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Cartas desde Mozambique

mochila-viajero-rozalen-revista-achtungPor Sergio Rozalén

Cien noches de manta a la cabeza, empezando por aquella que cae en el aeropuerto de Madrid y transcurre llena de incertidumbre, a bordo de un avión semi vacío, y terminando por la de hoy, en algún lugar de Mozambique cuyo nombre no importa demasiado, pero desde donde oigo romper las olas a escasos metros. Hoy, también solo como en aquel avión y en aquel hostel de Cape Town que me vio aterrizar, aunque esta vez por decisión propia, saboreo esa soledad como un bien preciado del que no siempre se puede disponer.

Este es un post de balance, como el que dicen que se hace a los políticos cuando transcurren cien días del comienzo de su gobierno. ¿Un balance? El tiempo se evaporó con la mochila a mi espalda, las distancias me parecieron siempre cercanas y África me ha esta dando mucho más de lo que podía imaginar.

Y desafiando el oleaje sin timón ni timonel, por mis venas va, ligero de equipaje, sobre uncascarón de nuez, mi corazón de viaje”.

Este es un texto de agradecimiento, sobre todo a los que estáis al otro lado, los que leen y comentan y lo dicen, y también los que leen y no comentan, pero lo sienten. Los que me animan a seguir y los que me preguntan cuándo voy a volver. En especial a mi alter ego Alberto Mélida, que me pone bonito el blog y el mapa y que siempre está dispuesto a satisfacer mis peregrinas ocurrencias a 8.000 km de distancia.

Copas de árboles infinitos sobre mi, esto solamente ocurre cuando estás aquí, cuando estás aquí junto a mí”

Estas son una palabras de añoranza, porque sólo echo de menos a la familia y a los amigos, aunque os siento muy cerca (¡bendito guasáp, benditas redes sociales!). Vale, también echo de menos la calle Fuencarral de Madrid y, algunos días, para qué negarlo, daría el meñique por comerme una fabada.

La primavera ha llegado a la ciudad y no sabes lo bien que me sienta, mamá. Los días tranquilos transcurren serenos, tus pasos, los míos, peinando el sendero. ¿Quien dijo que los muertos no iban a resucitar? Hoy llego más puro que el agua mineral”.

Esta es una publicación de tristeza. En África, por aquello y sólo aquello que pudo haber sido y no fue. Y sobre todo, de la que me acosa a diario viajando desde mi país.

(…) llanuras bélicas y páramos de asceta, no fue por estos campos el bíblico jardín. Son tierras para el águila, un trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Caín”.

Y es que todas las malas noticias que acompañan mi viaje nacen en España, un país que, quizá magnificado por la distancia, me parece desangrarse, vaciarse y desahuciarse. El comentario más repetido por mis conocidos en los últimos cien días “Estás mejor ahí. Te fuiste en el momento oportuno”. Cuántas veces habré escuchado el mismo comentario de turistas extranjeros cuando digo que soy español. Hemos pasado del “Spain World Champion” al “Spain crisis and umployment”. Prefería lo primero, que nos repetían los funcionarios de aduanas uzbekos o kazajos al mostrar nuestro pasaporte, camino de Mongolia. Pero los tiempos han cambiado, parece. Y es que la casualidad ha querido que yo celebre cien días de viaje por África el mismo día que mi país está de fiesta, celebrando que tenemos una Constitución en la que casi nadie cree. Batas blancas en huelga, abogados con maletín que casi nadie se podrá permitir, estudiantes con flequillo y sin universidad, ancianos desahuciados o inmigrantes emigrados. Ellos son la mala noticia de mi viaje.

Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”.

Y estos son párrafos dedicados a la noble actividad de viajar. Al viajero que no acumula lugares sino experiencias, al que el dinero no le marcará el itinerario y el que intentará conocer las gentes que estaban ahí antes de que él llegara a ese lugar, cumpliendo al menos un poquito de aquello de “haz lo que vieres”. Dedicado a los centenares de viajeros profesionales, trotamundos de espíritu y mente que he conocido en los últimos cien días. Ellos también me animan, algunos sin saberlo, a seguir empujando el macuto. Quizá cien días más.

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