Por Paula Cantó
Cuántas veces se ha oído aquello de que éste no es un país de rock progresivo. Y si bien es cierto que los conciertos que realizan se resumen en pequeños hervideros de testosterona, ostentan un público envidiable entregado al máximo durante horas de duelos de guitarra interminables.
Roine Stolt y sus Flower Kings de atuendo sesentero se adelantaron a Neal Morse y los suyos y fueron los primeros en complacer al gentío que se agolpaba en la sala But de Madrid. Entre algún ajuste de sonido y temas de media hora, Hesse Fröberg, micro en mano, se encaramaba ahí donde podía e hizo suyo el escenario en cuestión de minutos, adornando su potente chorro de voz con sacudidas de pelo y contoneos con la Les Paul. Stolt, más hablador y cercano al auditorio, bromeó en cuanto al número de público femenino de la noche. Siempre con su porte majestuoso, controlaba la situación haciendo gala de su envidiable dominio del punteo eléctrico mientras Jonas Reingold demostraba con su animada excentricidad que el rol de bajista desapercibido no va con él.
Desde Numbers hasta In the Eyes of the World, la banda sueca deleitó con piezas reminiscentes de la influencia eléctrica del jazz fusión, con matices con regusto a Pink Floyd o Led Zeppelin; o con brillantes pasajes instrumentales, donde en un momento se lució especialmente Tomas Bodin, exaltado tras el teclado.
En plena efervescencia progresiva estaba la pequeña sala madrileña cuando entró el esperado Neal Morse con todo su equipo, entre ellos Mike Portnoy, el mítico batería que en varias ocasiones se encargó de poner la nota de humor del concierto, dirigiendo con las baquetas –que más tarde lanzó al público- en la parte de los coros.
Con espontaneidad y cercanía, Neal Morse contagió a la audiencia de una energía inagotable hasta el apoteósico final, combinando teclado con guitarra en un derroche de jovialidad y entusiasmo, como llevando la salvación de la mano. El nuevo Momentum fue el tema que presentó a este genio del progresivo a poco más de las 9 de la noche, entre bromas y saltos del líder del grupo. Sobresalieron las guitarras de Eric Gillette y Adson Sodré, cada uno a un lado del escenario repartiendo perfiladas melodías y riffs desgarradores.
Author of Confusion, The Temple of the Living God, Another World o 12 fueron varias de las piezas que explosionaron a lo largo de la noche, con la notable ausencia de Weathering Sky, que sí se ha podido escuchar en el resto de su tour europeo. World Without End fue la guinda que culminó la parte de Neal y su banda en solitario, poco antes de que hiciera su entrada Roine Stolt para el primer regalo del bis. Fue entonces, donde ya tomaba forma el espíritu Transatlantic, cuando tuvo su momento una de las composiciones más alabadas, la ascética y cálida balada de Bridge Across Forever. Se vio aquí a un Neal muy delicado al teclado en contraposición con anteriores canciones más movidas, con sus aspavientos de alabanza de brazos levantados, como la estrella de un coro gospel de iglesia americana.
Poco a poco, a medida que se iban desgranando temas como All of the Above, A Man Can Feel o Rose Colores Glasses, fueron apareciendo los miembros de The Flower Kings al completo, para culminar con Stranger in your Soul en una fiesta frenética de virtuosismo de melodías delirantes acompañadas por la abrasadora batería de Portnoy. Despedida a la altura de algunos de los mayores artistas del panorama de rock progresivo actual.
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