El 16 de febrero se estrenó en el Teatro la Fundición (Sevilla), Un Paraíso Artificial, de la mano de Lucía Bocanegra y Hartta. Un trabajo que está haciendo más consistente todo lo que llevan investigando hombro a hombro, ambos profesionales desde hace unos años.
Lucía Bocanegra y Hartta nos han introducido en el paradójico mundo de lo nocturno, donde parece que la promesa del “todo es posible” es inherente al mismo (incluyendo el cumplimiento de los “sueños”, aunque sea por unas horas): Da igual que tipo de vida se tenga, de alguna manera u otra la noche nos iguala, haciendo que nuestro cotidiano se quede entre paréntesis.
No hay necesidad de “vender nuestro perfil” ante los que nos vamos encontrando en ambientes, donde el ocio y la búsqueda de “potenciales clientes” se llegan a confundir. En el mundo de lo nocturno, se generan un sinfín de oportunidades que pueden hacer que uno adopte un rol que probablemente uno no volverá a interpretar, o bien algo que desencadene un antes y un después en nuestro día a día. He allí que muchos se afanen en darle cierto “aura”, en el que nada se verá limitado aunque éste, irremediablemente, forme parte de una realidad donde todos precisamos insensibilizarnos para subsistir.
Hay quien calificaría a este mundo como un lugar de desfogue, en el que uno se “vacía” de toda la porquería que se nos adhiere por habitar en ámbitos de lo más decadentes, y que nos van envenenando con el paso del tiempo. Parece que queda esperanza cuando recuperamos esos estados mentales y corporales, por los que nos precipitamos a retomar como fuese. Entonces, si el consumo de ciertas sustancias o de simples experiencias nos lo propician, pues, allí está a nuestra disposición el acceso directo al Paraíso en la Tierra. Sin tener por qué recurrir a los anhelos de las tradiciones utópicas albergadas en textos como: Utopía de Tomas Moro, pasando por socialistas de la Modernidad, como Henri de Saint- Simon o Charles Fourier, entre otros.
De esta manera, se erige un “espacio de resistencia” en el mundo de lo nocturno, en el que aparentemente, la cruda realidad que nos sobrepasa en nuestro día y día, y ese Paraíso Artificial, se alían para darnos la sensación de que uno puede continuar con todo esto. Desplegando en nosotros los seres humanos, una antropología en la que somos lo que somos, por lo que consumimos y las experiencias por la que pagamos. Así todo queda mediatizado, y si uno se encuentra a un individuo en esos ambientes no alienado por agentes externos al mismo, lo más probable es que este sujeto sea percibido como un ser que no es de este mundo. Porque en la realidad que hemos normalizado, pocos se atreverían a desahogarse sin que haya detrás algo que nos saque de las dinámicas disciplinarias, que no sólo nos orientan para ser “buenos ciudadanos”; sino que además, para ser entendidos como seres “humanizables”.
En este contexto, Lucía Bocanegra y Hartta se suben a un escenario mostrándonos de una manera casi descriptiva, qué se ve y qué se siente en este Paraíso Artificial. Proporcionándonos imágenes que carecen de la poética en la que los calificativos que hemos heredado de las teorías estéticas de la Modernidad, son insuficientes. He allí que me atreva a decir que a estos dos creadores le han faltado más referentes en los cuales verse reflejados, y extraer lecciones de dichas experiencias. Digo esto porque han transitado en el montaje de Un Paraíso Artificial, por un terreno que a día de hoy es “extra mundano” (como bien ya lo he aproximado, a lo largo de este texto. Aunque ellos se hayan mantenido bajo los parámetros de la extra cotidianidad de las artes escénicas). De todas formas, esta pieza seguirá creciendo cuanto más se represente en los teatros, y las reflexiones recogidas de estos dos profesionales andaluces, se desarrollarán después de haber pasado por todo lo que les otorgará dicha experiencia.
Al mismo tiempo, defiendo que consiguieron que la puesta escena y la interpretación de ambos profesionales, se fundiesen en un trabajo en el que la música de Hartta y lo “pictórico” de la iluminación, hayan cobrado tal peso que lo que se percibía de la interpretación de Lucía Bocanegra, era el esqueleto que sustentaba ambos elementos para que se luciesen, y no al revés como suele ser. Signo de lo arriesgada y potente que es esta pieza.
Piénsese sobre las implicaciones que tiene darle un mayor protagonismo en una pieza de artes escénicas, al diseño de luces y a la música. Lo cual pasaría por desplazar del centro a los seres humanos, no tanto para dejar de contar cosas que están involucradas con nuestra condición humana; sino más bien, como un modo de reconstruir un imaginario en el que nosotros como individuos, no tenemos el control total de lo que hacemos y menos aún del en torno que nos rodea. Si asumimos los anterior, es similar a decir que formamos parte de un «cosmos» que funciona en «piloto automático», y que nuestro margen de elección se ve notablemente restringido en medio de tantos estímulos que nos aturden.
En definitiva, Un Paraíso Artificial es un trabajo que está llamado a ser un “golpe en la mesa”, para que los profesionales consolidados de otras generaciones, se den cuentas que los más jóvenes nos quieren contar cosas que pocos se han tomado tan en serio, como para llevarlas a escena y hacerlas de interés público. Saquemos a la luz todo lo que nos condiciona como seres humanos, dejémonos de tabúes y demás cosas que nos limitan, a la hora de tratar temas que son centrales en los tiempos que corren. Siendo que cada día es más evidente, que este mundo también es de los jóvenes, que como nunca en la historia han demostrado que con las nuevas tecnologías se han convertido en creadores de contenido, dejando «desorientados» a los modelos de comunicación tradicionales. En esta línea, por qué no considerar trabajos como Un Paraíso Artificial como un aviso de que las artes escénicas tal y como son abordadas a día de hoy, se podrían quedar en el marco de “lo clásico”.