De librerías, sonrisas y el aroma del café
Me dicen que no sé lo que quiero y que así no voy a llegar a ningún sitio. Que el mundo entero se aparta cuando ve a alguien que sabe hacia dónde va y que es más fácil llegar al final del camino si sabes dónde está. Qué triste, joder. Parece que nadie piensa ya en el viaje, solo en el destino.
Y no tienen razón. No del todo, al menos. Alguna idea sí tengo. Sé que quiero fumar menos y bailar más. Que quiero encontrar conversaciones y esquivar monólogos, tener el valor de enseñar mis cicatrices y dejar de diseñarme con los restos de los años que ya he consumido. Quiero encontrar el valor para hacer algo más que simplemente estar vivo, poder recitar todas las capitales del mundo y aprender a tocar el piano. Volver atrás y no hacer(le) daño. Quiero ser mejor hermano y mejor hijo y mejor amigo y mejor todo, para devolverles algo, lo que sea (una pizca, quizá), de lo que me han dado. Quiero serme fiel. Poder disfrutar de Pulp Fiction, Up, La novia cadáver, La gran belleza, El Padrino, Big Fish, El club de la lucha, Casablanca, El viaje de Chihiro, Manhattan y Annie Hall como lo hice la primera vez; con la cabeza sin domesticar, la sorpresa por bandera y la aburrida manta de lo conocido bien alejada de mis ojos. Quiero recuperar (algunas) primeras veces. Quiero llegar a sentir algo entre tanto blablablá y vacío, encontrar una señal entre el ruido. Alguna cosa de verdad debe quedar escondida entre el plástico. Un pellizco, un grito, cualquier cosa, que me recuerde que todavía queda pulso en este barrizal en el que todos nos ahogamos. Quiero (siempre) más.
Que dejen de preguntarme el motivo por el que me sigo escondiendo detrás del humo de mi cigarro. Encontrar en el próximo viaje lo que se me escapó en el anterior. Quiero lejos a todos aquellos que escupen palabras y certezas, y cerca a los que regalan conversaciones de las que hacen cosquillas en la mente. Quiero jugar, tener el coraje de apostarlo todo al negro y sonreír al quedarme sin nada, porque no jugar por miedo a perder es como clavarte agujas debajo de las uñas. Quiero una mirada que buscar, una historia que contar(me) y un perro que salvar. Y quiero que dejen de intentar salvarme a mí. Quiero que ellos, los míos, sean felices. O, por lo menos, que consigan tener (qué difícil parece) alguna remota idea de lo que carajo significa eso de ser feliz y que se acerquen a ello todo lo que puedan. Quiero que el mundo se calle durante unos minutos y que el silencio pueda gobernar mis desayunos, seguir perdiéndome en librerías y encontrándome en mis derrotas. Y quiero comerte la boca de una puta vez.
Pero, sobre todo, quiero acostarme por la noche y que mi única preocupación sea el olor del café de la mañana siguiente. Algún día.
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