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El Teatro Távora de Sevilla, vuelve a representar Quejío, una de las obras más emblemáticas del dramaturgo andaluz, Salvador Távora. La cual será programada en dicho teatro una vez al mes, al menos hasta junio de este año. Una oportunidad que les animo que no dejen escapar, porque por más que Salvador Távora haya fallecido recientemente, los que conforman la cooperativa del Teatro Távora, se han encomendado a conservar y cuidar, el legado de unas de las figuras más importantes de las artes escénicas andaluzas del siglo XX. Ello hace que la ausencia de este dramaturgo, se note en cada escena que se representa de Quejío.

Quejío de Salvador Távora es una pieza que fue estrenada en 1972 en el contexto de una Andalucía que vivía las penurias sociales, económicas y morales de la dictadura de Franco. Lo cual se traduce, en que estamos hablando de una sociedad rural gestionada con latifundios, en la que una parte de la población andaluza, se fue precipitando fuera de esta región (sea a otras partes de España, o al extranjero). Desde luego hay muchas más cosas que cabría mencionar, sin embargo a donde quiero llegar, es que había mucha gente en esta tierra que luchaba día a día por subsistir, agarrándose o no a una esperanza. De todas formas, continuaban a la espera de que quizás algún día surja una nueva oportunidad que les permita vivir con más dignidad.

Foto: Juan Antonio Gámez

Foto: Juan Antonio Gámez

 

Alcanzar un modo de vida digno implica referirnos a varias cosas, y una de ellas que se suele pasar por desapercibido, porque no remite al mantenimiento de nuestra vida biológica (por así decirlo) es la libertad de expresión, esto es: tal y como fue planteada la iluminación de este espectáculo, se nos emplazó a nosotros a los espectadores, a una suerte de sitio clandestino, un lugar que probablemente esté bajo tierra. En el cual no se podía escuchar ni ver nada de lo que sucedía en su interior, a menos claro que se nos haya concedido la confianza de estar allí, compartiendo una noche de intimidad entre iguales.

De repente, nosotros los espectadores, estábamos en un espacio seguro en el que sus habitantes podían dar riendas sueltas a sus testimonios y el cómo los aborda. Es tal el dolor contenido en interior de estas personas, que ya no sólo me estoy refiriendo que se han contenido durante años sin hablar de los que les pasa; sino que me atrevería a afirmar, que en ellos está toda la carga que han llevado a sus espaldas sus padres, sus abuelos…, que de algún modo u otro, han tenido una vida similar.  Dado que la realidad de la Andalucía más humilde, poco ha cambiado a pesar de la dictadura que todavía imperaba en 1972.

Foto: Juan Antonio Gámez

Foto: Juan Antonio Gámez

 

La misma que ha intentado dar una imagen caricaturesca de esta región, de cara a la promoción del turismo; sí, una imagen bobalicona e irreflexiva de  una Andalucía que no está de verbena, siesta o de cachondeo todo el día. Porque básicamente, hay muchos que no se pueden permitir saltarse una jornada de trabajo en el campo, o donde fuera que trabajase. Porque ese día no se come, aunque ello les esté chupando la vida.

He allí que se representó a una serie de personas que intentaban desahogarse, librarse de algo de esa carga que ha hecho que su día a día, sea incluso más difícil de lo que es en realidad. Quizás ello no logre solucionar sus problemas, pero al menos está el arte del cante y el baile, a su servicio para compartirlo entre iguales para reconducir ese dolor. Se oyeron frases llenas de desesperación, de un arraigo a la tierra que les vio nacer y que aun con todo, se hace inhabitable. Hasta tales puntos de que más de uno con el corazón el puño, se siente abocado a emigrar a otro lado a buscar una mejor suerte.

Todos ellos estaban maniatados a una estructura que no les permitía mayor margen de maniobra para seguir  luchando, lo cual se evidenciaba en que  a veces no les  quedaba ni aliento, para expresar todo lo que se ha ido acumulando en cada uno. Insisto, a ellos no les queda más que el cante y el baile, que aún con todo en la dictadura era visto con sospecha, no vaya a ser que empiecen a comportarse como seres humanos libres y pensantes, no como animales de carga sustituibles.

Foto: Juan Antonio Gámez

Foto: Juan Antonio Gámez

 

En uno de los laterales del escenario estaba sentada una mujer, que aunque en primer momento podía parecer que fue planteada su presencia como parte de la escenografía de esta obra, el caso es que de vez cuando interactuaba con alguno de los intérpretes: sea auxiliándoles pasando un paño húmedo en la frente (como sucedió en una ocasión), o bien con una mirada cómplice. Dado que su papel de algún modo u otro, representaba a aquello que le daba alguna razón de ser a su lucha diaria; sí, me refiero a las esposas que estaban abocadas en aquellos días, a las tareas del hogar y el cuidado de los hijos: alguien que permanecía allí estoica, confiando que las cosas al menos no empeorarán. Y precisamente esa presencia, me invitaba a darles mayor credibilidad a las emisiones de los otros personajes, en el sentido de que lo que ellos trataban de transmitir era más impotencia, que lloriqueo.

Esta intérprete fue quien a veces conseguía volver a captar mi mirada, sacándome de lo que sea que pasase en escena al mismo tiempo. No paraba de asociarla con el cuadro Fuensanta del pintor cordobés Julio Romero de Torres: obra en la que se nos presenta una mujer de ropas humildes y dignas, que probablemente fue captada en el momento de descanso tras recoger agua. Lea hablo del retrato de una mujer íntegra, de ojos melancólicos e incluso, sensual. Personalmente considero, que la presencia de este personaje y cómo fue dirigida esta intérprete,  es lo más estremecedor y potente de Quejío.

No puedo obviar, ese momento en el que los tres intérpretes que estaban maniatados y retorciéndose de impotencia y cansancio, consiguen dar con la tecla al coordinarse, para mover aquello que les limitaba su libertad de movimiento y otras tantas cosas. Me ha  resultado inevitable reconectar con la canción protesta, de Lluis Llach L´Estaca (1968), la cual narra como un abuelo hace ver su nieto que si todos tiran al unísono hacia la misma dirección, aquella amarras que los tiene atrapados, se desatarán derrumbando los que los mantiene cautivos. Desde luego es un final propio, de una pieza tan monumental como lo es Quejío.

Para finalizar, no puedo dejar de decir que esta obra sigue siendo rabiosamente actual y necesaria de ser representada, ya que aunque los dispositivos disciplinarios de control social y económico han evolucionado, o se han hecho más sutiles…, el caso es que no podemos distraernos con que la vida moderna nos ha facilitado el acceso a muchos medios materiales, o que la educación y la cultura, han pasado por un proceso de democratización extraordinarios. No obstante, hay cosas que siguen sucediendo de la misma manera sea en Andalucía o en otros tantos sitios del mundo, he ahí que esta obra aborda un tema totalmente universal.

Foto: Juan Antonio Gámez

Foto: Juan Antonio Gámez

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