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Voluntad de Creer de Pablo Messiez es una obra tan espectacular como compleja de seguir, dada la minuciosidad y riqueza con que están hechas cada una de su las escenas que la componen. Esta coproducción de Teatro Español y Buxman Producciones puede verse hasta el final de este mes en la Sala Max Aub del Matadero (Madrid).

 

Voluntad de creer es de los trabajos que hasta ahora he visto (en todos los ámbitos de las artes) que más se asemeja a cómo es estar enmarcados en la Edad Contemporánea. Lo cual supone estar en una suerte de “espacio vacío” en el que transita un sinfín de información, que de un modo u otro nos “entretienen” o le dan sentido al estar vivos, mientras nos vamos aproximando hacia nuestra  muerte.

Es como si todo careciese de sustancia, a menos claro, que uno en tanto sujeto responsable de su propia vida y de cómo se relaciona con sus semejantes, apueste por darle un cierto grado de veracidad a lo que uno, por simple contingencia, le ha dedicado tiempo y anhelos. Y todo lo anterior, sin que se haya pretendido ofender a nadie en lo que fuere que creyese o no (a pesar del tono socarrón que aparecía y desaparecía con algunas frases, como si hubiera habido cambios en la dirección del viento en la sala). Es tan grande el terreno por el que se expande este trabajo dirigido por Pablo Messiez, que toda barrera, o «puente que se derruyó en antaño», etc.… estuvieran más accesibles que nunca. Es decir: En la Edad Moderna se terminó de consumar que el núcleo está en el ser humano y sus correspondientes relaciones con lo que le rodea. Mientras tanto,  en la Edad Contemporánea ya no hay núcleo, como mucho, hay varias “constelaciones” que coexisten en un mismo espacio “geográfico” (por así decirlo), pero éstas pueden pasar mucho tiempo sin que dialoguen entre sí.

Foto: Laia Nogueras. Imagen cedida por el Teatro Español

Foto: Laia Nogueras. Imagen cedida por el Teatro Español

 

De tal manera, que es un accidente que los personajes de Voluntad de creer estén emparentados a través de lazos familiares o de familia política, siendo que ello es tan endeble como el afirmar una cosa en los tiempos que corren. Tómese en cuenta que cuando nosotros los espectadores estábamos tomando nuestros asientos antes de la representación, estaban los intérpretes preguntando nombres, señalando cosas, anunciándonos cosas que iban a pasar en la obra…, para luego reafirmar que efectivamente esa persona se llama tal, y como lo dijo esa persona hace un instante ¿Cuántas personas han mentido en ese momento? ¿Es posible que en la sala haya habido en un día cualquiera, más argentinos que creyentes en algo? Este tipo de preguntas se les da cabida, en contextos como el que se fue configurando a lo largo de la representación de esta pieza, porque se asume que ya no nos desenvolvemos en torno a un mismo eje.

Entonces ¿No hay nada? ¿Hubo alguna vez algo? ¿Quién soy?/¿Quiénes somos? Esas preguntas serían más propias de quien aún se maneje bajo los esquemas de la Modernidad, en donde aún se luchaba por los ideales que dieron pie a la Revolución Francesa, o al nacimiento de todas ciencias naturales y sociales, en tanto disciplinas que estarían al servicio del ser humano, para que éste (en lo colectivo y en lo individual) viva en este mundo con la mejor calidad de vida (recuérdese el último capítulo del Discurso del Método de René Descartes). Llegados a este punto  ¿Realmente precisamos dar con una solución? Quizás esa idea que nos expresó Friedich Nietzsche, tras afirmar que a pesar de que  “Dios había muerto”, y aún hay personas que le siguen rezando aunque su cadáver emita un gran hedor. Nos guíe con la finalidad, de seguir analizando en dónde llevan “posados nuestros pies” desde hace mucho tiempo.

Foto: Laia Nogueras. Imagen cedida por el Teatro Español

Foto: Laia Nogueras. Imagen cedida por el Teatro Español

 

En esta medida, Voluntad de creer nos “arrincona” por más que uno defienda con vehemencia, que la vida de uno tiene sentido, o que uno “ostente un destino por cumplir”. No obstante, uno siempre puede optar por desentenderse de todas estas “lógicas tradicionales”, y decantarse por un “dejarse llevar”. Pero ¿Acaso eso no sería una huida disfrazada de un “resignarse a lo que sea que te de la vida”? Precisamente en esta línea, el texto de esta pieza es imparcial, siendo que si uno se lo toma en serio, parece que a lo que nosotros nos entregamos es por un mero “antojo”, o por qué no decirlo, ya no sabemos vivir de otra manera, aunque “ese cadáver de Dios, cada vez huela peor. Y no hay nada o nadie, que lo saque de la sala que todos compartimos”.

Llegados a este punto, la propia dramaturgia de esta pieza fue instrumentalizando la trama que hace que los personajes se relacionen entre sí. Una historia más o menos mundana (aunque sean trágicos los hechos a los que se enfrentaron los personajes), que al final se vio influenciada por los meta-textos que se fueron sucediendo en el desarrollo de la representación de Voluntad de creer. Esto es: A veces sin que nosotros los espectadores nos diésemos cuenta, los personajes rebasaban con frecuencia  las numerosas “capas”  que articulan los “agujeros” por los cuales los intérpretes afrontan su diversos papeles/roles en este trabajo.  Rompiendo toda posibilidad de que la línea narrativa de Voluntad de Creer, permanezca por mucho tiempo siguiendo una inercia, que nos tentase a inducir que la propia obra pretenda erigirse como una “alternativa” ante esta realidad tan confusa y convulsa en la que habitamos.

Voluntad de creer no deja a nadie indiferente, ya que es capaz de desatar pasiones de todo tipo, como también, “marear” a más de uno siendo que su estructura formal es fractal. De cualquier modo, esta pieza me dejó fascinado y con ganas de verla un par de veces más. Principalmente, porque  tengo la sensación que la “orografía” de la misma, te permite que tomes “rutas” diferentes cada vez que le veas.

 

 

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