Seleccionar página

Por Marcos Rodríguez Velo

Una portada pop art/kitsch que representa, en palabras de la propia artista a una “near-future cult leader”; un estado mental atentísimo a los detalles y siempre un poco contaminado; el típico rompecabezas musical caleidoscópico capaz de complicarse y enriquecerse disco tras disco: ¿qué otro resultado podríamos esperar de alguien que entre sus artistas preferidos cita a Stravinski, a Nirvana, al hip hop o a Beyoncé?

Y a pesar de todo, Annie Clark es muy consciente de la dirección que ha tomado, de su situación como icono avant-garde y pop al mismo tiempo o, como le gusta decir a ella, del “vivir en la intersección entre lo accesible y lo chiflado”. En este sentido, el cuarto álbum, de nombre St. Vincent, quizás represente el paso más importante, siendo a la vez el testimonio fiel de un momento artístico verdaderamente feliz para la artista nacida en Dallas. Dentro de este disco se hace evidente el tiempo pasado de gira con David Byrne para la promoción de Love This Giant (“David es realmente una persona sin miedos en los artístico, y eso me ha inspirado muchísimo”), así como una concepción de la música que nunca había sido tan humana y futurista al mismo tiempo.

St. Vincent es quizás uno de los discos más influido por Talking Heads, en el sentido de que construye su sonido sobre un factor rítmico que ya no es la variable con un punto de locura art-pop y circunscrita del pasado, sino que se convierte en el director de orquesta de conjuntos sonoros triturados y coordinados con finura entre ellos. Todo ello con un John Congleton en las labores de productor artístico y excelso a la hora de manejar las contribuciones instrumentales, descontextualizándolas en una partitura ‘por encima’ del pentagrama, pero capaz de crear un imaginario coherente y, en ciertos pasajes, inédito. Una St. Vincent nueva, menos “ingenua y clásica” que la de Marry Me, en apariencia menos estructurada que la de Actor, más concreta y con un punto psicodélico.

El material, una vez tratado en la sala de producción, es formidablemente inmediato, orgánico y asimilable. Un poco porque Clark ha sido siempre devota de la guitarra eléctrica, un poco porque su poética es frecuentemente “víctima del momento”, por exquisita y esculpida. Sirva de testimonio el funk cibernético de Rattlesnake, nacida tras una mala experiencia en el desierto con una serpiente, una Huey Newton inspirada por una alucinación protagonizada por el fundador del movimiento político de las Panteras Negras o Birth In Reverse, que homenajea sin titubeos a los omnipresentes Talking Heads. El resto del repertorio viaja con concesiones a la St. Vincent más clásica y melódica de los primeros discos (Prince Johnny, e incluso Regret), paréntesis ambientales (I Prefer Your Love) y en general con un enfoque capaz de actualizar la estética propia de Clark con tribalismos (Bring Me Your Loves) y cataratas de sintetizadores.

Una cosa hay que dejarla clara: aquellos que en el pasado se han tomado los desvaríos y vuelos de fantasía de Annie Clark como una falta de equilibrio, han entendido poco o nada de esta artista (el álbum Actor, por ejemplo, es la demostración de una complejidad y una riqueza enorme, sobre todo desde el punto de vista de la escritura). Dicho esto, St. Vincent es paradójicamente el disco más canónico y normal de Clark y el que tendrá más beneplácito en términos de consenso. El hecho de que consiga este objetivo con un nivel tan grande de creatividad y sin hacer concesiones, lo convierte en un caso más único que raro.

música cine libros series discos entrevistas | Achtung! Revista | reportajes cultura viajes tendencias arte opinión


Comparte este contenido