El 22 de septiembre de 2008, en plena carrera hacia la Casa Blanca, Barak Obama aseguró que la “era de avaricia e irresponsabilidad” en Wall Street y Washington que había conducido al mundo a la mayor crisis económica desde la Gran Depresión debía terminar. Cuatro años después, las tibias regulaciones impulsadas por la administración demócrata no han conseguido aplacar la voracidad de los mercados y, lo que es más llamativo, han sido ideadas por los mismos actores que provocaron el colapso financiero mundial: Robert Rubin, Ben Bernanke, Larry Summers o Timothy Geithner.
por @Pablo_L_Orosa | diseño y fotografía oskinha.es
En 1981 el presidente norteamericano Ronald Reagan nombró al exgerente del banco de inversiones Merrill Lynch, Donald Regan, secretario del Tesoro, iniciando así tres décadas de desregulación financiera. Al año siguiente, las compañías de ahorro y préstamos fueron autorizadas a invertir sus depósitos lo que inició una carrera desenfrenada que culminó con la quiebra de decenas de empresas. Miles de ejecutivos fueron a la cárcel y el gobierno norteamericano tuvo que aportar 120.000 millones de dólares. Uno de los casos más famosos fue el de Charles Keating. En 1986, The Federal Home Loan Bank Board (FHLBB) advirtió de que el banco presidido por Keating, Lincoln Saving and Loans, tenía 135 millones de dólares en pérdidas no declaradas y había superado el límite de las inversiones directas por 600 millones de dólares. Keating contrató entonces al prestigioso economista Alan Greenspan, quien emitió un informe que respaldaba la viabilidad de las inversiones. Pese a los intentos desesperados de Keating por ocultar el fraude –incluidos sobornos a cinco senadores- el banco quebró convirtiéndose en la mayor estafa financiera de la historia hasta el caso Madoff. Keating fue condenado a 10 años de prisión. Greenspan, por el contrario, fue nombrado al año siguiente presidente de la Reserva Federal, puesto que ocupó hasta 2006. Durante este periodo, Greenspan reclutó a eméritos de su confianza como el profesor de Harvard, Larry Summers o el ex gerente del banco de inversiones Goldman Sach, Robert Rubin, quien fue nombrado Secretario del Tesoro. El 12 de noviembre de 1999, con el apoyo del sector, la ley Glass-Steagall, vigente desde 1933 para impedir que los bancos de depósitos participaran en la banca de inversión, fue abrogada meses antes de que se consumara la fusión de Citicorp y Travelers Group que dio lugar a la mayor empresa de servicios financieros del mundo: Citigroup, de cuya directiva formó parte Rubin durante 8 años. En 2009, tras renunciar a su cargo, se llevó más de 126 millones de dólares en acciones y efectivo.
A finales de los 90, tras el estallido de la burbuja tecnológica y los escándalos que obligaron a las grandes compañías a pagar importantes multas, Wall Street buscaba un nuevo manjar con el que saciar su apetito. Lo encontró en los derivados, una creación de la ingeniería financiera que permitía diversificar sus apuestas y obtener multimillonarios beneficios. En 1998 la Comisión de Futuros de la bolsa trató de regular un mercado incipiente que movía ya más de 50 billones de dólares. Summers, Greenspan y Rubin lo impidieron. Las grandes firmas, Goldman Sachs; Bear Stearns; Lehman Brothers; Merrill Lynch; Citigroup¸ JP Morgan y AIG habían inventado un lucrativo negocio para especular con el dinero de los clientes. El nuevo modelo permitía a bancos locales vender las hipotecas de sus clientes a bancos de inversión que, a su vez, las combinaban con otros productos financieros, como préstamos particulares o tarjetas de crédito, para crear los denominados derivados (CDO). Los bancos de inversión pagaban a las agencias de calificación -Moody´s, Standars and Poor´s o Fitch- para obtener la mejor calificación para sus CDO –AAA- y poder venderlos a inversores de todo el mundo. De esta manera, el alto riesgo de las operaciones se dividía entre todos los actores de la cadena bursátil y nadie se preocupaba de si el cliente podía pagar. En tres años el número de hipotecas subprime se cuadriplicó, creando la mayor burbuja financiera de la historia. Alan Greenspan se negó a regularla y los ejecutivos de Wall Street cobraron bonus multimillonarios.
En tres años el número de hipotecas subprime se cuadriplicó, creando la mayor burbuja financiera de la historia. Alan Greenspan se negó a regularla y los ejecutivos de Wall Street cobraron bonus multimillonarios
En febrero de 2006, el presidente George W. Bush nombró al presidente de su consejo de asesores económicos, Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal. Cinco meses después, el presidente de Goldman Sachs, Herry Paulson, ocupó el cargo de secretario del Tesoro. Paulson recibió alrededor de 500 millones de dólares por deshacerse de sus acciones de la compañía. Por aquel entonces Goldman Sachs y los demás bancos de inversión no sólo vendían CDO tóxicos sino que comenzaron a apostar contra ellos mientras los recomendaban como inversión a sus clientes. Cuanto más dinero perdieran sus clientes, más ganaban ellos cobrando los seguros de AIG.
El 31 de julio de 2007 el banco de inversiones Bear Stearns anunció a sus clientes que no podrían retirar dinero en efectivo de sus hedge fund –fondos de inversión de alto riesgo- puesto que se habían desbordado las solicitudes de redención. Catorce días más tarde, los bancos centrales de EE.UU, Europa y Japón inyectaron grandes reservas para intentar calmar a los mercados. En marzo de 2008 Bear Stearns se quedó sin efectivo y fue adquirido a dos dólares la acción por JP Morgan Chase. La Reserva Federal aportó 30.000 millones de dólares en garantías. En julio, el banco central norteamericano tiene que volver a intervenir para evitar el colapso de Fannie Mae y Freddi Mac, dos entidades que poseían o garantizan la mitad de las deudas hipotecarias en ese EE.UU. La crisis estaba desatada.
Un informe publicado por The Wall Street Journal reveló que los ejecutivos de las 35 principales firmas financieras habían ganado en 2010 144.000 millones de dólares, un 4% más que en 2009
Un gobierno de Wall Street
Un informe de la Comisión de Control del estado de Nueva York desveló que en 2008 los gerentes de varios bancos de Wall Street recibieron bonos por valor de 18.400 millones. De hecho, los CEO de algunos de los bancos de inversiones intervenidos percibieron multimillonarias indemnizaciones. El CEO de Merril Lynch, Stanley O´Neal, se llevó 160 millones de dólares de compensación pactada, mientras que su homólogo de Lehman Brothers, R. Fuld, recibió 53 millones de dólares. Cassano, cerebro de los CDS de AIG, abandonó su cargo con un bonus de 34 millones de dólares y un sueldo de un millón de dólares como asesor. “Es el colmo de la irresponsabilidad, es una vergüenza”, aseguró Barack Obama, recién elegido presidente. Wall Street debía pagar.
Obama encargó un plan bancario que debía reducir el poder de los grandes bancos, frenar la especulación bursátil y los riesgos desmesurados. “Nunca más los contribuyentes estadounidenses serán rehenes de un banco que sea demasiado grande como para dar quiebra”, prometió. El problema: ¿Quién lo iba a llevar a cabo?
El equipo económico de Barack Obama ha estado formado desde su inicio por “hombres de los mercados”. Bernanke –cuya gestión ha sido condenada por el Senado-, Geithner, Summers, Feldstein o Rubin. Los mismos nombres. Las mismas ideas.
Los economistas de corte keynesiano que inicialmente habían formado parte del amplio equipo de consejeros de Obama durante la campaña, como el premio Nobel de economía Joseph Stiglitz o Robert Reich, fueron rápidamente arrinconados. En enero de 2009 Tim Geithner, presidente de la Reserva Federal de Nueva York durante la crisis y principal responsable de pagarle a Goldman Sachs el cien por cien de sus apuestas contra los CDO, fue nombrado nuevo secretario del Tesoro, mientras que Larry Summers fue designado director del Consejo Económico Nacional de los Estados Unidos, convirtiéndose así en el asesor económico más cercano al presidente hasta su renuncia el pasado mes de septiembre. William C. Dudley, ex jefe de economistas de Goldman Sachs sustituyó a Geithner como presidente de la Reserva Federal de Nueva York y Gary Gensler, ex ejecutivo de Goldman Sachs y uno de los mayores defensores de la desregulación de los derivados, obtuvo responsabilidades como presidente de la Comisión de Compraventa de Futuros. Asimismo, Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal desde 2006 -el período en el que se concedieron mayor número de hipotecas subprime- fue revalidado en el cargo. Martin Feldstein, miembro del consejo de administración de AIG, o Laura Tyson, directiva de Morgan Stanley fueron incluidos en el consejo de asesores del presidente para la recuperación económica. Todos bajo la alargada sombra de Robert Rubin, secretario del Tesoro durante el gobierno de Bill Clinton y uno de los mayores beneficiarios del escándalo de Citygroup, consejero personal de Obama.
El pasado 15 de julio de 2010, el Senado norteamericano aprobó tras meses de discusión la esperada reforma del mercado financiero en la que se imponen nuevas restricciones a los grandes bancos para limitar sus actividades de riesgo en el mercado de los derivados. Ese mismo día, el gigante financiero JP Morgan Chase, presentó un beneficio neto en el segundo trimestre del año de 4.800 millones de dólares. El lunes, Citigroup publicó ganancias por valor de 2.150 millones de dólares.
Apenas un año después de la reforma, en mayo de 2011, el secretario del Tesoro estadounidense, Timothy Geithner, alertó de que “fuerzas oscuras” están desarrollando una “guerra de desgaste” contra la administración Obama para impedir una mayor regulación del sistema financiero. De hecho, un informe publicado por The Wall Street Journal reveló que los ejecutivos de las 35 principales firmas financieras habían ganado en 2010 144.000 millones de dólares, un 4% más que en 2009.
Las palabras de Obama, “al pueblo jamás se le pedirá de nuevo que pague por los errores de Wall Street”, han volado. Wall Street ha conseguido su objetivo: mantener su gobierno en la sombra.
El CEO de Merril Lynch, Stanley O´Neal, se llevó 160 millones de dólares de compensación pactada, mientras que su homólogo de Lehman Brothers R. Fuld recibió 53 millones de dólares. Cassano, cerebro de los CDS de AIG, abandonó su cargo con un bonus de 34 millones de dólares y un sueldo de un millón de dólares como asesor
La crisis económica tuvo su origen en Wall Street pero la globalización del mercado ha llevado sus consecuencias a todo el mundo. Europa ha sido incapaz de gestionar adecuadamente su impacto y tras provocar la caída de los presidentes socialistas de España y Portugal, José Luis Rodríguez Zapatero y José Sócrates, y del indescriptible líder italiano Silvio Berlusconi, amenaza ahora con llevarse por delante el proyecto de la Unión Europea. La denominada “crisis del euro” ha puesto de relieve las diferencias internas –pese a que Francia y Alemania, enemigos históricos, han decidido caminar de la mano- y lo que es más grave la ineficacia de los gobiernos para combatir la dictadura de los mercados. Grecia, enclave fundamental de la crisis en Europa, es el caso más paradigmático. Entre 1994 y 2005 los ejecutivos de Goldman Sachs encabezados por su entonces vicepresidente para Europa, Mario Draghi, orquestaron la mayor operación de maquillaje financiero de la historia para que Atenas pudiese cumplir los requisitos para entrar en el Euro. Durante estos tres años Draghi ayudó a Grecia a ocultar miles de millones de euros en deudas a la oficina estadística de la Unión Europea (Eurostat) mediante el uso de instrumentos financieros conocidos como swaps –operación en el mercado de futuros- con los que ocultaron un elevado déficit público que superaba los límites permitidos por la Eurozona.
El fraude fue reconocido en noviembre de 2009 por el entonces recién elegido presidente griego, Yorgos Papandreu, quien desveló que el déficit no era de 5,8% sino del 12% del PIB. Dos años después, Papandreu fue forzado a renunciar y fue sustituido por Lukas Papademos, ex-vicepresidente del BCE y exgobernador del Banco de Central Grecia entre 1994 y 2002, etapa en la que se falsearon las cuentas del Estado. Una gestión de Goldman Sachs.
En Italia el gobierno electo ha sido sustituido por un equipo de tecnócratas encabezados por Mariano Monti, director para Europa de la Comisión Trilateral de la familia Rockefeller y asesor de Golman Sachs durante el período en que Grecia e Italia presentaron sus cuentas de déficit ante Europa.
El triunvirato lo completa el que fuera vicepresidente para Europa de Goldman Sachs cuando se fraguó el fraude griego, Mario Draghi, quien fue elegido presidente del Banco Central Europeo en noviembre de 2011. Los nombres no terminan aquí. Otmar Issing, Peter Sutherland o Petros Christodoulou son otros de los “chicos” Goldman con poder en gobiernos, bancos e instituciones europeas.
En España, la cara de Lehman Brothers
En España el presidente electo, el popular Mariano Rajoy, ha optado por colocar a un ex de Lehman Brothers, Luis de Guindos, al frente del ministerio de Economía que deberá pilotar la recuperación económica. De Guindos era el presidente de Lehman Brothers en España y Portugal cuando, en 2008, la entidad quebró por el escándalo de las hipotecas subprime. De ahí pasó a la multinacional PricewaterhouseCoopers. Ahora, ya como responsable de Economía, ha alertado: “Es necesario hacer sacrificios”.
Éstos son ahora quienes dirigen el mundo. Surge entonces una pregunta,
¿ha sido la crisis económica un golpe de estado internacional?