De máscaras, mujeres de labios rotos y Charles Bukowski
Todos bailan una canción que ni entiendo ni me pertenece. No sé si ellos la entienden, pero juraría que les parece bien. Sonríen y se abrazan, se quieren y se tragan sus putas patrañas, acariciándose las máscaras. A nadie le interesa quién se esconde debajo de la capucha. Ahora hay lentillas de colores y han muerto todas las miradas. Todos son mentira escondiéndose detrás de una verdad que han decidido entre ellos y que creen por conformidad y pereza. Paredes imaginarias que al convertirse en lugares comunes terminan por ser sólidas. Yo miento más que ellos pero voy de cara cuando escupo mis mentiras porque hay que ser consecuente y coherente para llevar máscara y yo nunca he conseguido ser ni consecuente ni coherente. Hay una parte de verdad en mis patrañas pero como nunca hay nadie allí conmigo mis paredes terminarán por desaparecer. Mi verdad es un soldado cobarde batiéndose en retirada y sus mentiras son el ejército que me persigue para terminar el trabajo. No sé quién está más jodido.
Cambian la música del garito. Las luces también. Falta poco para que cierren y una mujer bonita me mira. Fuera hace frío. Dentro no, pero ella todavía tiene los labios cortados por el aire. Aun así sigue bonita. El vino había ensuciado el día tanto que todo daba un poquito más igual que antes. La mujer de labios rotos también lleva puesta su máscara pero lo dejé pasar. Uno no puede esperar encontrar nada auténtico aquí donde todas las flores son de plástico y todos llevan lentillas de colores. Me acompaña fuera, me espera cortésmente mientras me acabo el cigarro y luego la beso. No entiendo cómo es posible que ella no tenga nada mejor que hacer que esperar a que un imbécil como yo termine de fumar para besar una boca con sabor a vino y a cenicero, pero si a ella le parece bien a mí también.
Nos vamos cuando cierran y yo espero que ella se abra. En el portal de la mujer con los labios rotos nos besamos y me acerco y ella no me dice ni que suba ni que quiere volver a verme pero me mira como si quisiera que subiera. No creo que quiera que la vuelva a ver. Entonces pienso en el mañana y en la vida que ella tendrá y en que cómo cojones voy a saber quién seré yo cuando me despierte. Me veo fumando y leyendo en mi casa y recibiendo unos mensajes que ni ella quiere escribir ni yo quiero leer, pero la letra de la canción que todos deciden bailar dice que las cosas hay que hacerlas así. Siempre hay apellidos, secuelas y letra pequeña. Nadie parece querer acostarse con la banalidad salvo yo. Bukowski decía que follar era como darle patadas en el culo a la muerte mientras cantas, o algo parecido. Y yo suelo hacerle caso, pero hoy estoy afónico y tengo agujetas en las piernas. Sin pedirme que suba deja la puerta abierta y entro. La beso, pero me voy. Decido tener el coraje suficiente como para no jugar. No esta vez. A veces, hay más valor en la retirada que en el combate.
Otro día, Charles.
Palabrita.