Pártase de la base, de que los integrantes de esta compañía andaluza han representado una adaptación de Venganza de Federico Cassini. Por tanto, estamos ante una interpretación de tantas, sobre uno de los episodios de la vida de Orestes (personaje que ha sido comprendido y repudiado en nuestra tradición occidental), quien se vio abocado a vengar la muerte de su padre, Agamenón, bajo el beneplácito de su hermana Electra.
Aquí no sólo estaba en juego quién ostentará el trono que estaba llamado a ocupar el propio Orestes; sino que además, Clitemnestra asesinó impunemente a su marido con la complicidad de sus amante, Egisto, tras sentirse obligado a sacrificar a su hija Ifigenia, después haber salido airoso de la Guerra de Troya. Orestes y Electra no fueron capaces de perdonar semejante traición de su madre estando ante los restos de Agamenón, así que decidieron entrar en acción hasta que Clitemnestra fuese degollada por su propio hijo. No obstante, estos hechos desencadenaron que interviniesen Las Erineas (también conocidas como “Las Furias”) para atormentar a Orestes por la gravedad de su matricidio. Orestes se sintió avalado, en primer lugar, porque pudo huir del intento de asesinato de su madre tras haber matado a Agamenón, luego por el expreso mandato de Apolo a través del Oráculo de Delfos. Ante tal colisión, Orestes se dirigió desesperadamente a Atenea, para que la diosa fallase si él quedaba absuelto o no de sus crímenes.
Ambas partes expusieron sus argumentos con vehemencia. Incluso en esta versión, Electra termina poniéndose del lado de Las Erineas, acogiéndose en el hecho de que su hermano fue el ejecutor final de la muerte de su madre. Atenea termina inclinándose por absolver a Orestes, pero en Orestes a juicio él termina siendo sentenciado por petición del pueblo. Ante tal Tragedia Griega, nosotros los espectadores, nos podemos sentir “arrastrados” a un sinfín de reflexiones y emociones a la hora de tomar partido por una de las posturas. Y aunque a más de uno tanta “intensidad” puede convertir a esta historia en algo “plano” e inverosímil, este equipo de profesionales dirigidos por Rubén Fernández, consiguieron hacernos vibrar de principio a fin. Siendo que daba la sensación de que lo que ellos estaban contando en escena, realmente estaba pasando aquí y ahora.
Claro, que en medio de un estreno uno suele identificar cosas que aún precisan ser trabajadas, o en su defecto, podrían lucirse más. Pero en el caso de los miembros de Teatro de la Resiliencia, ello se resolverá cuanto más rodaje tenga esta pieza. Porque en cada acción de estos profesionales se nota que creen en lo que están haciendo, aunque ello suponga “dejarse años de vida” sobre el escenario. Me parece sorprenderte, por ejemplo, que Nero Rodríguez haya tenido tal templanza en su interpretación del personaje de Orestes, como para saber graduar y diferenciar los diversos de niveles de lucidez y desboque emocional al que se le sometía a su personaje. Sin olvidar que, precisamente, en el mismo era en dónde recaía el mayor peso de la obra.
Por otra parte, la enmarcación “rockera” reflejada en su vestuario o en el ambiente sonoro (éste último a cargo del grupo Hay un ombligo en mí), redirigía la escalada de los hechos acaecidos en Orestes a Juicio, a una dimensión en la que parecía que estamos viendo dibujos animados de los años ochenta. Sí, aquellos en los que sucedían cosas que hoy por hoy se considerarían “inapropiadas” para los más pequeños, por los grados de violencia y la madurez que iban desarrollando sus protagonistas y antagonistas a lo largo de dichas producciones. En esta línea, creo que estas investigaciones estéticas contribuyen a que los grandes clásicos del teatro occidental no se queden como “objetos de museo”, o algo susceptible de “codificar” en nuestra edad contemporánea para que se consideren “actualizados”. Y como estos profesionales fueron muy respetuoso para con la tradición que nos ha llegado de la cultura clásica, pues, que más que apoyarles para ser testigos de qué tan lejos llegarán en este proyecto, y no menos importante, a quiénes inspirarán en el camino.
Uno de tantos aciertos de Orestes a juicio, es que estos profesionales consiguieron mantener en vilo a todos los que integramos al público, independientemente, de que dentro del mismo haya habido gente que haya consultado la historia de Orestes. Lo anterior, creo que es uno de los horizontes a los que todos los profesionales de lo escénico que se apoyan en los grandes clásicos, deberían aspirar. Puesto que, entre otras cosas, significará que habrán “decantado la balanza” hacía un valer la pena conocer el clásico en juego en persona, en vez de acercarse al texto original, a los vídeos de las obras disponibles en la red, etc… Cosa que es fundamental a la hora de poner en valor la necesidad de las artes escénicas.
Sin lugar a dudas que, los integrantes de Teatro de la Resiliencia me han dejado con ganas de más, y con curiosidad de visionar cómo irán configurando su particular manera de representar historias, que le están ayudando a definir su propio discurso sobre la realidad que viven en los días que corren. Ya su obra anterior, El Despedazamiento de los Cerdos, entraba de forma frontal sobre cómo gestionar las violencias machistas, incluyendo la que se da en relaciones de personas del mismo sexo; mientras que en Orestes a juicio, «arrincona» a sus espectadores a evaluar dónde están los límites entre el respeto a mandatos socio-culturales, la devoción hacía deidades, o el mero ejercicio de la libertad, en un contexto en que uno debe escoger entre qué tanto se es consecuente con sus necesidades personales, y el convivir en medio de una sociedad que se rige bajo convenciones más o menos justificadas. Desde luego que, ha sido un placer reencontrarme con el buen hacer de estos profesionales.