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¿Por qué asociamos un abrazo y demás gestos con una muestra de afecto y cariño interpersonal, siendo que hay quien los ofrece como algo propio de dar la bienvenida? ¿Hasta qué punto es posible distinguir las graduaciones de los mismos, para estar seguros de que hay un sentimiento mutuo entre las dos personas en juego? ¿Por qué a los individuos que se nos ha tratado como varones-cis se nos han inculcado más tabúes con respecto al contacto físico, en relación a los que han sido percibidos como mujeres-cis?

 

Estas y más preguntas subyacen en el marco conceptual de Tocar a un hombre, esto es: Julio Ruiz se la pasa teniendo idas y venidas en cuanto tiene un mínimo acercamiento con los diversos roles que interpreta Javier de la Asunción a lo largo de la pieza. Y aunque a veces un simple contacto físico no tiene por qué ser asociado con algo de mayor trascendencia, él ha mantenido contenidas un montón tiempo sus inquietudes e inseguridades que, a la larga, se han enquistado tanto que ya ni sabe cómo traducirlas, o peor aún, le inducen a sospechar que a él le está pasando algo de lo cual preocuparse.

Aquí no sólo están presentes las fobias hacía lo que fuere que se le ha asignado a las personas de los colectivos LGTBI+; sino que además, que el sistema cis-heteropatriarcal está tan bien estructurado que en sus prácticas y modelos de pensamiento, que cualquier cosa que transite fuera de los márgenes de lo normativo, es tomado como siniestro. Por tanto, se presupone que seguir los preceptos de lo que se espera, lleva consigo un desenvolverse con “seguridad” con nosotros mismos y con los que nos rodean, independientemente, de que actuar en contradicción con nuestras inclinaciones interiores sea similar a intentar salir de un laberinto.

Foto: Judith Naess

 

Es más, corresponder un gesto u otro no tiene por qué ser leído como que ya estamos en lo “abyecto”. Tampoco basta con racionalizar lo que nos pasa, o probar nuevas experiencias por el mero hecho de salir de lo le llaman “espacio de confort”. No, porque ese dolor y confusión se nos atraganta, y a esas alturas, que se nos emparente con lo “abyecto” parece el menor de los temores. He allí que este profesional andaluz no nos plantee una “solución” como tal a todas las incógnitas que lanza, es decir: si bien es cierto que tras ver Tocar a un hombre uno siente que ha avanzado en sus reflexiones y sensaciones a la par que Julio Ruiz, uno termina intentando recuperar el aliento a la vez que se pregunta, “¿y ahora qué?”…

Sin lugar a dudas que la vida no da para resolver semejante cosa, ya que aunque hayan pasado más de setenta años del giro onto-epistemológico que supuso la frase “no se nace mujer, se llega a serlo” de Simone de Beauvoir en el Segundo sexo, sumado a la irrupción del pensamiento queer desde los años ochenta del siglo XX, pues, de lo teórico/ especular a que esto se integre en un individuo implica, cuanto menos, que los que la sociedad en la que vive asuman las premisas más elementales. De lo contrario, no bastará con que hayan referentes LGTBI+ en los cuales sentirse reflejado, siendo que siempre les quedará a los portadores de los discursos más “reaccionarios” responder de que éstos son “excepciones” (como si fuesen “menos humanos”).

 

Foto: Judith Naess

 

 

Dicho lo anterior, no voy a negar que me causó ternura y gracia que le “temblasen las manos” a Julio Ruiz cada vez que se enfrentaba a nuevo reto, en el que él comprobaba que estos discursos hegemónicos de género en los cuales se ha estado apoyando hasta ahora, no satisfacen a casi nadie en casi nada. Y encima, allí estaba Javier de la Asunción como una especie de “marioneta” tamaño natural que se puede “activar y desactivar”, con el fin de ir “practicando” el cómo “tocar” a los próximos hombres con el que se encuentre: Si es que ni su zapateado flamenco le era suficiente para desfogarse o hacer desaparecer a sus “nuevas fantasías”.

En esta línea, el ritmo escénico de este trabajo fue impecable, en tanto y cuanto que supo mantenernos tan a la expectativa como lo estaba el personaje que interpretaba Julio Ruiz: se sentía cada suspiro y mirada perdida de él…, tanto fue así que, tampoco eché de menos que no haya habido música hasta la segunda mitad de Tocar a un hombre.

En definitiva, Tocar a un hombre es genial, inteligente y Julio Ruiz la montó a partir de una capacidad de reírse de sí mismo, que ya pueden tomar nota los que se han lanzado a hacer lo que se le llama “auto ficción”. Puesto que este es un buen ejemplo de cómo hacer universal la conjugación de experiencias y sensaciones íntimas. Además, ellos se apropiaron de sevillanas populares resignificándolas, para que todo lo que ha formado parte de nuestras vidas sigan acompañándonos, porque “salir del armario” o lo que fuere, no lleva consigo abandonar las cosas que siempre hemos amado.

 

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