Por Marisol Gándara
Quizás nos falte por practicar
el salto del ángel en colectivo
en plena depresión global
y económica,
pero tenemos ya, tal vez,
alas de acero inoxidable
estómago inmune a los venenos,
la mente habituada a electroshocks y luces de colores
y el corazón, hace ya tiempo,
no es más que una caja de ritmos.
Es la inercia aprendida de la historia.
A qué vienen pues de lejanas tierras,
cruzando un océano,
prometiéndonos un sueño,
una tierra, una ciudad sobre una colina
cuando aquí, animales viejos,
buscamos sólo el cuerpo prometido,
hacer de él, como con las ciudades hicimos,
lascivia, cenizas y mitos.
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