Por A.C | Ilustración Daniel M. Vega
Tenía uno de esos días. Llevaba cachondo toda la mañana, no me había decidido a vestirme y correr a meterme en la cama de Marta para follármela medio dormida. Alguna vez lo he hecho, son las ventajas de vivir tan cerca, tener un juego de llaves, saber cuándo está sola porque me lo cuenta todo por whatsapp. Y yo a ella, fue la primera a la que le conté lo del martes. No le molan demasiado mis historias con tíos, aunque al menos esas sí puedo compartirlas con ella. Yo en cambio le pido que me cuente sus rollos con maduritos. No soporta a los jóvenes, yo en contadas excepciones. A esos maduritos que se liga Marta les gusta la piel suave, los cuerpos de veinte años. A mí en cambio me va mucho la gente que me dobla en edad, me ponen muy burro. El tío del martes me calentó desde el primer mensaje y esa foto de su rabo hinchadísimo. De esos que se cuidan, de gym de toda la vida. En cuanto me abrió la puerta de la calle, sentí ese hormigueo en el vientre. Me recibió en bolas, me arrancó la camiseta y me hizo esnifar dos chutes de popper que tenía allí mismo en una estantería. Luego me agarró la cabeza y sin besarme ni nadame obligó a agacharme para ponerle boca. Supe que eso era lo que hacía siempre: recibir en bolas, usar popper, no intercambiar palabra.
No sé cuánto rato me tiré de rodillas. No me soltaba, quería que me la tragara hasta el fondo y yo me la tragaba hasta el fondo. Se me saltaban las lágrimas, pero no podía dejar de mamar. Me arañó los hombros, me tiró del pelo, cuando le apeteció me agarró del cinturón y me arrastró hasta la cama.
– Quítate todo, maricón.
Me echó boca abajo sobre el colchón y se puso a restregarsu pecho peludo por mi espalda. Me mordía el cuello, el pelo, los hombros. Su polla no tardó en buscarse camino entre mis nalgas. Yo apretaba fuerte para evitar lo que él quería. Aunque había un par de preservativos al alcance de la mano, era uno de esos tíos que primero prueba a ver si te dejas. Y yo solo dejé que jugara, aunque fantaseaba con que me la estaba metiendo de verdad. Odio que siempre sea lo mismo, al fin y al cabo quién no quiere follar a pelo, es lo natural. Me la llegó a clavar casi entera cuando escupió allí, me hizo esnifar popperpor cuarta vez y yo ya me abandoné porque, joder, claro que lo deseaba. Me hizo mucho daño, grité.
– ¡Ponte condón o me largo!…
Obedeció, todo su papel de macho que te va a violar si te resistes era una fachada. Les conozco, son así la mayoría. Seguro que si le daba la vuelta me lo follaba yo y todo. Se salió, se colocó el condón, volvió a escupir. Respiré hondo, eso iba a doler. Él lo sabía y volvió a ponerme el popper en la nariz, y yo aspiré como si ese fuera todo el aire que quedara en el mundo. Echó su peso sobre mí, me agarró de las caderas y me penetró de un golpe seco. Yo aplasté mi cara contra la almohada y me perdí en ese tacto áspero, en el hueco que se abría en mi cabeza, en el sonido de nuestros jadeos. Hubo un momento en que ya no me dolía, pero solo quería que acabara de una vez. Como si me hubiera oído, de pronto se incorporó, tiró el condón al suelo y me dio la vuelta para que se la mamara hasta el final. No, no me avisó. Yo me asusté bastante, contraje la garganta como si me fuera la vida en ello y, en cuanto pude, me solté y corrí hasta el baño que daba al dormitorio. Por suerte había enjuague bucal, debí de usar un cuarto de litro.
Cuando salí lo encontré allí tendido, pajeándose con su erección todavía perfecta. Sentí la tentación, el puto hormigueo. Pero como por instinto decidí vestirme a toda prisa, sin decir nada, ni siquiera cuando fui a recoger mi camiseta ahí tirada junto a la puerta, al lado de la estantería del popper y todos esos vinilos de jazz, de soul, de blues, que no había visto hasta entonces. Tenía un tocadiscos de los de antes, perfectamente conservado. Unos bafles gigantescos forrados de madera. Una hilera de botellas de vino caro. Ese tío tenía un gusto estupendo, le dije a Marta por whatsapp en cuanto me metí al ascensor. Me recibió con Billie Holiday, luces indirectas, un Gran Reserva para los dos. Me hizo el amor poco a poco, primero en el sofá, lentamente. Luego ya en su cama, con muchas caricias y muchos besos todo el tiempo. Luego nos quedamos abrazados un buen rato, le pedí algo de Wayne Shorter, una última copa de vino. Estoy llorando, Marta. Por supuesto que de felicidad. Oye, me gustaría verte. ¿Haces algo esta noche?
} continuará
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