Todo Esto No Es Tradición es un trabajo que se puede leer al menos desde tres lugares. Esto es: Como una manera de reivindicar el sitio de las mujeres que han sido invisibilizadas a lo largo de la historia de la humanidad (al margen de que hayan interpretado o no, el rol que se les ha asignado a las mismas por asuntos culturales y políticos); como ejemplo de cómo constituir una pieza que parte de algo totalmente personal hasta llevarlo a una escala universal, en tanto y cuanto que todos nosotros los seres humanos, tenemos un árbol genealógico cuya aproximación nos ha de suscitar cierto interés; o también de cómo un montaje de danza puede recurrir a innumerables recursos para enriquecer la comunicación al público, del tema que le ha dado origen. Sin que ello, necesariamente, desmerezca a las obras en las que se suceden numerosas coreografías.
Si esta profesional andaluza no hubiese hecho este ejercicio “arqueológico” con esta profundidad y entrega, esta pieza se hubiese quedado en el campo de un “panfleto” más de inspiración feminista que abundan en los tiempos que corren. Tiempos en los que opera una guerra cultural en la que estamos sumergidos.
Claro que siempre estará presente el necio que se limitaría a leer Todo Esto No Es Tradición como un objeto de propaganda, como si la labor en dramaturgia, la composición de las partes “más bailadas”, o qué decir de llamar la atención de que también se puede hacer “danza documental” (al mismo nivel de cómo el “teatro documental” cuya inspiración proviene del teatro social), no fuesen cosas con peso para que no nos pasen por desapercibidas.
Dentro de las diversas ramificaciones que conforman el “árbol” con el que se suele explicar los campos en los que se desenvuelve el Teatro del Oprimido de Augusto Boal, se diseñan cada una de las intervenciones que se pueden cristalizar, siguiendo las orientaciones que nos ha dejado Boal en distintos formatos. Las cuales parten de la idea, de que de una historia particular es posible extraer el material suficiente como para llevar a cabo un análisis de interés universal. O dicho de otra manera, cabe estudiar cada historia personal como si ésta fuese una de las mónadas (en resumen, es una suerte de “partículas” indivisibles, que son únicas ante las demás; que al mismo tiempo, constituyen un punto de vista acerca del mundo desde una determinada perspectiva. Autores como Giordano Bruno, Leibniz o Walter Benjamin, se valdrán de ellas para exponer sus respectivas ontologías) que dibujarían a la Totalidad.
Ya Paulo Freire en Pedagogía del Oprimido, nos expone (entre otras cosas) que el distanciarse de “lo vivido”, problematizándolo, se consigue “descondificando” el cómo hemos enfrentado hasta ahora todo tipo de fenómenos que por razones contingentes, se han naturalizado. Así su práctica, ya es un ejercicio de conciencia y emancipación para que el sujeto (en lo individual y lo colectivo) se perciba con la capacidad de reconstituirse como ser político, dirigiéndose a un mundo que se rige por una normatividad que nos conducen a dinámicas de opresores y oprimidos, que se reproducen una y otra vez con el fin de perpetuarse. A dónde quiero llegar, es que lo que ha hecho Rocío Barriga con esta pieza, no es cambiar la historia de su familia; sino más bien, los modos de estudiarla. Síntoma de ello, es que se haya encontrado con incontables dificultades para desentrañar cuáles fueron las vidas de esas mujeres de todas las generaciones que alcanzó a abordar, a lo largo de sus investigaciones.
Ante esa tesitura, Rocío Barriga emprendió un proyecto que no estaba contemplado como tal en la época en la que a ella le ha tocado vivir, con el aliciente, de que parece que ella se ha fijado en las cosas “secundarias». Si somos justos, lo que ha hecho esta profesional no es una novedad, sin embargo aún queda tanto trabajo por hacer para recuperar las historias de las personas que no han sido pronunciadas.
Semejantes desafíos se han de poner en marcha, apostando por un modelo que aunque no satisfaga el recuerdo de todas esas mujeres que esperan ser nombradas tras la emisión de su innegable legado, si que hemos de acceder a ciertas reflexiones para que el presente sea el espacio en donde reconduzcamos los esquemas epistemológicos con los que nos manejamos, con la finalidad de que ellas de una manera u otra queden «redimidas». Quizás Rocío Barriga aún esté procesando todo lo recogido de esta experiencia, y esta pieza ha sido parte del tránsito que ha decidido compartir con sus espectadores, regalando a nuestro patrimonio público parte de su intimidad.
Rocío Barriga se está situando con este trabajo desde un lugar en el que esa historia de las mujeres de su familia, no se va a repetir. Siendo que la aparente “tradición” que la ha definido (más allá de que se localicen muchos hombres militares en su árbol genealógico) se le ha interrumpido su inercia. No porque ella sea una especie de “traidora”, sino en realidad, porque se ha demostrado que dichas dinámicas eran susceptibles de ser encausadas hacia otras direcciones que no terminasen eclipsando la memoria de las mujeres, cuyas vidas fueron tan honorables como la de cualquier ser humano.
Cuando esta profesional nos explicaba de forma interactiva a nosotros los espectadores, varios de los ejemplos que nos desvelaban el patrón que articuló a Todo Esto No es Tradición. Rocío Barriga representaba a través de su cuerpo el que le ha supuesto como ser humano, como mujer y como integrante de su familia, lo que ha extraído de esta investigación. Lo más rico de sus representaciones, es que de las mismas no había manera de descifrar con precisión (ni falta que hacía) el contenido de sus pensamientos y sentimientos al respecto. Eso sí, con una presencia escénica magnética, rigor en cada una de las ejecuciones de su movimiento, y un derroche de sentido de la estética, cuando jugaba con su movimiento y las posibilidades que le ofrecían el uso inteligente de la iluminación.
En esta línea, estoy convencido de que este proyecto ha de ser entendido como un precedente más, de cómo los jóvenes bailarines tienen con que reivindicarse como creadores capaces de hacer actos políticos y filosóficos a través de su danza. Y justo en esto defiendo que se han de invertir más recursos, siendo que la danza ante todo es un acto comunicativo que aborda el drama humano. Por más que sus formatos y tradiciones, estén sujetos a lenguajes en donde predomina el uso del cuerpo.
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