De cigarros, destinos y cosas que perseguir
Una mujer con cáncer me mira desde el paquete de tabaco. Cada vez me quedan menos cigarros. Me gustaría tener más. Hasta allí lo que sé de mí. No sé qué más quiero. Ni dónde voy. Mucho menos, el camino que he decidido seguir, como si alguna vez hubiera decidido algo. No sé muchas cosas. Ahora mismo solo estoy seguro de lo que tengo.
¿Y qué tengo?
Algo de fiebre. Un puñal entre la tercera y cuarta costilla que se empeña en no dejar de doler. (Mucha) rabia. Remordimientos. Un piso vacío, salvo por el gato que duerme en el sofá. Dos cigarros. Un tupper con caldo. La televisión apagada, como siempre. Diez libros al lado de unas gafas de sol que me compré en un chino en fiestas. Dos más en el escritorio y otros dos en la mesita donde descansa el rooter. Un rooter. Una botella de agua llena. Otra vacía. Tres fotografías de mi pasado vistiendo la pared. El jersey sobre la silla y a Warren Zevon en el altavoz. A Sandra escribiéndome por el teléfono. A la luna, a mí mismo y a la nada. Vacío. Bostezos. Ropa tendida en la galería. Un corte en la polla. Miedo.
No pienso en lo que no tengo porque la lista sería interminable. Me falta tanto que termino por sentirme vacío. Esta es mi lucha, la única que quizá valga la pena. Buscar lo que me falta, aunque no lo necesite, aunque nunca llegue a conseguirlo. Por muy poco sentido que tenga, toda búsqueda implica camino y siempre es mejor salir a jugarse el tipo que quedarse en la barrera. Así que, parece, no tengo más cojones que seguir hacia delante, aunque termine perdido en medio de ninguna parte. Quizá implique morir de indecisión, puede que nunca alcance los objetivos que me empeño en perseguir. Pero no hay otra jodida forma, no hay otro camino. No para mí. Un imbécil siguiendo un camino solo para imbéciles. Así está bien.
Escogeré esa dirección. Caminaré y callaré. Le cortaré la lengua a mi sinsentido para que deje de gritar, y sonreiré. Invitaré a otra ronda. Diré que creo en algo, incluso en mí. Que sé qué carajo hago aquí. Seguiré decidido y cuando el aire apriete volveré a esconderme en esos refugios que consiguen que todo duela (un poquito) menos. Me tragaré mis verdades y seguiré muriendo en cada promesa, aunque nuestras sábanas dejen de ser de cemento y haya un continente entre nuestras miradas.
Después de todo, siempre he pensado que lo menos importante debería ser llegar. Mientras haya apuestas, pellizcos y mordiscos por el camino, ¿qué importa dónde me lleve? Aunque los hachazos de la vida terminan por hacerme dudar. Quizá, siempre haya estado equivocado. Puede que no sea verdad, y que en algún momento tenga que dejar de pedir la luna y empezar a comer tierra. Como ellos. Como todos. Pero no lo haré. No hoy. Si la elección correcta es así de triste, espero no cansarme nunca de equivocarme.
Sé que esto tiene poco sentido, pero es lógico. Lo he escrito yo, el mismo imbécil que ha cambiado de marca de cigarros solo para ver si ocurre algo diferente. Estabais avisados desde el primer párrafo.