Como no podía ser de otra forma tratándose del merecido homenaje a un pionero del flamenco rock y abanderado del flamenco auténtico, se unieron vanguardia y tradición para recordarnos que Manuel Molina, su figura, su música y su poesía pura, siguen vivos, presentes y emocionando.
Varias generaciones dieron cumplida respuesta a la llamada de Alba Molina, auténtica conseguidora de tan celebrado evento, con una muy respetable afluencia en el simpar recinto del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, vestido de gala, en escenario grande y la excelente organización de Spyro Music.
Fue Alba, su querida hija, la que dio comienzo al espectáculo, agradeciendo a público y compañeros la asistencia y entonando Todo es de Color, uno de los muchos himnos que sonarán esta noche, con sensibilidad genética y acompañada a la guitarra por Joselito Acedo, que, en modo Manuel, intentando rememorar el arte inconfundible que Manuel Molina imprimía a los bordones de su guitarra, comienza sutil, pero firme y seguro, esta larga noche en la que, junto a Fran Cortés, será guitarrista de cabecera. Tras el sublime comienzo, suena Que nadie me vaya a llorar, el alegato que Manuel grabó contra la pena de su propia muerte, dando la adecuada consigna para la noche flamenca que nos espera.
Sin pausa, pues queda mucho espectáculo, María Terremoto, ese torbellino de los Terremoto de Jerez, que merecidamente ganó el Giraldillo Revelación en la Bienal 2016, confirma su excelente trayectoria de voz y compás privilegiados, regalándonos una soleá por bulerías y unas bulerías que Fran Cortés acompaña con solvencia desplegando la exquisita técnica que lo caracteriza. Buena combinación artística.
En tercer lugar, llega el primer peso pesado, Arcángel, y no viene a cubrir expediente, nadie lo hace esta noche de recuerdos y afecto sincero a la leyenda que fue, que es, Manuel Molina. Suenan alegrías en la guitarra de Joselito Acedo, probablemente, poco acostumbrado a acompañar al onubense, rasgueando demasiado plano, casi minimalista, pero con aceptable compás que Arcángel aprovecha para servirse de esa materia prima de oro que es su voz y ese dominio del cante que lo ha convertido en referente de su generación. Luego llega la versión casi obligada, con el debido respeto, pero imprimiendo su estilo: Dime, ese monumento por bulerías, lentas, sentidas, de las que Manuel era auténtico maestro, trocando la delicia en ambrosía.
A otro grande le toca el turno, El Pele, empezando por soleá, previa falseta clásica de arpegios de Joselito, actualizada, a su manera, y dando paso al cordobés que está inmenso (¿cuándo no?) con ese poderío de matemático compás con la que su voz rompe el aire y ese profundo dominio del tempo que hasta en Acedo produce el hechizo que irremediablemente se expande por el público más flamenco.
De la mano de su tío, entra Lin Cortés, la primera muestra de flamenco contemporáneo, y hacen El Alma, de su disco Gipsy Evolution, con el lujo de El Pele cantando por detrás y sosteniendo el bonito tema de Lin, antes de pasar a su muy particular versión de Un cuento para mi niño, con intro del propio Pele y un Joselito Acedo no tan fino y seguro como se le nota acompañando a Alba, a quien conoce bien desde que grabaron el disco de homenaje a Manuel.
Entra Fran Cortes para acompañar a su padre, Chiquetete, que, en otros tiempos, más allá de famosas sevillanas y exitosas canciones, tenía un dominio y un conocimiento del flamenco que muchos, más dedicados, hubieran querido. Pero su precario estado de salud no lo permite lucirse: canta uno de sus mayores éxitos, Te quiero, niña, te quiero, intentando imprimirle una dinámica con la que el público no acaba de conectar, porque la voz le falla, porque no puede, pero Fran lo arropa y terminan recibiendo un compresivo aplauso del respetable. Luego se arranca por soleá, intentando darlo todo, ofreciendo retazos del gran cantaor que fue, pero su voz rota lo delata y sus fuerzas casi lo abandonan: una lástima no haberlo disfrutado otra vez en plenas facultades.
Vuelve Joselito Acedo para acompañar a Lole Montoya, que no ha podido ver como su madre, La Negra, participaba en este homenaje en cuyo cartel estaba anunciada, por su reciente fallecimiento. Y se la ve triste, también un poco vencida por el recuerdo (aunque llevaran tiempo separados), pero decidida a demostrarnos que ella era la otra parte del genial binomio, sin quien el arte de Manuel Molina, al que en infinidad de canciones sirvió de inspiración, no habría sido lo mismo.
Tras calentar por tangos, Verde Aceituna, Lole entona Romero Verde, comenzando Joselito Acedo la famosa intro de Manuel, y consiguiendo ambos elevar al público en el recuerdo de este temazo que teje
…coronas de beso al amor
a cantar con el agua y con el gorrión,
vente conmigo, niño,
por el romero en flor.
Después sube al escenario José Mercé, otro tótem, muy emotivo recordando a Manuel y enorme marcándose una soleá, primero, y luego unas bulerías con la compañía de la sonanta de Diego del Morao, que atesora casi tanto arte como su padre, pero un pozo de conocimiento armónico del flamenco contemporáneo y un dominio de la técnica que lo ha establecido en lo más alto de la saga.
A continuación, Angelita Montoya, hermana de Lole, nos deja una excelente muestra de su arte y el poderío de su voz, repitiendo el patrón de cantes de esta noche: una soleá y unas bulerías que borda con maestría, pidiendo paso su merecida carrera en solitario, más allá de formar parte de la Familia Montoya.
Le sigue un vanguardista clásico, Diego Carrasco, en riguroso solitario, guitarra y voz, eligiendo dos temazos, Era por Septiembre y Alfileres de Colores, dos muestras de la arrolladora creatividad de un cantaor/guitarrista que se quedó a mitad camino de ambos mundos expresivos para llegar a genio por la vía del medio: tremendo Diego.
Momento grande de la noche: llega Estrella Morente y su inseparable tío, Pepe Montoyita, excelente guitarrista con una envidiable maestría en la guitarra de acompañamiento, y nos embelesa cantando una particular versión de su Soledad con unos versos iniciales dedicados a su “tío Manuel” y una presencia en el escenario, del que se hace dueña, que emociona al público, consciente de estar viviendo unos de los grandes momentos de la noche, con la guinda de Alba, que sale para acompañar a su “hermana” Estrella en un precioso popurrí por bulerías en el que se mezclan letras de Manuel (otra vez, Romero Verde) y de Enrique Morente, como la obra maestra en la que convirtió la poesía evangélica Encima de las Corrientes.
Antes de pasar a los bailaores, Alba presenta a su hermano al que agradece su ayuda en la organización del homenaje que tan gran acogida del mundo flamenco ha tenido, enlazando con la actuación de la Familia Montoya, al completo, que nos ofrece lo mejor de su repertorio por bulerías.
Junto con Remedios Amaya, Manuela Carrasco fue la gran ausente de la noche (ambas estaban anunciadas en el cartel), pero suplieron la falta de Manuela, Antonio Canales y Farruquito. Empezó Canales, al que se le notaba frío, con unas seguiriyas (curiosamente, las primeras y únicas de la noche) que no le lucieron y termina por bulerías sin llegar a levantar al público.
Y entonces llego él, Juan Manuel Fernández Montoya, Farruquito, paseando por soleá (sólo en ese paseo había más flamenco que en toda la actuación anterior), acompañado por un cuadro portentoso, liberado de toda preocupación que no fuera regalarnos su arte, su compás, su maestría en el contratiempo, en la improvisación, en todo el flamenco que derrama este pedazo de bailaor que remata en fiesta por bulerías, de esas en las que Manuel cantaba mirando al cielo con los ojos cerrados y la guitarra vertical.
Pasadas las tres de la mañana y acuciados por los limites horarios permitidos a la organización, en un tiempo récord montan el escenario para Raimundo, que se toca una muy personal versión del Summertime seguido del tema Camarón, de Pata Negra, acompañado a los coros por su hija y su nieta. Y O’Funk’illo consiguen que el público flamenco se torne funk roquero, saltando al son de “esos cuernos”, marcándose Pepe Bao unos retazos de su versión de La Alegría de Vivir, de Ray Heredia, y haciendo con el resto de la banda uno de los temas de cabecera de O’Funk’illo, En el campito, con Andreas Lutz en plena forma, acompañados a los coros por Alba Molina y Vicky Luna, dos tercios de Las Niñas (¿dónde estaba Aurora Power?).
El poco tiempo que quedó de este concurrido homenaje se dedicó a una fiesta final trianera por bulerías, deslucida por las prisas, pero repleta de arte, en la que aún dio tiempo a Emilio “Caracafé” de marcarse unos pasitos con la guitarra a cuestas, arrastrando al cuadro completo de insignes trianeros a una especie de conga flamenca de despedida, digno final de una noche mágica.
Enhorabuena Sr. Cronista. Un placer leerle de nuevo.