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Cartas desde Marruecos

Por Carlota Miranda Largo 

Eso de ‘echar raíces’ nunca lo he llevado demasiado bien y el estar atada a un sitio no me da seguridad ni tranquilidad, sino todo lo contrario. Aunque a estas alturas y tras conocer este país, mi idea ha cambiado bastante y lo de ‘de Marruecos al cielo’ cada vez lo tengo más claro. Pero a lo que vamos, si algún día tengo que comprar una casa la intentaré decorar, sin duda, al estilo marroquí. Aquí se tienen pocas cosas que no hacen falta, por no decir ninguna. Y es genial que sea así. Las sillas, por ejemplo, las tenemos muy sobrevaloradas y a menudo también las camas. (¿He dicho las camas? Quién me ha visto y quién me ve.) 

Recuerdo aquel verano en el que tras varios días disfrutando del Marruecos más auténtico llegamos al aeropuerto y al sentarnos en los bancos nos sentimos incómodas y acabamos esperando como se espera aquí. Sentadas en un cojín, encima de la mochila o quitándonos las chanclas para hacer de ellas un sitio más en el que apoyarse.

Los blanquitos estamos acostumbrados a estar rodeados de mil objetos que nunca utilizamos y, aunque la casa en Occidente sea grande, no suele haber sitio para que alguien más. Allí nos sobra todo, aquí son más prácticos y ocurre lo contrario. Tienen lo que hace falta y punto. El que no haya cosas inservibles alrededor hace que haya lugar para todo lo demás, por eso, aunque la casa sea pequeña, nunca falta un sofá típico donde dormir o una habitación en la que tirar varios colchones (o sucedáneos varios). ¡Y así cabemos todos!

En Marruecos hacer vida en el suelo es de lo más habitual. Aparte de pasar del aristrocrático trono, como ya expliqué, otras necesidades básicas como comer, beber e incluso dormir siempre tienden a hacerse así. De la forma más natural. Y a la hora de dormir en el norte no tanto, pero en el sur del país, especialmente en verano, eso de usar una cama no lo ven muy claro. Y es que el fresquito, en ciertos momentos, no se paga con dinero.

La gente nunca va por la calle con el Ipad, el Iphone y/o la Blackberry a todas horas. Ni siquiera van escuchando música. Eso de vivir enganchado al móvil todo el día me da un asco enorme y vivir en Londres fue el colmo para ver y comprobar cómo la gente, especialmente en el metro, no ve nada más allá de sus narices. Y si pasa algo es que ni se darían cuenta. Van a su bola y con tanta maldita tecnología lo único que conseguimos es estar cada vez más cerca de los que están lejos, pero muy lejos de los que tenemos al lado. Aquí la gente vive tranquila, al día, disfrutando de lo cotidiano, hablando con los que le rodean, compartiendo risas y discusiones con cualquiera e interactuando entre todos de una forma que no he visto en ningún otro país.

A veces es evidente que la vida en estos lares es un poco ‘Welcome to the jungle’, sin un orden muy establecido. Pero creo que el equilibrio estaría en saber vivir de una forma civilizada sin perder lo natural. En algunos países nos consideramos muy libres, pero como dice Keny Arkana, todos nacemos con una soga al cuello. Aunque es verdad que en ciertos lugares está más floja. Dependiendo de dónde hemos nacido y sobretodo de dónde nos hemos criado somos esclavos de algo. A este lado del estrecho es obvio que la mejor y más eficaz forma de represión y control es la religión. Pero en nuestro lado, el machaque que sufrimos desde que somos críos que nos obliga a competir contra todos, en vez de contra nosotros mismos, a estudiar en la Universidad y conseguir un buen empleo, a ganar un buen sueldo para así poder comprarnos una casa y un coche, y una vez que tengamos todo eso, formar una familia… etc. Si te sales de ese camino parece que no puedes ser feliz. Y eso es lo que nos está matando. El consumismo, la imagen, la estética, el materialismo, el individualismo… son la soga de que Arkana habla. Y lo peor es que cada día ahogan más y más.

Aquí es todo más salvaje, pero en definitiva más real, más de verdad. La anarquía en el ser humano, como seres racionales que se supone que somos, me parece una utopía. Soy consciente de que tiene que haber unas normas y/o leyes, pero que no sirvan para oprimir al pueblo, hombre. Hay que dejarlo fluir un poco más, dejar que las cosas sigan su ciclo normal y establecer unas pautas para que nadie sobrepase límites.

Aquí, por ejemplo, en la carretera. Es verdad que en las ciudades se conduce, aparca y cruza por donde les da la gana. Pero es que dentro del caos siempre hay un orden, y estoy convencida que hay muchos más accidentes y más graves en nuestro ordenado mundo. Se puede fumar en los bares y no pasa nada. El dueño gana más dinero, el que quiere fumar fuma y al que le molesta se pone en otro lado y punto. ¿Por qué lo hacemos todo tan difícil a veces? Es verdad que la existencia de unas normas teóricamente ayuda a que todo esté controlado y vaya mejor, pero el llegar a Barcelona, después de llevar varios meses viviendo en Marruecos, pedirle a tres camareros/dependientes en la estación de buses que, por favor, me enchufaran el móvil un momento, que no tenía batería, y me dijeran que no podían, que les estaban vigilando con cámaras de seguridad y que lo tenían terminantemente prohibido… Fue muy duro. Fue volver a la surrealista realidad del ‘Primer Mundo’, en la que todo está controlado, prohibido, pautado, regulado, estipulado y cuadriculado.

Y luego encima algunos me preguntan: ¿pero y no te cuesta adaptarte a un país así? Lo que aún no sé muy bien es si se refieren a Marruecos o cualquier país de nuestra querida Europa…

Puedes conocer más historias de Marruecos en el blog No es Nada Personal

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