Por A.C | Ilustración Daniel M. Vega
Algo me hizo quedarme. No lo hago nunca, soy de los que echa el polvo y para casa. Me ponen nervioso esas conversaciones de ‘después de’. Me parecen forzadas y, lo que es peor, tristes. Los tíos casi siempre quieren algo más de mí, como si tener mi cuerpo durante un rato no fuera suficiente. Que si les parezco interesante, que si les dé mi teléfono, que si nos volveremos a ver… Sé que no podría tener nada más con un tío. Marta está de acuerdo, y si alguien me conoce bien es ella. Sin embargo, confieso que con el del domingo me quedé a dormir y todo. Alberto, se llama.
Los dos volvíamos a casade noche. Íbamos por la calle en la misma dirección, cada uno por una acera. En algún momento nos empezamos a mirar y ya no paramos de volver la cabeza. Ya de lejos tenía pinta de ser muy guapo, con barbita, el típico treintañero con morbo. Cuando me acerqué y le tuve delante,solo pude empezar a besarle y meterle mano por debajo de la camiseta. Era de esos tíos que con unos kilos de más serían osos pero que tal y como están me vuelven loco: cuerpo bien formado, nada de gym, con el vello justo y suave como su piel.
Luego en su casa no fuimos tan deprisa. Recorrió con calma mi cuerpo,quitándome poco a poco la ropa, besándome y acariciándome con todo el tiempo del mundo. No es a lo que estoy acostumbrado, para mí era descubrir una forma nueva de tener sexo. Incluso me pregunté si eso era lo que llaman ‘hacer el amor’ entre dos tíos. Andaba reflexionando demasiado, me veía desde fuera como si otro yo estuviera actuando por mí, quizá por eso respondí sin pensar cuando Alberto me preguntó mi nombre al oído en una pausa de su recorrido por mis hombros, mi cuello, mi cara entera…
– Álvaro.
Me pidió que le penetrara, y yo hice cosas como besarle, parar a veces y mirarle a los ojos, preocuparme de ponerle la almohada bajo la cabeza o la cadera si la postura lo requería. Cosas que nunca hago con un tío. No es que no fuera consciente de esos detalles, simplemente me parecía que no eran tan importantes. “En cuanto acabe, me visto y me piro”, me decía a mí mismo, y eso fue suficiente para dejarme llevar hasta el final.
– Quédate a dormir.
Me había ido a limpiar al baño. Entraba de nuevo a la habitación dispuesto a recoger mi ropa del suelo y volver a casa. Alberto se incorporó desde la cama, se acercó a mí todavía desnudo, me acarició un costado y me lo dijo. No sé qué cara puse, se echó a reír y yo de repente me reí también. Había algo en él que me hacía sentirle extrañamente cercano, como si pudiera leer mi mente.
– Vale, pero es una excepción.
– ¿Has cenado?
Puede que fuera por el hambre que me había dado el sexo, pero me pareció el sándwich más delicioso que hubiera probado nunca. Y para beber,vino, un buen vino. Su cocina es amplia, como las antiguas, y fue realmente agradable estar allí y charlar de todo un poco. Aunque al final acabamos hablando de cine, la prueba de fuego siempre que conozco a alguien. Y él la pasó con nota. Le interesan especialmente las películas que exploran los márgenes entre la ficción y lo real, como a mí. Va mucho al Matadero, por supuesto, estuvimos seguros de que nos debíamos haber cruzado antes en la Cineteca. O en la Cantina, que a mí me encanta también para unas cervezas. En mi cabeza, aquello era una escena de una de esas películas. Era como no si no me estuviera ocurriendo de verdad, me seguía viendo desde fuera. Incluso imaginaba otras escenas mientras hablábamos. Por otro lado, todo era muy natural.
Creí que iba a querer dormirse abrazado a mí, pero en cuanto apagó la luz se dio la vuelta. Tardé en conciliar el sueño.
Cuando abrí los ojos, lo primero que percibí fue el olor a café recién hecho. La luz inundaba el dormitorio, había una calmadesconocida. En el piso que comparto, los lunes por la mañana son una locura de puertas que se abren y se cierran, tuberías por las que corre el agua, ruido de vajilla todo el rato… Allí, sin embargo, nada parecía más ajeno que la obligación de ir a la clase que comenzaba en una hora, estudiar para el examen de hoy,salir a la calle. Regresamos a la cama, y todo volvió a parecerme nuevo, y pensé que descubrir cómo se hace el amor era algo que no había hecho sino empezar.
Luego él tenía que trabajar, comimos en el McDonald’s de Atocha. Estudiar no estudié demasiado, aunque creo que he aprobado el examen.
Fui yo quien le pidió su número. Es mediodía, Alberto no entra hasta las dos.
} continuará
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