El estreno de Terrario [La tierna indiferencia del mundo] de Mercedes Pedroche & Compañía, en el contexto del ciclo Canal Baila, nos deja con un trabajo brillante y necesario. Para entender la infinidad de posibilidades que tienen las artes escénicas contemporáneas, a la hora de visibilizar las contradicciones que ponen a debate los valores que hasta ahora nos han sido “útiles” para relacionarnos los unos con los otros, desde lo individual a lo colectivo.
En el marco teórico que sustenta a la filosofía del Teatro del Oprimido de Agusto Boal, se parte de la base de que todos los seres humanos hemos interpretado los roles de oprimido y de opresor, hasta incluso poderse extraer de sus escritos, que podemos pasar de un rol a otro en cuestión de horas o de contextos en el que nos desenvolvamos. Es más, se ha de tener en cuenta que lo que hace a un opresor serlo, no es más que un abuso de su posición de poder en el momento en el que hay un conflicto de intereses con quien terminaría siendo el oprimido, al ser este último llevado por delante a través de algún tipo de violencia. Por tanto, no es preciso afirmar que un opresor opera desde la “maldad”, al mismo tiempo es preciso aclarar sobre el caso de la persona que fue oprimida, que no es un simple “inocente”. Y aunque ésta haya terminado derrotada, al menos se defendió, legítimamente, su postura hasta al final.
Hannah Arendt en Eichman en Jerusalén concluía (entre otras cosas) que un acto malo nace de la carencia de reflexión, en contra posición con que un acto bueno proviene, necesariamente, tras una profunda reflexión. Lo que me conduce a decir que muchas de las cosas que hacemos en nuestro cotidiano, son convenciones que se han ritualizado, vaciándole el contenido que le dio lugar a una “fundación” que se proyectaría a medio/largo plazo en un territorio concreto. En el que cada vez que se reproduzca una situación que tenga una suerte de reminiscencia a dicha fundación, lo suyo sería recrear ese comportamiento que ha terminado siendo el producto de un consenso en el que eso es determinado como “correcto”.
Basta acercarse a ejemplos como los modales en la mesa, pasando por pagar los impuestos según la ley que esté vigente… A dónde quiero llegar con todo esto, es que hasta lo considerado como “correcto” puede retorcerse tanto, que puede llegar a ser un pretexto para actuar y reaccionar de un modo arbitrario. Cosa que está profundamente relacionada con que, nosotros los seres humanos, nos hemos dado un Contrato Social en el que hemos burocratizado los modos de relacionarnos con los otros, confundiendo los medios con los fines en el ejercicio de abordar las cosas desde maneras “civilizadas” (con todo lo que ello supone).
¿Qué tiene que ver todo esto con Terrario [La tierna indiferencia del mundo’]? Pues, que Mercedes Pedroche & Compañía nos emplazaron a un plano paralelo al de nuestro cotidiano, en el que todos los marcos que he mencionado antes quedan entre paréntesis. De tal modo, de que si varias de las escenas que componen a este trabajo nos causan impacto, a nosotros los espectadores, ello está involucrado con que el imaginario en el que hemos estado sumergidos desde nuestro nacimiento, no contempla que se plateen las cosas fuera del esquema que diferencia de una forma de lo más irreconciliable y codependiente: del bien y aquello que carece de bien (al menos desde el punto de vista de la civilización occidental).
He allí que esta pieza saque a relucir de un modo descarnado y sin pedirle permiso a nadie, muchas de las contradicciones con las que convivimos mientras actuamos de maneras “civilizadas” con los otros. A pesar de que si nos paramos a pensar sobre lo que hacemos, dando pie a caer en la cuenta que muchas de ellas tienen la vocación de cumplir con nuestro cometido como “personas de bien”. Es secundario si ello nos nace del corazón o cualquier cosa por el estilo, reproducimos una serie de comportamiento de cara a ciertas personas con las que no nos hemos entendido, para no ser juzgados por los que harían de las veces de “testigos”, y en última instancia, ante nosotros mismos. Ya el mismo Augusto Boal en Arco Iris del Deseo, nos remite a la idea de que todos tenemos una especie de “policías en la cabeza” (lo cual está desarrollado con mayor profundidad en la obra de Michel Foucault) que operan cuando estamos en una situación en la que podría generarse puntos de inflexión (sea a la hora de tomar alguna decisión, o por ejemplo, algo que pueda determinar la relación que tenga con una persona que ha adquirido cierto peso en nuestras vidas).
Ahora bien, los personajes de Terrario [La tierna indiferencia del mundo’] ni siquiera responden a esas “vocecitas” de unos eventuales “policías en las cabezas” en ellos mismos; sino en realidad, que actúan según en qué estado y que estatus con respecto a los otros, se encuentren. Así, un personaje pasa de un lugar a otro como si se transitase del frío al calor, si se tiene ahora sueño y luego se estará satisfecho tras un atracón de una buena comida que se avecine… El caso es que son una serie de individuos que interactúan los unos con los otros, sin que haya un Contrato Social que les oriente o les haga recurrir a persuadir al otro de modos no violentos. Por eso en numerosas ocasiones se decantan por agredir, humillar…, ante los demás, a quien fuere que interprete el rol de ser el “objeto de consumo” de la escena que fuere que esté en juego.
Claro que también en esta pieza está presente una fuerte crítica a comportamientos impasibles ante situaciones de violencia, aunque se presuponga que todos somos seres humanos “civilizados”. Pero a mí me resulta más edificante poner el foco en que los valores que erigieron a la Modernidad se han estado diluyendo, haciendo que los límites que han diferenciado el bien de lo que carece de bien, vayan perdiendo su sentido y significado, a menos claro, que nos aferremos de maneras reaccionarias, para que los pilares que han sostenido a nuestro imaginario compartido se perpetúen, pase lo que pase.
De Cualquier modo, Mercedes Pedroche & Compañía representaron un trabajo que resalta los aspectos más nihilistas de la compleja sociedad en la que vivimos. Ello entra en consonancia con que los personajes se les van “antojando” una serie de cosas, desvelando que sus impulsos son más viscerales, que algo que se corresponda a un proyecto de vida que les redima en tanto sujetos en lo personal y lo colectivo. Por si queda alguna duda, no pienso que Mercedes Pedroche & Compañía con esta pieza nos estén diciendo, a nosotros los espectadores, que el mundo en el que vivimos no haya lugar a la transformación social, o a constituir en uno mismo un proyecto que nos trace el camino a ser seres humanos más íntegros. Por el contrario, me decanto por la idea de que a través de artes escénicas uno tiene margen de maniobra para plantear una serie de cuestiones que nos interpelen a todos, teniendo como premisa que nuestro cotidiano no nos suele inducir, a dedicarle tiempo a pensar sobre lo hacemos y hacer lo que pensamos (cosa que está más desarrollada en la Condición Humana de Hannah Arendt).
No se trata de confiar que con esta pieza y otras que abordan temas de filosofía política y los propios de la condición humana, vaya haber una antes y después en lo colectivo, pero cabe pensar que un trabajo tan potente que no te deja espacio para “huir” de lo que está sucediendo en el lugar que esté siendo representado (como es el caso de Terrario [La tierna indiferencia del mundo’] ), demuestra lo imprescindibles que son las artes escénicas como medio de comunicación para intervenir en el foro público del que todos formamos parte. Foro que cada vez más, se le han restringido sus marcos de actuación al irse consolidando una tendencia, en el que el individualismo y el gregarismo se están imponiendo, posibilitando que el otro sea deshumanizado en un contexto de conflicto que, digamos, se le está yendo de las manos a los involucrados.