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Este grupo de profesionales nos presentaron un despliegue tan diferente a lo que yo estoy acostumbrado que, a los pocos minutos de su inicio, me sentí desarmado y llamado a dejarme hacer. Y si encima, tengo el privilegio de ver bailar a sus anchas a Yinka Esi Graves, pues, las palabras que podrían salir de mi boca serían pura redundancia, o provenientes de cumplir con la publicación de un texto que se adecué, mínimamente, a unos estándares determinados.

 

En el interior de esta profesional británica circula una fusión de manifestaciones artísticas, experiencias, pensamientos y emociones, que el que haya recurrido al clásico formato de uno o más intérpretes bailando al son de una música en vivo, no se hace como si “esta obra ya se había visto”; sino más bien, como que dicho punto de partida del cual uno ya está familiarizado, sirve de impulso para adentrarse más afondo en The Disappearing Act.

Tal y como cuando uno asiste a un concierto de un grupo de música cuyas canciones están en un idioma totalmente ajeno al propio. Sin embargo, “suenan” tan bien esas palabras en alianza con lo que tocan los músicos, que lo que fuere que se haga en contra corriente, podría ser entendido como un modo de resistencia a una experiencia estética, o incluso, una oportunidad para descansar del “estado de alerta” que lleva consigo tratar de filtrar los estímulos que percibimos del exterior, en consonancia a nuestro imaginario personal.

Foto: Luis Castilla

 

Lo cual es bonito, enigmático y esperanzador, en tanto y cuanto que aunque uno sea una persona que ha presenciado unas cuantas creaciones escénicas, aún se es susceptible de toparse con obras que le dejan como si fuese de las primeras. Claro, que la misma está poblada de referencias y numerosas reflexiones hechas “carne”, y que, posiblemente, se tuvo la oportunidad de estudiarla como si de un “espécimen de laboratorio” se tratase. No obstante, cuando estamos en el marco de una disciplina que no es cuantificable en cada uno de sus dimensiones, caemos en la cuenta de que una gran parte de su razón de ser reside en el drama humano. Entonces, es el momento de darle un mayor uso a las herramientas que nos proporciona la filosofía, en la medida de que ella nos ayuda situar aquellas cosas a las cuales no disponemos a día de hoy todas las respuestas, pero su práctica nos brinda lo que necesitamos saber para seguir adelante.

Desde luego que, ello no genera una sensación reconfortante, pero nos recuerda que el cómo es percibido el “objeto de estudio”, ello será leído desde un lugar que condicionará su interpretación final. Por tanto, cabe asumir y reivindicar lo imprescindible que es habitar espacios de diálogo y cooperación con otros individuos, mientras se está integrando lo que se ha experimentado de manera colectiva e individual. En esta línea, el filósofo español Ignacio Izuzquiza subraya la importancia de que toda disciplina que aspire a desarrollarse y proyectarse a lo largo de numerosas generaciones, precisa que instaure una tradición en la cual las enseñanzas y logros de nuestros predecesores sean citables, verificables…, de tal forma que, en el presente se establezca una suerte de tensión entre las inercias que nos han hecho posibles, con nuestras potencialidades. Así, yo añadiría, que una superación o “disolución” dialéctica de lo actual, sería de lo más natural.

Foto: Luis Castilla

 

Sin lugar a dudas, que lo que les acabo de introducir da para un monográfico de cientos de páginas, pero el caso es que salí del Teatro Central con un buen sabor de boca y con la garantía de que todavía estoy vivo. Por tanto, cabe agradecer a los profesionales que están detrás de The Disappearing Act, que hayan sido capaces de desencadenar sensaciones y pensamientos de esta índole, de cara a que esto no quede como una anécdota; sino más bien, como un detonante del cual todos, en mayor o menor medida, nos podemos beneficiar. Dejando un “rastro” del que se podría derivar un trabajo para dedicarse una vida entera desde lo antropológico, lo estético, los epistemológico, lo ontológico, etc.…, se refiere.

 

 

 

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