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VAV es una de esas piezas en las que es imprescindible haber leído antes y después su sinopsis: tanto para tener un punto de partida, como para tener un contexto que nos permita “aterrizar” lo que uno se ha representado en nuestras cabezas mientras bailaban sus intérpretes.

 

Las palabras que se fueron proyectando en el fondo del escenario, reubicaba a los que integramos al público en los contenidos que dieron pie a esta creación de Daniel Abreu. Al mismo tiempo, me preguntaba hasta qué punto eran necesarias o no, para entrar en el trasfondo de lo que nos quiso introducir este profesional canario, siendo que dentro de lo que conozco de su repertorio, él suele dar bastante margen de interpretación a sus espectadores, eso sí, siempre dentro un marco temático en concreto.

Quizás ello responda a su inclinación de que, nosotros los espectadores, mantuviésemos un pie “anclado” en un lugar que no nos ensimismase demasiado, puesto que en lo que se refiere a lo coreográfico y estético, VAV es una obra que seduce y le deja a uno absorto. Dicho esto, los espectadores teníamos la potestad de escoger si leer a esas palabras o no, sin embargo, el trabajo de un director también pasa por determinar qué está presente en escena y en qué medida; tratar de guiar a dónde deben ir las miradas de sus espectadores…

¿Será posible que Daniel Abreu y su equipo nos invitaron a transitar varias rutas durante la representación de VAV, o simplemente hubo un “juego de equilibrios” entre el papel que deben tener las intérpretes y el texto que se proyectó? Lo cual, entre otras cosas, abriría un complejo debate sobre qué tan activo es el papel del espectador durante la representación de una pieza que no sea narrativa.

 

Foto: marcosGpunto

 

Afortunadamente, la experiencia y el qué tan lejos hayamos llevado nuestras reflexiones nos habilitan para que nada sea del todo nuevo, como mucho, se nos presenta articulado bajo una lógica distinta, puesto que no paramos de tener oportunidades en nuestro día a día, de repensar y “revivir” en torno a las misma cuestiones que han hecho posible a nuestra visión del mundo y de nosotros mismos (y como se pueden imaginar, esto también se aplica cada vez que asistimos a una representación escénica, leemos un libro, conversamos con alguien, etc…) . De algún modo u otro lo anterior está tácito en los contenidos de VAV, por ejemplo, el inicio de su sinopsis nos señala:

VAV es la sexta letra del alfabeto hebreo y simboliza lo que une, lo que mantiene todo unido; un anzuelo, el enlace, la conjunción de cielo y tierra, de hombre y espíritu. Su definición rige las relaciones en general incluyendo las relaciones amorosas.

Esta obra, pensada para cinco intérpretes representa la dicotomía necesaria para la existencia. La danza, la palabra, la distorsión de la luz y del sonido. Por un lado, el cuerpo animal que danza y por otro, la imagen a la que se ancla; un cuerpo físico y otro digital; lo sólido y la luz.

 

Es como si VAV fuese un receptáculo en el que no resolveremos nuestras inquietudes, mientras nos enseña, performáticamente, que siempre estamos en el “durante”, y lo que llamamos “momentos de inflexión”, quizás lo vivamos así para darle un sentido al relato de nuestras correspondientes “biografías”. De hecho, VAV está compuesta de una serie de pautas compositivas que van y vuelven, pero con diferentes “rostros” y “expresiones”, dibujando en el espacio una espiral que, según sea el caso, sus “habitantes”/ las intérpretes  estarán en un supuesto más “arriba” o supuesto más “abajo”. Si lo último lo llevamos a un extremo, todo parece indicar que cualquier punto de esta pieza podría valer para ser su inicio, su final, un enlace entre escena a escena…

 

Foto: marcosGpunto

 

 

Por tanto, no hay que descartar que haya momentos en que la danza de las intérpretes no sea lo más importante, sino un elemento más para configurar un ambiente de posibilidades de algo. Toda lo que he estado comentando, da lugar a ciertas desafecciones como a configurar una línea de trabajo en la que sus elementos están unidos por finas cuerdas, que son susceptibles de desprenderse y de adherirse las unas de las otras, en cuestión de segundos. Me resulta esperanzador y estimulante comprobar que todavía quedan terrenos por explorar o en los que tal vez no hemos hecho un “mapa” lo suficientemente exhaustivo, en el interior de una disciplina con tanta tradición y futuro como los es la danza.

¿Qué más motivos queremos para seguir viendo danza y para continuar haciendo filosofía de lo que nos excede y define como seres humanos? Sin lugar a dudas, VAV es un ejemplo maravilloso para ahondar en estas cuestiones. Y presiento que cuánto más veces la veamos y más sea programada, la comprenderemos mejor.

 

 

 

 

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