Seleccionar página

Por A.C | Ilustración Daniel M. Vega

El viernes suele ser nuestro día. De hecho, nos sentimos culpables cuando rompemos esa regla y dolidos cuando es el otro quien la rompe. No es que lo digamos ni mucho menos lleguemos a discutir, ni siquiera hace falta. Siempre es en mi casa, curiosamente. Sería más cómodo en la tuya, pero esto empezó así y los viernes toca encerramos en mi habitación al refugio de mis compañeros de piso. Ponernos nuestra lista de Spotify, beber litronas, liarnos porros. Tú los lías mejor, a mí me pasa que soy demasiado torpe con todo lo manual. Me encanta que los prefieras como yo, sin tabaco, pero sobre todo hay algo que me fascina en tu destreza al liarlos. Lo asocio con algo maternal, llámame loco. No tardamos en desnudarnos, desvariar, sorprendernos con nuevas aportaciones a la lista o relatar al detalle algún encuentro esporádico de la semana del que apenas nos hemos contado por Whatsapp.

Contigo no hace falta sugerir nada, tenemos una dinámica con aisladas variaciones y cuando una dinámica funciona todos esperamos a que se agote (o admitamos finalmente que se agotó y que solo la hemos prolongado por inercia). Todo dictaba que en algún momento te inclinaras hacia la mesilla, abrieras su cajón inferior y sacaras el consolador que compramos a medias en aquel sex-shop de Chueca una tarde de tormenta de primavera, aquella tarde que me dio por ir de la mano contigo y no emparanoiarme por si te tomaban por mi novia o no, por si te quería de verdad o no. Y sí, aquel consolador iba a ser para los dos, nuestro juguete, aunque yo lo haya acabado disfrutando más porque me gusta tanto que tú y solo tú me lo claves de golpe, tan solo con un poco de lubricante, y lo alces y lo hundas mientras yo me masturbo bocabajo contra las sábanas. Es entonces cuando me siento más “contigo”, más que cuando te beso o te muerdo o te acaricio.

-Soy tuyo, Marta ‒te dije por primera vez‒.Tuyo…

Más tarde, cuando el eco de esas palabras se desvaneció, me pregunté si debía preocuparme por tu placer. Es una putada que siempre que te corres antes tienes esa especie de obligación de satisfacer al otro justo cuando menos apetece física y mentalmente. Te has corrido, lo único que quieres es permanecer así, relajado, que tu respiración vuelva a su ritmo normal. Y sin embargo sabes que te queda una deuda por pagar. ¿Sabes qué, Marta? Contigo nunca me ocurre, pero el viernes me dio por pensar en volcarme sobre ti y darte lo que merecías. Tu recompensa, tu propio orgasmo. Es posible que iniciara algún movimiento, que percibieras algo en mí que me impulsaba a devolverte el esfuerzo invertido. Pero tú eres como eres y lo que hiciste fue abrazarme, acoger mi cabeza en tu pecho como si fuera tu hijo. Y yo me abandoné a ese gesto tan habitual entre nosotros, tan reconfortante y sin embargo tan extrañamente perturbador cuando lo pienso luego.

Nos quedamos así un buen rato. Mi semen se resecaba sobre tu piel, sobre la mía. Fuera el tráfico nocturno discurría con calma. La música seguía sonando. Las respiraciones se habían acompasado. En un momento determinado te incorporaste ligeramente y liaste un último porro. Nos lo fuimos pasando sin apenas mirarnos, más bien los dos absorbidos en nuestros pensamientos, canturreando algún verso de la canción que sonase, acariciándonos al descuido. Y apoyada sobre tu codo de repente me miraste, sin más. No era una mirada especial, me mirabas en la forma en que siempre me has mirado. Me preguntaste cómo estaba. No había nada de anormal tampoco, sueles hacerlo. Y yo te respondí:

-Fumado, cachondo y enamorado.

} continuará

música cine libros series discos entrevistas | Achtung! Revista | reportajes cultura viajes tendencias arte opinión




Share on Tumblr

Comparte este contenido