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La navidad es un momento peculiar y cada cual vive la navidad a su manera.  Hay de todo, unos ponen belenes, otros árboles de navidad, hay quien cree en los reyes magos, o en papa Noel. También están los que no creen en nada, y luego están a los que se les va la olla, creen en todo y lo ponen todo.

Mi vecino es de esos. Si hubiese un representante de la navidad a nivel mundial, ese es mi vecino. Este caballero es el único ser que pone a papa Noel en la ventana, a los tres reyes magos en el balcón, un árbol de navidad en patio, y un belén en el salón. No contento con esto, coloca suficientes luces en el exterior de la fachada, como para que todo el barrio viva de la luz residual durante la navidad. En serio, pasar por su casa da como buen rollo. No sé cómo explicarlo, yo no soy muy navideño, pero es imposible mirar a su ventana y no ponerte de buen humor mientras se te derriten las pupilas.

Foto: Nick Fewings

Foto: Nick Fewings

 

Hace dos años ponía altavoces, pero dejo de hacerlo por recomendación de la policía local. No es que fuese ilegal poner el villancico de “los peces en el rio” en bucle durante toda la navidad, (que debería de serlo), pero es que, por lo visto, a uno de los vecinos no le gustaba esa canción y se lo hizo saber pintándole una polla en el capó del coche. También le escribió unas letras alrededor donde se podía leer: “Y vuelven a beber”.

El tema de los belenes de navidad es un tema complicado. El problema de todo belén, es que las figuras se rompen y se pierden con los años, y estas se van reponiendo con otras figuras que no son del mismo estilo ni del mismo tamaño. Para mí, lo más preocupante es esto último, el tamaño. No es que esté mal, pero es un poco desagradable a la vista ver un belén donde hay un pato que le saca seis palmos a los dromedarios de los reyes magos, o ver como entre todos los pastores está, “El pastor”. Uno que, en proporción real, podría medir doce metros más que los demás, y que va acompañado por una oveja que le saca cinco cabezas al pato. En el zurrón del gran pastor podrían caber seis pastores normales, y los tres dromedarios de los reyes magos. En caso de que ese belén fuese real, sería terrorífico vivir en un lugar así. Yo desde luego no saldría de mi casucha de paja hasta que alguien matase al pastor y colgase su cabeza en algún lugar visible, a modo de advertencia para la llegada al belén de futuros gigantes.

El otro día vi un belén donde el niño Jesús recién nacido era más grande que sus padres. Era jodidamente desproporcionado, como si dos Chihuahuas se hubiesen apareado y hubiesen tenido un gran danés

Me podía imaginar los pensamientos de ese José de Nazaret en el pesebre:

No tengo bastante con tragarme lo de la paloma, que encima me viene esto. Mi vida se está convirtiendo en un chiste.

Foto: Aaron Burden

Foto: Aaron Burden

 

Le pregunté al dueño de este belén tan peculiar, y me dijo que, esa figura del niño Jesús la había heredado de su abuela y por eso la ponía, a modo de recuerdo. Lo que más me jode de esta situación, es que, si hay un niño Jesús foráneo e impuesto en ese pesebre, significa que tiene que haber otro niño Jesús más acorde con el tamaño de este belén, guardado en algún cajón oscuro, separado de sus padres y donde pasará una navidad solitaria y triste. La imagen me rompe el corazón, es deprimente hasta para un no creyente como yo. Supongo que los demás familiares de este tío también han tenido la “suerte” de heredar más figuras de su querida abuela. Me alegra no ser de su familia.

La gente no debería de ir por ahí regalando, ni dejando en herencia figuritas de belén sin saber el año, el modelo y el tamaño del belén original. En serio, yo creo que son cosas muy personales, es como ir por ahí regalando dentaduras postizas.

Me acabo de acordar de que en mi casa teníamos un niño Jesús con los dos brazos de plastilina. Estuvo un tiempo manco, pero cuando perdió el brazo que le quedaba, le hicimos dos de plastilina que le quedaron cojonudos, incluso ganó mucha versatilidad. Lo mismo le colocábamos los brazos en modo rezo, que al rato le colocábamos una espada de playmobil para defender el pesebre. Ese niño era un crack. Con el tiempo también se le rompió la cabeza, ahí dimos por concluida su tarea. A decir verdad, no queríamos jubilarlo, le teníamos cariño, pero ni mis hermanos ni yo fuimos capaces de moldear una cabeza de plastilina con unos rasgos medio decentes, así que, lo tuvimos que dar por perdido. De haberlo dejado sin cabeza, estoy seguro de que todas las figuras del belén, incluyendo los tres reyes magos, se hubiesen dado la vuelta solas, alejándose del nacimiento por miedo al niño sin cabeza. Ya hace mucho que no montamos el belén, pero a estas alturas y teniendo en cuenta la de veces que se han movido las cajas del belén de un sitio a otro, necesitaría para montarlo, algo de paciencia y unos doce kilos de plastilina color carne.

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