Seleccionar página

Internacionaen Achtung! | Por Diego E. Barros

revista-achtung-internacional-francia-marinelepen

REUTERS/Jean-Pierre Amet

La candidata del Frente Nacional sacude el árbol del miedo al extranjero pero es Sarkozy el que recoge los frutos. El pase de la ultraderecha a la segunda vuelta de las Presidenciales parece hoy una quimera

Lo repite en cuanto tiene ocasión. La última, el lunes en una entrevista en la emisora de radio RMC Info. Jean-Jacques Bourdin, su anfitrión y uno de los locutores más conocidos de Francia trató de ponerla contra las cuerdas.

―Señora Le Pen, una pregunta muy directa, ¿quién es su principal adversario, Nicolas Sarkozy o Françoise Hollande?

Rápida y sin apenas dejar tiempo para que Bourdin se la volviera a envainar, Marine Le Pen, candidata a las Presidenciales francesas por el ultraderechista Frente Nacional contestó tajante: «Yo lucho contra el modelo económico y el actual sistema que busca la desaparición y desmembración de nuestros valores, de nuestra identidad y nuestras fronteras». Bourdin insistió y ella de nuevo mostró su dominio en el arte del recorte:

―Los dos [el presidente candidato, Nicolas Sarkozy, y el aspirante socialista, Françoise  Hollande] están a favor de la dictadura de Europa, ambos apoyan y representan la dictadura de las finanzas y la dictadura de las minorías.

En apenas dos intervenciones, Marine Le Pen resumió los principales puntos que durante esta larga precampaña electoral está intentando transmitir a aquellos auditorios que se presten a escucharla y a pagar, claro, los cinco euros que el FN cobra por la entrada a sus mítines. Lo que no se puede negar es la entrega de sus seguidores.

Porque este es el gran triunfo de Marine Le Pen: suavizar y consolidar un partido ultraderechista en la Francia de los valores republicanos. Unos valores que ella dice defender a ultranza aunque el de la igualdad lo reserve únicamente para los que posean pasaporte francés. La seguridad y, sobre todo, la inmigración son los grandes caballos de batalla de una mujer que se presenta como una «sufrida madre trabajadora». Una mezcla de una Juana de Arco en busca de enemigo invasor y una versión más refinada de las Mama bears (Mamás oso) que saltaron a los focos internacionales en la campaña electoral de 2008 en EEUU de la mano de la hoy semi olvidada Sarah Palin.

Nacida Marion Anne Perrine Le Pen (1968, Neuilly-sur-Seine), es licenciada en Derecho y madre divorciada de tres hijos. Se hizo con las riendas del partido fundado por su padre, Jean Marie Le Pen, el 16 de enero de 2011 tras derrotar a Bruno Gollnisch en unas primarias en el seno de la formación. Desde julio de 2004 es eurodiputada ―a pesar de su ferviente antieuropeísmo―, y desde 2010, consejera regional de la región francesa Nord-Pas-de-Calais.

Su irrupción en la política francesa fue un terremoto. Posee un discurso duro y se jacta de «decir en alto lo que muchos franceses piensan», algo que es cierto. Su obsesión es emular el gran triunfo de su progenitor en las Presidenciales de 2002, cuando el FN de Jean-Marie Le Pen consiguió colarse en la segunda vuelta a costa de los socialistas de Lionel Jospin. Una victoria pírrica, ya que tras el susto de la Francia moderada, llegó la vergüenza y los votantes acudieron en masa a las urnas para apoyar a Jacques Chirac. Marine aprendió la lección. No habría posibilidad alguna mientras el FN siga concertando más rechazo que indiferencia. Una guerra que, a juzgar por las encuestas, todavía está lejos de ganar. Sin embargo, su tesón ya le ha granjeado alguna que otra pequeña victoria. Un sondeo de marzo de 2011 publicado por Le Parisien la llegó a situar como la candidata más votada en una hipotética primera vuelta, con un 23% de los sufragios, por delante de Nicolas Sarkozy (UMP) y la por entonces líder del PSF, Martine Aubry, empatados con un 21%. Mucho ha llovido desde entonces y la líder del FN se sitúa hoy en tercera posición ―en torno a un 17%―, en las preferencias de voto de los franceses.

revista-achtung-internacional-francia-jeanmarinelepen
Marine Le Pen succeeds her father Jean-Marie Le Pen, founder and leader for nearly four decades of  the National Front, during the party national congress. REUTERS/Stephane Mahe

La segunda vuelta, una quimera

El hipotético paso del FN a una segunda vuelta presidencial, el 6 de mayo, parece ahora casi misión imposible desde que Nicolás Sarkozy emprendiese en las últimas semanas un giro a la derecha en su discurso. El objetivo, pescar en el caladero de votantes más receptivos al extremismo del FN, obreros de las grandes ciudades y el rural. Sarkozy, inteligente como pocos en el juego político, ha conseguido remontar unas encuestas que hace unos meses le eran terriblemente adversas. Hoy está en una situación de empate técnico con Hollande ―27% frente a 28%―, sin embargo todavía pierde por diez puntos en el segundo turno electoral: 45,5% frente al 54%.

Le Pen vuelve a ser la líder político que más rechazo concita entre sus conciudadanos pero no parece importarle. En su primera campaña presidencial, Marine Le Pen repite machaconamente los cuatro ejes sobre los que fundamenta su propuesta extremista: la economía, lo social, la inmigración y la inseguridad ciudadana. Todos ellos cubiertos por un lema que llama a la recuperación del esencialismo más primitivo: «La voz de un pueblo, el espíritu de Francia». Marine se esfuerza por parecer creíble y capaz de ejercer el poder pero las formas le delatan. Insiste en dirigirse a Sarkozy y Hollande en sus soflamas pero los dos candidatos mayoritarios prácticamente la ignoran, algo que la enfurece.

Marine Le Pen no ha renunciado al discurso populista de la formación extremista. Hace alarde de él y se da el lujo de criticar «la hipocresía» conservadora, como cuando le llovieron piedras por asistir al baile de gala organizado en Viena por la ultraderecha austriaca el mismo día en que se conmemoraba la Memoria del Holocausto, el pasado 27 de enero. No le molesta que la consideren de extrema derecha. Para ella no hay extrema, solo derecha, y ella es el último dique de contención. «La realidad es que la cultura de la izquierda ha contaminado totalmente a la derecha y esta ha perdido sus armas, la columna vertebral y el coraje para oponerse a la izquierda», afirma.

Hace un mes, en un acto electoral celebrado en Perpignam, cuando todavía no había oficializado su candidatura al no haber presentado las firmas de 500 alcaldes, Le Pen señaló: «el tema central de estas elecciones es el modelo. No se trata de una elección presidencial como cualquier otra, es un referendo sobre el modelo global, pararlo o continuar». Porque ese es otro punto fundamental de su discurso una firme postura a todo lo que huela a economía globalizada.

Fronteras físicas y virtuales

En su programa electoral, Le Pen hace bandera contra la globalización lo que deja a Sarkozy y a Hollande en una posición difícil. Lo suyo parece ser Francia primero y, después, Francia. Dejando a un lado el tema migratorio, Le Pen propone la puntilla a la UE tal y como la conocemos hoy. La vuelta a las fronteras y la abolición de Schengen, carro al que demagógicamente se ha subido Sarkozy. Deja en el aire la moneda única ―no es un secreto que vería con buenos ojos la vuelta del Franco―, y apuesta por una unión «paneuropea de las naciones» que, eso sí, dejaría fuera a la siempre molesta Turquía pero que se extendería hasta la Rusia de Putin: el eje franco-alemán de Sarkozy se convertiría para Le Pen en una línea París-Berlín-Moscú.

En cuanto a lo demás, todos los problemas encuentran solución bajo el prisma de la inmigración. «Francia es el país que soporta un mayor número de inmigrantes y eso tiene que parar», sentenció el martes. Aquí está el verdadero caballo de batalla de madame Le Pen que promete, como medida estrella, reducir un 95% el número de inmigrantes en suelo francés en cinco años (de 180.000 a 10.000 por año). Para llevar a cabo tan singular limpieza, el FN propone la creación de un ministerio del Interior y la Laicidad, la supresión del derecho de reagrupamiento familiar y asilo, así como la reducción de la duración de la tarjeta de residencia a tres años, frente a los diez actuales.

Los inmigrantes también son el objetivo si de ahorro público y social se trata. Según el FN, aquel extranjero que consiga entrar en Francia (legalmente, suponemos) no tendrá derecho a la atención sanitaria gratuita durante el primer año aunque esté contribuyendo a la misma con sus impuestos. Además, los extranjeros solo podrían cobrar la pensión mínima si antes hubieran cotizado por un periodo mínimo de diez años. En cuanto a la lucha contra el desempleo, la respuesta es fácil: primero los franceses.

El error de Le Pen es agitar el árbol de la xenofobia mientras que es Sarkozy el que, según las encuestas, está recogiendo los frutos. Su acierto es poner el foco en un fenómeno que no pocos franceses ven con preocupación. Hablar de inmigración equivale en la mentalidad extremista a hacerlo de delincuencia. Pero de una delincuencia que dista mucho de la vista el lunes a las puertas del colegio judío de Toulouse y que se saldó con la muerte a tiros de un profesor, sus dos hijas y otro alumno del centro, además de varios heridos. Se trata de la criminalidad de baja intensidad que tan bien explotó Sarkozy hace cinco años, la que azota a los barrios más deprimidos que, a la sazón, son los que cuentan con mayor porcentaje de inmigración.

Si bien las autoridades intentan desvincular el acto con la violencia xenófoba haciendo hincapié en la inspiración yihadista del asesino de Toulouse y Montauban, lo cierto es que las acciones extremistas han aumentado en suelo francés en los últimos diez años. Las estadísticas recogen más de 1.000 actos racistas al año. Sólo en 2009 se registraron 130 agresiones físicas racistas y 806 amenazas o actos de intimidación, mientras que en 2010 ―y en torno al FN―, se creaba en Francia el autodenominado «movimiento anti-gentuza», en referencia a los inmigrantes pobres, franceses musulmanes o de raza negra.

Mientras estuvo viva la pista de la ultraderecha, el FN mantuvo un silencio roto solo por la lógica condena a los asesinatos del sur de Francia. El miércoles, Marine Le Pen abrió fuego y tras defender a su partido de quienes ven en ellos a violentos y xenófobos, aprovechó para recordar que ella está en «guerra» contra el «riesgo fundamentalista» que, en su opinión, ha sido «subestimado» en Francia. «Una cosa es cierta: la UMP y el PS han intentado por todos los medios los problemas de los islamistas en nombre de la no estigmatización, no quieren ver la realidad».

Sarkozy que al igual que Hollande hizo un parón en su campaña el lunes ―parón que finaliza hoy―, y que ha explotado el tema de la inmigración, ayer se vistió de Jefe de Estado para hacer un llamamiento a que «el terrorismo no ponga en peligro la unidad nacional», independientemente de los orígenes de los franceses.

La horma del zapato en las antípodas

Mientras que los dos principales candidatos tratan de mantenerse ajenos a la candidata frentista, Le Pen ha encontrado la horma de su zapato justo en sus antípodas políticas. Jean-Luc Mélenchon, candidato del izquierdista Front de Gauche (Frente de Izquierdas) no pierde ocasión de atacar a su némesis. En quinta posición en las encuestas ―en torno a un 11%― y detrás del centrista Françoise Bayrou ―12%―, Mélenchon es un viejo zorro de la política. Trotskista en su juventud, ex militante del PS y ex ministro de Formación Profesional con en el Gobierno de Jospin, ha sabido reciclarse a tiempo para reunir en torno a su persona a un frente que aglutina a los restos del comunismo galo y otros grupúsculos de la izquierda revolucionaria, con los que poco a poco ha ido alcanzando protagonismo en la medida que Hollande perdía fuelle. El pasado domingo dio una muestra de fuerza al reunir a unas 100.000 personas en la Bastilla bajo el lema «el grito del pueblo».

Es Mélenchon la pesadilla de Le Pen. Prueba de ello es el número de veces que se nombran mutuamente en sus discursos. En el caso de Le Pen solo cuando el líder izquierdista no está delante como se pudo comprobar el pasado 23 de febrero en un debate televisivo entre ambos, en el que la candidata frentista ofreció un bochornoso espectáculo al no dirigirse ni una sola vez a su interlocutor ―ni siquiera lo miró―, pese a las constantes llamadas a la atención de Mélenchon ―«estoy aquí señora Le Pen»―, y del propio moderador.

Puede que Le Pen esté hoy lejos de suponer una verdadera opción de gobierno pero lo cierto es que sus postulados extremistas poco a poco se están colando en el discurso mayoritario y ha conseguido sacar a su partido de la marginalidad de antaño. Sin moverse, sabe que una parte de Francia se escora cada día un poco más hacia sus postulados. La derechización de Sarkozy es en buena medida responsabilidad indirecta de Marine Le Pen, pese a ser ella la más perjudicada. Sarkozy sabe que en la segunda vuelta contará de tiempo suficiente para volver a atraerse los votos moderados que hoy se está dejando por el camino.

Mientras tanto, el caldo de cultivo creado por la combinación de crisis y miedo puede ―no solo en Francia, sino en buena parte de Europa―, a la larga, dar sus frutos y hacer de la «República de los valores» una Francia monocolor en la que el único tono sea el mismo al que alude otro de los lemas de del FN: el azul marino. Dependerá de los franceses.

@diegoebarros

música cine libros series discos entrevistas | Achtung! Revista | reportajes cultura viajes tendencias arte opinión

Comparte este contenido