo estaba y me recitó un poema precioso, que parecía haber elegido fantaseando con el tipo de persona que pudiera ser por mi nombre.

 

“Qué gusto escuchar esa dicción”- dice un presunto sevillano de entre el público a la salida. Esto me recordó a la reivindicación andalucista que vi en una camiseta: “¿Tú sabes todo lo que yo he hecho en el tiempo que vosotros estabais pronunciando eses?”.

 

Con la boca llena. Cuando sales de toda esa energía del teatro en estado puro, encarnizado, de un monólogo artesanal, te pides, con todas sus letras, un CERVEZÓN. Y completas así del disfrute de una tarde de teatro.

 

Foto: Laura Ortega

 

 

Autoría y Dirección PABLO ROSAL

Elenco LUIS BERMEJO

Diseño de escenografía y vestuario MÓNICA BOROMELLO

Diseño de iluminación RAÚL BAENA Y EDUARDO VIZUETE

Producción artística ANA BELÉN SANTIAGO

Producción ejecutiva LUCÍA RICO

Dirección técnica TONY SÁNCHEZ

Distribución CATERINA MUÑOZ

Comunicación PALOMA FIDALGO

Fotografía LAURA ORTEGA

Cartel JACOBO GAVIRA

Una producción de TEATRO DEL BARRIO

 

 

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