Llevo unos años defendiendo, que el ir digiriendo varios de los hitos que han marcado nuestras vidas y nuestra forma de ver y relacionarnos con el mundo, son parte del proceso de cómo nos hacemos protagonistas y artífices de nuestro relato, no unos meros “testigos” del mismo.
Por supuesto, que la gran mayoría de las cosas con las que lidiamos no dependen de nosotros. Sin embargo, hay más margen de maniobra de lo que pensamos, a la hora de gestionar el cómo afrontamos lo que nos vamos encontrando en el camino. Y no tanto bajo la expectativa de resolver de una vez por todas esto o aquello, sino de que nuestras vidas sean nuestras, no algo que esté siendo consumido por uno o varios tipos de alienación a los que estemos condicionados. En esta línea, Cuadernos de duelo podría ser entendida como una catarsis, en la que Rocío Cuadrelli comparte públicamente todas sus inquietudes y reflexiones a raíz del reciente fallecimiento de su padre, Jorge Cuadrelli.
Por tanto, Cuadernos de duelo es y no es un homenaje a dicho profesional de las artes escénicas, en la medida de que el foco está en cómo ha ido evolucionando en ella el significado de su legado en lo personal y en lo profesional. De lo contrario, quizás esta pieza hubiese quedado como un “anexo” de lo que se ha hecho en conmemoración al propio Jorge Cuadrelli: no soy el primero en decir que, la suerte de la vida y obra de quien ha fallecido, está en manos de quienes lo recuerdan.
Así, Rocío Cuadrelli “toma su turno de palabra” reivindicando que no es una “víctima” del fallecimiento de su padre, es una persona que tiene que aprender a redirigir su vida tras dicho acontecimiento. Durante ese tránsito, ella se vale de la representación de escenas más o menos fragmentadas de esta obra, emanando su respeto, cariño, frustración, nostalgia…, por él. Escenas que abarcan una vida entera tal y como si la misma Rocío Cuadrelli fuese la que hubiera muerto. Y en cierto sentido es verdad, porque nada será como antes.
He allí que la primera parte de esta pieza, contenga una mezcla entre lo onírico, el monólogo teatral acompañado de partituras de movimiento…, con el fin de expresar el cómo fue su vida momentos antes del fallecimiento de su padre: tal y como si esos hechos fuesen fruto de un sueño, no algo que realmente ha sucedido. Dando pie a que lleve a cabo una presentación introductoria sobre las fases del duelo, cuyos “toques de humor” desvelaron su lucidez y valentía, al mostrarse vulnerable.
A lo largo de esta pieza, esta actriz y creadora nos desplegó diversos registros de interpretación y un dominio del espacio escénico extraordinario, ya que todo lo que tenía a su alcance debía estar al servicio de que, nosotros los espectadores, nos metiéramos a fondo en los “paisajes” por los que ha transitado su mente y corazón durante este duelo. Ejemplo de lo bien estructurada y dirigida que está esta obra y, no menos importante, de lo ambiciosa que ha sido Rocío Cuadrelli al encomendarse a salir airosa después de tantos cambios de registro, con la música en vivo de Martín Espada sonando de principio a fin, o las proyecciones de La Zorra Audiovisual. Y aún con todo, lo que mantuvo en pie a esta obra fue la solidez actoral de esta profesional.
Por ello y otras tantas cosas, estoy seguro de que en los siguientes pases será cuando esta obra termine de llegar a su cenit. Partiendo de la base, de que Rocío Cuadrelli conserva un espíritu de superación tan grande, que una cosa a la que hoy se le podría suprimir alguno de sus elementos, sería un desperdicio, porque ella está capacitada para que sostener el mundo entero entre sus brazos. De verdad, que ella ha hecho un trabajo ejemplar en lo que ahora se le llama auto ficción.