UB40 tiñeron de arco iris la noche de julio de Madrid. Su música, esparcida por el recinto del Real Jardín Botánico, fue un fresco rocío con el que poder sobrellevar la angustia del verano. Su optimismo, las notas de un pentagrama de alegría que brillaba sobre el escenario. La banda de nueve, la banda de Birmingham, un grupo de amigos que bromeaban con el reggae de sus canciones y que disfrutaban, enormemente, haciendo feliz a su público.
UB40 siempre han sido un misterio para mí. La ciudad de Birmingham es una localidad con pátina cenicienta, oscura, pintada por el óxido y el carbón de sus fábricas a pesar del moderno barniz turístico. Una ciudad construida a golpe de Revolución Industrial, una ciudad de chimeneas y hornos con cierta hostilidad, más proclive a una música dura que a algo tan inimaginable en ese ambiente como una banda de reggae. No en vano, es la ciudad del heavy metal: Black Sabbath y Judas Priest son de Birmingham. En la furia de sus canciones parece que podría albergarse mejor la protesta del rebelde.
Imagino a los chicos de UB40 en aquellos primeros días del grupo, en los principios de los años 80. En un pub, jugando lánguidamente al billar entre pinta y pinta de cerveza mientras afuera llovizna sin cesar. Son jóvenes sin empleo, en los albores de la era de Margaret Thatcher. Y lejos de abrazar la depresión, deciden bautizarse con el nombre del impreso que debían rellenar para obtener un subsidio en la oficina del paro: Unemployement Benefit, Form 40. Y abrazan el reggae como forma de alzar la voz. Será una voz diferente a las guitarras eléctricas y al doble bombo. La respuesta jamaicana al Acero Británico de Judas. El reverso colorista al Oscuro Sábado.
Los nueve músicos aparecen sobre el escenario y, en otro de los fascinantes misterios de UB40, al minuto de comenzar el concierto con Food For Tought, el público ya está entregado, bailando, puesto del revés. La noche de julio en Madrid, el verano en la capital, es triste. Siempre lo ha sido. De camino al Botánico las chicharras se esforzaban con tenacidad para que su presencia formara parte de la ciudad. Nada presagiaba la tormenta de sonidos caribeños que estaba a punto de desencadenarse. Un extraño huracán que te absorbe y, cuando lo hace, cualquier cosa puede ocurrirte.
Porque en un concierto de UB40 se crea un ambiente de aquelarre del baile, un tornado que arrastra a todo el mundo. Apenas interpretan la segunda canción, Maybe Tomorrow, y un espectador que está a mi lado, solo, cimbreándose al ritmo y sin mediar una palabra, me ofrece un afable trago de su cerveza. No me está ofreciendo un simple sorbo, me está haciendo partícipe de aquello que nos atraviesa de parte a parte como un rayo.
Después, al compás de Come Back Darling, una mujer vestida de un rojo musical me saluda creyendo que soy un amigo suyo, chef de un restaurante, especialista en cocinar el rabo de toro. Evidentemente, yo poco se de cocina…, al percatarse de su error me insiste en que tengo un twin, es decir, un gemelo barbudo como yo.
Un gemelo… Eso me hace pensar a la vez que suena la emocionante Cherry, Oh Baby, en cierto modo una canción espejo de aquella versión del disco Black and Blue de los Stones, que a su vez es una versión de la original de Eric Donaldson, en un juego infinito de cajas de música que se contienen unas a otras. Gemelos, eso es lo que son UB40: los gemelos buenos de aquellos desalmados de principios del siglo XX, los Peaky Blinders, más allá del respeto histórico, o no, de la excelente serie de televisión. Existe ese concepto literario, acuñado por el novelista alemán Jean Paul en 1796, el de Doppelgänger, doble andante o gemelo maligno, que aparece en su novela Siebenkäs.
En efecto, es muy posible que yo sea el gemelo maligno del chef, al menos a la hora de preparar el rabo de toro, pero los UB40 son la inversa, un negativo —en este caso positivo— de los Peaky Blinders. Sobre el escenario, un baúl del grupo en el que puede leerse: UB40. Birmingham.
Los Peaky Blinders eran una banda de matones (creo que el término gánsteres les queda algo grande), y en la serie de la BBC muchos de ellos son hermanos, todos familia de una u otra forma. Algo tiene Birmingham que alimenta ese espíritu de asociación, reunirse alrededor de algo se convierte en una razón de vida. Algunos de los mejores grupos de Birmingham son tropel: Dexys Midnight Runners, The Beat o la ELO.
UB40 son como los Peaky Blinders, ya lo he dicho, pero en bueno: Sus puñetazos son golpetazos de sonido que prorrumpen del portentoso grupo de metales —Brian Travers, Martin Meredith y Laurence Parry, para dos saxos y una trompeta—. Las arengas raperas corren por parte del bajista Earl Falconer, fraseados con los que somete a la gente, rendida gozosamente a la dictadura de la calypso party. Y al frente del grupo el cantante Duncan Campbell y el guitarra, Robin Campbell, que no ejecuta un punteo en todo el concierto, pero su guitarra reggae se encarga de rellenar los espacios de las composiciones, proporcionando el auténtico sonido UB40, como un muelle, como una cama elástica en donde nos apetece saltar, brincar.
Acostumbrado como estoy a presenciar actuaciones de gran complejidad técnica y virtuosismo, casi agradezco con una sonrisilla de niño malo que aquí los músicos tengan que preocuparse de mostrar su maestría de otra forma: con un buen sonido, lanzando sus instrumentos contra la avanzadilla de escépticos o rancios que, sentados en la grada, parecen resistirse a celebrar la fiesta a la que acaba de invitarlos el grupo. Y Homely Girl termina por derrotarlos. Agitan sus manos rendidos.
Otro de los misterios de UB40 es su capacidad de realizar una versión de cualquier canción. Son un grupo que posee una enorme batería de magníficos temas propios, pero fueron las versiones de una canción de Neil Diamond, una de Sonny Bono, y otra de Elvis, las que los auparon al éxito de las listas de ventas y otorgaron el reconocimiento mundial. Por eso, su último disco Getting Over The Storm, de 2013, repleto de versiones del country, es tan brillante. De lo mejor que han grabado en los últimos tiempos. Así, suenan las preciosas Midnight Ranger y Blue Eyes Crying In The Rain, cuya paternidad pertenece a los Allman Brothers y a Fred Rose, aunque la última canción es mundialmente conocida por la interpretación de Willie Nelson.
Please Don´t Make Me Cry, Sing Our Own Song y Johnny To Bad redefinen el concepto de sing-alongs, ese tipo de canciones que permiten que el público coree a viva voz los estribillos, como si fuera un extraño asunto de honor el alcanzar un determinado número de decibelios arrancados a llaga viva de sus gargantas. UB40, en esos instantes, no son los nueve de Birmingham, sino los dos mil de Madrid.
Con Reggae Music y Baby se produce la comunión completa. El bajista abandona su instrumento futurista sin trastes y cambia su aspecto de Matrix por el de un rapero, para cantar como poseído por un espíritu caribeño que lo sube en una ola en donde surfea con el recuerdo de Bob Marley y su cabaña playera, junto al mismísimo Negus y las llanuras de Abisinia. Miramos al suelo y descubrimos nuestros pies calzados con chanclas, miramos alrededor y todos, absolutamente todos, vestimos camisas rastafaris de vivos colores y atrevidos estampados. Bom Shaka Laka es la rúbrica al manifiesto de ron y leche de coco que ha redactado el grupo. Y todos hemos firmado, también, a pie del documento. Somos los revolucionarios del Caribe. ¡Larga vida a Desmond Decker, The Wailers y Peter Tosh!
Red Red Wine en el país del vino. ¿Qué más se puede decir? Somos soldaditos ebrios que celebran el dia de paga, somos un equipo que acaba de ganar un título, somos gente sencilla que sólo busca divertirse. El aroma de esos pubs británicos ya no es a salmuera y cerveza pisoteada entre el serrín: los locales de Birmingham huelen ahora a Rioja y a Ribera del Duero; se prodigan los abrazos, las cadenciosas fases de la borrachera, la exaltación de la amistad, mientras el grupo regresa para los bises. Viva la cultura del vino. Y viva Neil Diamond que, en una caliente noche de agosto, descorchó esta canción y nos la sirvió en generosas copas que apuramos una y otra vez hasta el final. Y repetimos y repetimos y repetimos.
Más enigmas de UB40: pese a lo luminoso de su música, son un grupo con abundantes canciones de amor, de corazones quebrados, de eso que se denomina como lovers rock, cierto tipo de reggae romántico. La primera pieza del bis así lo demuestra: es la obsesiva Don´t Break My Heart, que suena profunda y desgarrada. Una especie de terciopelo de hierro, un flan con relleno de piedras. Gelatina de almas rotas.
Otra forma de amor es la añoranza de un lugar en la distancia, esa morriña, que se pone de manifiesto en Kingston Town, interpretada hasta poner el vello de punta a los asistentes. Todos anhelamos estar en Kingston Town. La saudade de Jamaica: el fado, por qué no, hermanado con el reggae. El viño verde con el ron. Las tascas de Alfama con los pubs de Broad Street. Y el bacalao toma de la mano el Balti, la salsa de curry y chocolate.
Así, exactamente así, es la última canción del concierto, que resume toda la filosofía del grupo: (I Can´t Help) Falling In Love. Es una versión de Elvis Presley, es un tema arreglado con un poderosísimo line up de metales desbocados, es una composición interpretada como un lovers rock que mezcla su parte de sing-along con la saudade de su canto melancólico, y que pone al público al borde de la epilepsia. Y además, es suave como la espuma de una pinta de cerveza y dulce como un chocolate Cadbury, y raspa en el corazón como el picante del chile.
La gente se desperdiga a la salida del concierto por ese Madrid triste de sus noches de verano. Sin embargo, hoy, todos creemos que caminamos por la arena de una de esas playas jamaicanas, aunque nos suban por el cuerpo los vapores desde el asfalto recalentado por la monotonía de la jornada vencida. En unas horas, la ciudad despertará de nuevo, con el yunque de la rutina, pero en los corazones nos rebrincará la guitarra reggae de UB40, y el contundente latido de sus saxofones nos hará mucho más agradable el futuro del día.
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