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 Por Diego E. Barros

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En busca del tiempo perdido

De Gaulle es de alguna manera el padre de la grandeur francesa, una grandeur que hoy muchos de sus ciudadanos echan en falta por lo que cunde un cierto pesimismo de cara a lo que depara el futuro. Como ha señalado el analista José Ignacio Torreblanca, la grandeur consiste en perder y que parezca que has ganado y Sarkozy, pese a sus intentos y su apariencia de líder internacional todoterreno, no ha podido evitar que el mundo sepa hoy que Francia ya no cuenta lo que contaba. Y lo que es peor, los franceses son de la misma opinión. De Gaulle dotó al país de una narrativa hasta cierto punto heroica. Su presencia directa o indirecta abarca un periodo de casi treinta años en los que además de lavar la imagen de un país tras la derrota y la ocupación de la Segunda Guerra Mundial fue capaz de crear el mito de la Francia resistente. Hollywood hizo el resto. Sin embargo, es cierto que durante esas tres décadas Francia conoció un grado de prosperidad y crecimiento económico y cultural sin parangón. Incluso se permitió el lujo de dar al mundo una revolución más nominal que real, el Mayo del 68, aunque debajo de los adoquines no hubiera arena de playa y aquellos jóvenes que se revelaban contra sus abuelos y padres son los abuelos y padres que hoy lo han estropeado todo. Sarkozy, que no vivió aquel mayo, ha contribuido como nadie por desmitificarlo en múltiples declaraciones. En plena campaña en abril de 2007 fue quien de sentar en uno de los mítines finales al filósofo Daniel Glucksmann, un hijo del 68, al que invitó a hablar. Este, visiblemente emocionado, aseguró que Francia llevaba 25 años «paralizada», y que «no puede perder otros cinco años» para que el país tenga «un futuro».

Durante una alocución ante más de 35.000 personas en París, el entonces candidato prometió volver a introducir «la moral» en la política. «Una palabra que no me da miedo. La moral, algo que después de mayo de 1968 no se podía hablar», pues, según él, los herederos de aquel mayo francés impusieron «la idea de que todo vale, que no hay ninguna diferencia entre el bien y el mal, entre lo cierto y lo falso, entre lo bello y lo feo; habían intentado hacer creer que el alumno vale tanto como el maestro (…), que la víctima cuenta menos que el delincuente (…), que no podía existir ninguna jerarquía de valores (…), que se había acabado la autoridad, la cortesía, el respeto; que no había nada grande, nada sagrado, nada admirable; ninguna regla, ninguna norma, que nada estaba prohibido».

«He cambiado» (otra vez)

revista-achtung-internacional-francia-sarkozy2A día de hoy pocos son los que apuestan por una victoria de Sarkozy en las urnas, sobre todo si se habla de segunda ronda, el 6 de mayo. Tiene las encuestas en contra y va a la cola de su principal rival, el socialista Françoise Hollande. En un reciente artículo publicado en un periódico español, Jean-Marie Colombani, ex director de Le Monde, señala que pese a las insistencias de Sarkozy por vender, nuevamente, su mensaje «buena parte de la población tiene la sensación de que Francia ha bajado algunos peldaños». Sin embargo, el todavía mandatario insiste en encarnar el papel de presidente salvador. Tras meses mareando la perdiz de una candidatura que todos esperaban hace tiempo, Sarkozy escogió su medio favorito, una entrevista en televisión ―la privada TF1― para anunciar definitivamente que optaría a un nuevo mandato de cinco años al frente de la República Francesa. Y lo hizo esgrimiendo un guion que a muchos recordó el ya utilizado hace un lustro: un presidente salvador para una presidencia fuerte en los tiempos turbulentos que se avecinan. La crisis, vino a decir, lo ha cambiado.

Sarkozy lleva semanas instalado en el papel de dirigente experimentado para justificar que «un capitán no debe jamás abandonar el barco». Una metáfora peligrosa dados los recientes acontecimientos en la costa italiana y que acompañó con un lema, Una France Forte, un tanto desafortunado a juzgar por la rapidez con la que los humoristas políticos recogieron en guante para dejar caer la F y sustituirla por una M hasta convertirlo en Una France Morte. Y desde ahí, un amplio abanico de posibilidades. El sentido del humor nunca ha sido el fuerte de Sarkozy, lleva mal las críticas y lo hace en un país en el que existen no menos de cinco publicaciones en cómic ―algunas regulares―, en torno a su persona. Recientemente el equipo presidencial ha conseguido el cierre de varias cuentas satíricas hacia su personal en la red social Twitter lo que ha desatado toda una polémica en Francia acerca de los límites del poder político y la censura.

A Sarkozy, un maestro a la hora de utilizar la televisión en su favor, se le vio la noche de aquel miércoles 15 de febrero nervioso. En ningún momento llevó la iniciativa en una entrevista que sus asesores de imagen diseñaron para dar el espaldarazo definitivo a un presidente al que el traje de candidato no le sienta tan bien como hace cinco años. En varias ocasiones Sarkozy fue interpelado e incluso interrumpido por la periodista para que profundizase y aclarase algunos de los puntos más calientes de lo que pretendía ser un discurso sin aristas. No lo consiguió y, según un sondeo de BVA publicado en la prensa regional el viernes siguiente a la entrevista, el 53% de los franceses consideró sus argumentos poco convincentes. Pese a todo, una semana después de hacer pública su candidatura la brecha que lo separaba de Hollande en las encuestas se ha visto reducida a solo tres puntos, la menor diferencia desde el pasado 13 de enero.

A finales de enero, Le Monde publicó que Sarkozy estaba cansado y que había confesado a sus colaboradores más allegados su intención de dejar la política si no revalidaba la presidencia. A nadie se le escapa que la carrera de Sarkozy comienza a dar señales crepusculares y como todo político con alto concepto de sí mismo, ha empezado a hablar de su lugar en la historia. “Prefiero que me juzgue la historia y no las urnas”, ha señalado. No obstante, cosas de la política, serán las urnas las que dicten veredicto al menos en primera instancia.

Buscando retrasar el veredicto de la historia, el todavía jefe del Estado francés ha defendido su intención de continuar dirigiendo el país «porque en cinco años no se puede hacer todo». En lo que sonó más a disculpa que a otra cosa, Sarkozy prometió devolver «la voz a los franceses» y, sobre todo, protegerles de una «crisis sin precedentes». «Se trata de elegir entre si queremos ser fuertes o ser débiles, no de votar izquierda o derecha», ha afirmado. «Esta es la primera elección del siglo XXI y los conceptos derecha e izquierda están anticuados», aseguró ciñéndose al ideario que el neoliberalismo ha acogido en su seno en los últimos años y que, en Francia y en la actual campaña, ha sido explotado con unos tintes más populistas por parte de la ultraderecha de Marine Le Pen (FN).

revista-achtung-internacional-francia-sarkozy-terminal«Si los franceses me dan otra vez su confianza, será el pueblo quien decida, y en cuanto haya un bloqueo a una decisión importante les daré la palabra». Como ya lo hizo al anunciar su candidatura, reiteró su voluntad de ser «el candidato del pueblo» e insistió en la defensa de los valores tradicionales como la autoridad y la familia. En el enésimo giro surrealista el viernes 16 de febrero inauguró su cuartel electoral en un acomodado barrio al sur de París para, dijo «estar cerca de la clase media». Puesto que la zona, a la que se puede acceder a pie desde el Eliseo, es una de las más caras de la capital francesa puede que su búsqueda le lleve algo de tiempo. Allí trabajará con su equipo de asesores del Elíseo, un círculo cerrado encabezado por el oscuro Patrick Buisson, ex periodista, director del semanario ultraconservador Minute y hasta 2007 íntimo de Le Pen. Desde entonces es uno de los colaboradores más cercanos al presidente, la pluma que ha ideado la parte más populista y reaccionaria de su programa.

Sarkozy insiste en presentarse como el garante de la voluntad popular y también ahora, el incansable paladín frente a unos mercados indolentes ante los más humildes. Es por eso que su argumentario ha vuelto a girar a la derecha con la apelación a los valores, la seguridad y la esencia de una Francia que sólo existe en la imaginación de algunos o, lo que es peor, en los recuerdos del régimen de Vichy.

Como primeras medidas, el presidente ha prometido que convocará dos polémicos referendos populares ―sobre la prestaciones del desempleo y los derechos de los extranjeros―, y ha intentado encandilar al electorado más reaccionario subrayando, como hizo en 2007, las raíces cristianas de Francia y descartando reformas como el derecho de voto a los inmigrantes, el matrimonio homosexual, la adopción por parejas del mismo sexo y la eutanasia. Como hace cinco años, Sarkozy intenta conjurar la sangría por la derecha en dirección al Frente Nacional de Marine Le Pen que se ha estancado en las encuestas en un tercer lugar en torno al 18% de intención de voto.

El referéndum fue muy usado por el populista general De Gaulle, pero en la Francia moderna ha generado bastantes problemas y dudas constitucionales. El último quebradero de cabeza llevó al traste el proyecto de Constitución Europea cuando una mayoría de franceses dijo no en 2005. Sarkozy quiere utilizarlo ahora para dar una vuelta de tuerca en derechos sociales e inmigración sin que el Parlamento, el Constitucional y los sindicatos puedan bloquearla. «Cada vez que una iniciativa sea bloqueada acudiré al pueblo», insistió el pasado 19 de febrero durante un mitin en Marsella.

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La primera consulta trataría de que los ciudadanos digan si se deben restringir las ayudas a los parados que se nieguen a recibir un plan de formación o una oferta laboral: «Es un cambio muy profundo, y la mejor forma de superar los obstáculos sería ir directamente al pueblo francés, si no podemos alcanzar un acuerdo con los agentes sociales», justificó Sarkozy.

El segundo referéndum versaría sobre los derechos de los extranjeros: limitar el derecho de asilo, frenar los matrimonios mixtos y hacer que sea la justicia administrativa y no la penal la que se ocupe de la inmigración para agilizar y facilitar las expulsiones de los sin papeles. Es decir, una justicia especial y diferente para los extranjeros y nacionales. Esta propuesta ya ha sido manejada por la derecha en el pasado, pero fue abortada al requerir una reforma constitucional. A la espera de lo que pueda pasar, el debate está en la calle, y desde las filas gubernamentales se alimenta con gasolina la mecha de la intolerancia.

Si algo faltaba al cóctel de campaña se ha encargado de ponerlo la primera dama. Carla Bruni entró de lleno en ella el pasado 16 de febrero con unas declaraciones a Le Parisien en las que se mostraba «encantada» con todo lo hecho por su marido durante este mandato: «lo ha hecho todo bien o casi». Lo dice quien en 2007 apoyó ―no vota dado que no tiene la nacionalidad francesa» a la socialista Ségolène Royal. En estos comicios, Bruni está multiplicando su presencia acompañando a su marido en los grandes actos y realizando visitas de corte social en solitario. Quizá, los estrategas de Sarkozy dan por bueno otro de los chistes locales. El que dice que lo mejor de Francia en estos últimos años es Carla. Lo peor es que Bruni es italiana.

@diegoebarros

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