Por Marisol Gándara
El mercado no existe,
somos tú y yo ignorando necesidades y deseos,
son ellos cambiándole el nombre,
tergiversando y conmutando en el mapa
la ubicación de nuestros pecados y capitales.
¿Nos confunden o nos dejamos confundir sin remedio?
Porque eso que unos llaman lujuria, pura codicia,
es a veces supervivencia,
el animal buscando poder
someterse al político.
Y esa envidia,
toda la ira que llena las calles
no es más que una réplica
sacudirse instintivamente las cadenas,
el político queriendo ser animal de nuevo.
Porque el mercado quizás ya no existe
y el ojo, perezoso,
la pereza de la mente,
se cierran a las múltiples dimensiones
porque somos uno y todo,
víctimas y verdugos de este calvario,
la cruz es sólo un complemento que puede cambiarse.
Porque de tanta gula,
de tanto ingerir e ingerirte
la transacción no existe
y no somos más actores que de una acción
en la que siempre te poseo
y quizás nace así la ficción
un espacio donde el intercambio
es entre carne
y sueños.
Porque el mercado no existe si no quiero verlo,
es una ficción arquitrabada en cielos
que observamos entre la convicción,
la indiferencia y el miedo.
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