Por Miguel Fernández Ibáñez
«Voy a viajar a Diyarbakir». «No, es muy peligroso, por qué no vas a Izmir». Esta conversación, tan habitual en sus variables para este interlocutor en Ankara, ciudad donde reside, evidencia la poderosa manipulación que sufre la población de la capital. Esta falsa concepción de peligrosidad de las tierras que algunos llaman Kurdistán subyace en los mensajes lanzados por el gobernante Partido de la Justica y el Desarollo (AKP), que no quiere que los turcos más occidentales descubran la gran hospitalidad del sureste de Turquía bajo la careta del terror.
Lo más curioso es que casi todas las personas consultadas desconocen esas ciudades por temor y porque consideran Europa y Estados Unidos la evolución, lo que quieren llegar a ser con sus fiestas comerciales en la costa o la ropa de marca, como es Zara aquí, y por eso miran a ciudades del oeste como Antalya. Otra cosa curiosa, teniendo en cuenta la evolución islámica sunita de Turquía impulsada por el AKP, es que justamente esas tierras peligrosas del sureste son las que más respetan la tradición cultural y religiosa que tanto quiere imponer Erdogan por la puerta de atrás.
Adana, Hatay, Gaziantep, Sucuç, Urfa, Mardin, Diyarbakir y Batman son las ciudades por las que he pasado y sólo se puede decir una cosa: «Çok güzel (Fantástico)». Lejos de los bombardeos habituales en la montañas de Hakkari, ciudad situada a 4.000 metros en donde el PKK tiene su núcleo duro y que sí es peligrosa -al igual que sólo es extremadante insegura Mosul en Irak-, el conocido como Kurdistán turco es un paraíso para cualquier extranjero. Los precios más bajos, la comida mejor y los numerosos niños se avalanzan a saludarte diciendo con sumo respeto «hello and money», las dos palabras que apenas saben.
El miedo de Erdogan a los kurdos es evidente: primero surgió la gran autonomía que se podría calificar como país del Gobierno Regional del Kurdistán Iraquí, con casos como el del fugado Tariq al Hashemi, condenado a 3 penas de muerte por el nulo gobierno de Maliki, y luego la revuelta kurda apoyada por Occidente en el norte Siria. Ya sólo quedan el hermético Irán y Turquía, país en el que habitan entre 15 y 20 millones de kurdos. Un 20% de la población de Anatolia que crece continuamente gracias a la fábrica de bebes que son estas familias seguidoras del preso Ocalan. Hace 20 años 10 hijos, hoy al menos 5.
Así el Partido de la Paz y la Democracia (BDP), eje político kurdo hermanado con el PKK y similar al dueto ETA-Bildu, será la fuerza más votada tarde o temprano si no es antes ilegalizado. 54 municipios son gobernados por este partido que tiene su capital de la rebeldía en Diyarbakir, una ciudad joven, llena de universitarios y donde día sí y día también hay protestas -y la actual huelga de hambre es otra- por la ansiada autonomía que tanto reclaman: un sistema similar al español donde gallegos, catalanes y vascos tienen las competencias educativas en sus fronteras y utilizan sus derechos para no perder el más importante valor de un pueblo: su lengua.
La mayor huelga de hambre de la Historia El mayor peligro del Kurdistán lo sufren los propios kurdos. La brutalidad policial y el desmedido número de efectivos es habitual en todas las protestas, ciudades y sobre todo en Diyarbakir. Llevan más de 60 días manifestándose en apoyo a la huelga de hambre inciada por cientos de presos políticos kurdos. Según una carta del abogado y representante de este colectivo y que recogía Manuel Martorell en CuartoPoder, desde el 5 de noviembre se han unido 10.000 presos políticos más, lo que significaría la mayor huelga de hambre de la Historia.
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