Por Marisol Gándara
Qué triste, mi querido rufián,
que depositemos en ti según la noche
o la legislatura
toda nuestra energía y empeño, toda la fuerza,
y que no hayas sabido ver lo evidente
que nunca fue sólo cuestión de dinero
y ya no es poder o sexo el dilema
es el sueño,
la promesa incumplida palpitando entre las piernas
en las sienes,
aprender a andar con la eyaculación contenida
o esa alegría acechada que nunca acaba de explotar del todo
para convertirse en risa.
Mi querido rufián, qué triste tener que escribirte la verdades en verso
para codificar así la cordura y que no sea tan loca,
sólo un poema.
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