The Fleshtones son una banda que llevan 40 años juntos, haciendo garage rock gamberro y divertido. En el escenario nos hacen disfrutar de un torbellino de baile, movimientos acrobáticos y sobretodo estupenda música. Todo este tiempo no ha mermado su capacidad para embarcarse en giras maratonianas de tres semanas.
En esta ocasión, nos visitan dentro de su gira The band drinks for free, con la que conmemoran el 40º aniversario de su debut en el mítico garito neoyorquino CBGB. Gira que viene acompañada con la edición y presentación de un álbum homónimo. Nada más y nada menos que diecisiete noches consecutivas recorriendo todo el país, en un frenético tour, sin descanso.
La cita tuvo lugar en la Sala X, que abría sus puertas puntualmente mientras la concurrencia apuraba sus últimas cervezas en los bares aledaños. Allí los fans ya se pudieron codear con los miembros de la banda, que amablemente aceptaban los saludos y el afecto de los seguidores. Poco a poco la sala se fue llenando hasta casi completar el aforo, permaneciendo en penumbra y con una audiencia expectante y ansiosa por presenciar una nueva demostración de rock gamberro, de ensayadas coreografías y de incursiones entre el público. El objetivo era asistir a un espectáculo sin pretensiones, donde lo primordial fuera la diversión.
Sobre una media hora después del horario anunciado, aparecieron en el escenario Peter Zaremba, Keith Strengh, Ken Fox y Bill Milhizer, el ya clásico cuarteto de Queens al que algún fan inspirado le dio por bautizar como Los Hermanos Marx del Rock and Roll. Sin embargo, aquí en Sevilla han sido apodados (ya lo he escuchado en varias ocasiones) como Los Fiestones … Y la fiesta comenzó. Peter con su capa de Conde Zaremba, Ken y Keith con sus intrépidas coreografías, amenazando patear a una enfervorecida primera fila, y un Bill que golpeaba los parches de modo preciso, severo y contumaz.
Los temas se fueron sucediendo sin respiro, con un público que tardó algo más de lo esperado en desmelenarse. Y es que la madurez de los asistentes se traducía en cierta dosis de escepticismo que no tardaron en resolver desde el escenario, comenzando un diálogo que fluía con absoluta naturalidad entre la audiencia y la banda.
Clásicos como I Surrender, Haunted Hipster y su homenaje a The Ramones We remember The Ramones fueron intercalados con cortes del nuevo álbum como Love my lover, Suburban roulette o The gasser, entre continuas referencia al talento y a su celebrada coreografía Electric Carrusel, que consiguió marear a más de un asistente cuando intentaban seguir el Wheel of talent de la banda.
Mientras tanto, Zaremba iba alternando el micrófono con el teclado Vox Jaguar y Keith rasgaba efusivamente su guitarra Gretsch de purpurina plateada, recorriendo el escenario de un lado para otro en un sinfín de piruetas. El momento álgido llegó, como en otras tantas ocasiones, cuando nuestro frontman subió a la barra del bar, para regocijo de una parroquia que aprovechaba el momento para inmortalizarlo, móvil en mano. Así fue transcurriendo la noche hasta completar algo más de una hora y media de show, rematado con una versión castellanizada del Love like a man de Ten Years After (Ama como un hombre).
Terminado el espectáculo, la sala fue desalojándose paulatinamente, entre comentarios generalizados «están en plena forma, tienen un directo arrollador, no paran ni para tomarse un trago«…. Era el momento de firmar discos y prestarse a ser fotografiados con los fans, en una nueva muestra de cercanía y sencillez con las que la banda nos obsequia en cada una de sus visitas. Esperemos que repitan lo más pronto posible, ya que nos han acostumbrado a una gira cada año, y cada vez cuentan con más entusiastas seguidores, impacientes por su regreso.
Todavía recuerdo hace cinco años, una llamada de un buen amigo me hizo salir de casa en una lluviosa noche de febrero: «Vamos a ver a un grupo garagero de finales de los 70, de Nueva York, y telonean los Del Shapiros. Pensé que, siendo martes y en pleno invierno, íbamos a estar en familia. Sólo un par de personas en la cola, y cuando nos tocó entrar, el portero nos avisó: «Sois los últimos, aforo completo». Entramos de golpe en un oscuro bullicio que nunca olvidaré. Más de dos horas después, y tras el par de actuaciones que presenciamos, tuve claro que cada vez que THE FLESHTONES volvieran, me iban a tener allí abajo. Y no es que fueran unos virtuosos, simplemente sus conciertos eran pura diversión.
Desde entonces han sido tres veces más las que he tenido la oportunidad de disfrutar de ellos, comprobando en cada ocasión que la etiqueta garage revival no era más que un atrevido e injusto ejercicio de síntesis. Por supuesto, eran una BANDA DE ROCK, con mayúsculas.
Conciertos así deberían ser recetados como medida terapéutica. Ponga a The Fleshtones en su vida, al menos pasará un rato de diversión garantizada.