Seleccionar página

De (nuestros) abrazos, dioses y un señor que se hace mayor

Sé que suena triste, pero a veces sólo alcanzo a ver sangre y ceniza. Sí, la vida puede ser jodidamente increíble, te puede sorprender y hacerte feliz y blablablá. Nada que no se pueda leer en estúpidos mensajes esculpidos en servilletas o sobrecitos de azúcar. Pero nuestra verdad es algo más turbia. Ambos sabemos que la vida puede hacer daño, que el día a día está lleno de polvo y derrota y que es difícil permanecer de pie sin ayuda cuando todo se tambalea.

Entonces, aparece tu abrazo, J., sin preguntar y sin dudar, ayudándome a permanecer firme en este barrizal en el que intento mantenerme a flote. Sobre todo ahora, que las traiciones aparecen por la espalda y no tengo costilla sin puñal.

Reconozco que hay veces en las que me pregunto el porqué de nuestros abrazos. Deberíamos estar lejos. Tú le rezas a tu Dios mientras yo intento matar a los míos. Tú eres hombre de fe, yo quizá solo la tenga en ti. Tus prioridades no tienen nada que ver con las mías, y el camino de tu felicidad está tan lejos del mío que casi te pierdo de vista. No entiendo tus caprichos ni tus ilusiones. Ni decodifico la forma en la que te enfrentas a esa vida hipotecada y llena de contratos y responsabilidades que has escogido como tuya.

Nuestras ambiciones son distintas, y desafiamos al mundo de forma diferente. Nada que no sepas, J. Aunque, quizá, sí que existen palabras que no te suelo decir. Verdades que quiero que escuches, ahora, que cumples años y te (me) haces mayor.

Te admiro tanto que a veces me siento pequeño contra la grandeza de tus sueños. Tú quieres todo el puto paquete y sangras por obtenerlo, sales a la batalla con el hacha preparada dispuesto a morir por tu causa. Mientras, yo me siento en el sofá sin más esperanza que un cigarro y una buena taza de café. Siento si alguna vez no he estado a la altura. También siento haberte fallado y haber permitido que nos alejáramos. Siento no luchar para encontrarnos sin nada más a nuestro alrededor que nuestra conversación, un par de birras bien frías y nuestra banda sonora llorando por el altavoz.

Quiero darte las gracias. Por cuidar de mí. Por no preguntar cuando no quería ser preguntado y ofrecerme tu aire cuando sabes que el mío quema. Por elegir a K., y por permitirte ser feliz con ella. Me gusta cómo eres cuando estáis juntos, y me gusta la forma en la que te mira.

Gracias por permitirme sangrar en tus batallas y formar parte de tu contexto y tu realidad. Por sacarme de mi jaula y por respetar mi silencio. Por cantar conmigo, beber conmigo. Sangrar conmigo. Gracias por tu eterna sonrisa, por tus fotos y tus gifs. Por tu abrazo y tu cerveza, sinceridad y lealtad. Pero, sobre todo, por impedir que muera de autocompasión en la cima de mi estúpida torre de marfil. No sabes el frío que hace aquí arriba sin ti, J. No tienes ni puta idea de lo difícil que es esquivar las flechas sin tu escudo.

Casi una jodida treintena, tanto para ti como para mí, Pero he tenido la suerte de sobrellevarla contigo. De lo que está por venir, quién cojones sabrá. Yo no pido respuestas. No pido nada. Solo espero estar a tu altura, serle fiel a nuestros abrazos, no fallarte y enterrar el cadáver contigo cada vez que esta absurda vida aniquile alguna de nuestras esperanzas. Luego, beberemos juntos y olvidaremos el duelo, nos curaremos las heridas y volveremos a salir a la puta pista de baile.

Por otro año más, viejo.

Felicidades.

Comparte este contenido