Por Marisol Gándara
Nada hubo de ocioso en aquel ahorrar jadeos y orgasmos,
puños cerrados
para que se contuviera la mano
y el tacto contenido.
No malgastar así percepciones y sentidos
excitación innecesaria del hipotálamo
en operaciones abocadas al fracaso.
No somos misioneras de creencias inventadas
y estamos por descubrir.
Nada hubo de lúdico
en contener los movimientos de débito,
repensar cada inversión de palabras,
cada gasto en copas,
todas las cenas especiales…
fue trenzar las dos piernas
sabiendo que existe ahí una ranura
donde los pagos llegan siempre con demora
y no siempre se concede crédito
a las palabras o los nombres,
a los gestos y los actos.
Nada hubo de innecesario en seguir esperando,
reservarnos para mejores platos
y devorarnos.
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