Paloma Calderón y Baldo Ruiz nos emplazan, a nosotros los espectadores, a un marco en el que sus personajes hacen de las veces de “catalizador” para que todos (incluidos los profesionales implicados en este montaje), nos reservemos un tiempo a pensar qué roles se les han asignado a las personas que han sido percibidas como mujeres-cis y, no menos importante, el cómo estas personas han de gestionarlo dentro de sí. Lo cual también pasa por una supuesta conservación de cierto “decoro” en los espacios públicos y en la intimidad.
Por supuesto que, temas como la masturbación y el caer en la cuenta el qué supone que nuestros cuerpos se diferencien tanto desde la niñez hasta alcanzar a la mayoría de edad, son parte de los pilares que sostienen a Visillo. Por ello, entre otras cosas, esta pieza fija su hilo conductor en la concatenación de testimonios que se balancean entre lo colectivo y lo individual. Ya sabéis, eso que tanta repercusión ha tenido a nivel onto-epistemológico desde siglo XX. En tanto y cuanto, que un testimonio más que aspirar a una verdad universal, éstos se desenvuelven en el terreno de ampliar las visiones sobre quienes protagonizan a nuestro cotidiano. Asimismo, nos sirven de herramienta para superar el “laberinto” que es definirnos a nosotros mismos como sujetos políticos de derecho.
En esta línea, a poco que uno conecte y esté de acuerdo con las premisas de las cuales han derivado a Visillo, uno se “aclimata” y lo ve todo lógico y necesario para visibilizar las consignas que se han sabido posicionar en el “foro público” desde los distintos movimientos feministas y, en menor medida, desde los colectivos LGTBI+. ¿Cuál es el problema? Que emprender cualquier proyecto que esté impulsado por constituir un entorno más habitable y en el que predominen los cuidados, lleva consigo enfrentarse a preguntas del tipo: ¿Cómo conseguir acercarse y persuadir a los que no “militan” en nuestras ideas y modos de vida? ¿Cómo evitar que los que “militan” en las mismas, se aíslen a sí mismos en los que llamó Michel Foucault “espacios de resistencia”? Dadas estas condiciones, ¿es posible aspirar a que se transforme todo el “espacio de lo público” en un “espacio seguro”, en donde los Derechos Humanos de todos los individuos se tomen por hecho, como que el matar o el robar no son aceptables?…
¿Qué hacemos? ¿Tomamos como “enemigos de una guerra cultural” a aquellas personas que se niegan a acelerar los cambios necesarios en nuestras relaciones sociales, políticas y con nosotros mismos? ¿éstas son unas “necias” que buscan perpetuar, a toda costa, sus privilegios en asuntos relacionados con el género? Es más, ¿Cómo evitar que creaciones tan bien intencionadas y empoderadas (como lo es Visillo), no sean entendidas como un “panfleto de feministas radicales que trata de “destruir a la mujer”, ya que al fin al cabo, la igualdad entre todos los seres humanos, no tiene por qué trascender al que se cumpla la ley ya vigente en los países del auto proclamado “mundo libre”?…
Desde luego que, estos profesionales han “puesto sus cuerpos” al servicio de algo que aún precisa seguir desarrollándose en lo se refiere a una comunicación asertiva, puesto que (al menos desde los países occidentales) parecía que se habían consolidado grandes avances en materia de derechos de las mujeres y de los colectivos LGTBI+. Sin embargo, en países como España o Argentina han emergido reacciones muy agresivas y contundentes que ponen en duda el respeto a los derechos de dichos colectivos. Y no sólo teniendo detrás de sí a sus “convencidos”; sino que además, a las personas que no se han sentido interpeladas, o bien porque han considerado que hay otras cosa «más importantes” o porque ello puede “poner en peligro las libertades individuales de todos”.
A dónde quiero llegar, es que, para lo bueno y lo malo, esta pieza interpretada por Paloma Calderón, Sara Canet y Cristina Maestre se nos presenta como una oportunidad muy valiosa para sentirnos acompañados por quienes han pasado opresiones similares a las nuestras. De tal modo que nos invita a reconciliarnos con nosotros mismos y, en el mejor de los escenarios, con los que nos rodean de forma más inmediata. Ello no es poco, pero, lamentablemente, no alcanza para satisfacer estas legítimas aspiraciones a corto y mediano plazo. Tanto es así que, ellas han tenido el acierto y la lucidez de emitir su mensaje a través de frases que se movían en un espectro en el que estaba lo conmovedor, lo divertido, lo atrevido y desolador, como también, con unos cuerpos que se iban activando al son del espacio sonoro aliándose con el diseño de iluminación de Carmen Mori. Por tanto, dichos cuerpos transitaron por sus altos y sus bajos; por sus propias esperanzas y sus obstáculos…
Sí es que este grupo de profesionales se limitaron a apoyarse en una estructura, que aunque sea sencilla y algo predecible, es efectiva a la hora de dejar en claro que no basta con desahogarse y haber localizado un “hogar” en las personas con las que compartimos una misma sintonía, siendo que todo lo que se hizo alusión sigue presente, por más “anacrónico” que nos parezca algunos. No obstante, tuvieron el carisma y la entrega necesaria para que los que integramos al público salgamos satisfechos y con ganas de retomar debates que nos atraviesan, a pesar de que todavía no hayamos dado con la “fórmula definitiva” para que se generalicen estas reivindicaciones tan nobles y sensatas.