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Wilko Johnson y su inseparable Telecaster. Foto. Juan Antonio Gámez

 

Comienza una velada que sabemos va a ser memorable con dos invitados de lujo: Little Boy Quique & Kid Carlos. Con su álbum disponible They call me Little Boy (2012) y tirando de repertorios clásicos de bluesman, ambos proponen un diálogo íntimo entre sus guitarras con la elegancia de una acústica y la Les Paul Gold, acompañadas puntualmente por la armónica y profunda voz de Quique.

Wilko ha golpeado con fuerza a la muerte, noqueándola con su Telecaster roja-negra y como ocurría en la película El séptimo sello de Bergman, la partida de ajedrez se desarrolla ahora en los escenarios. Esta vez el protagonista deja bien claro que las tablas y los focos son su hogar y así será para siempre al cantar Going Back Home, con la sala Custom llena a rebosar y jaleando cada tema.

Sus movimientos espasmódicos a lo largo del escenario mirando de frente y fíjamente al público, hacen rememorar momentos épicos en la historia del rock & roll, no para añorarlos sino disfrutarlos aquí y ahora. Rasgando con furia las cuerdas de su guitarra y cantando a plena potencia Roxette, Wilko demuestra que no existe ni el ayer ni el mañana, sólo el hoy para darlo todo encima del escenario.

Junto a él Dylan Howe en la batería y Norman Watt-Roy al bajo, lanzando sin compasión ritmos a través de los amplificadores.  Es todo un espectáculo ver al bajista empapado en sudor, vapuleando las cuatro cuerdas con tanto frenesí como si deseara arrancarlas de cuajo. Norman Watt-Roy  engendra unas  portentosas armonías y escolta a Wilko con unos coros apasionados en Sneakin´ Suspicion, resbalando por su frente infinidad de goterones.

Toda la concurrencia enfervorizada espoleando acorde por acorde Keep on Loving You, hasta que Wilko con su Telecaster deja de rasgar las cuerdas, casi sin tocarlas al contraer o estirar sus dedos y se pone a lanzar notas con la furia de una metralleta.

Incluso los momentos más sentimentales y delicados The Beautiful Madrilena tienen un toque picante cuando puntea, tras esos instantes de tranquilidad un breve respiro y vuelve a la carga enlazando con Paradise. Qué buen hacer exhibiendo las mejores esencias del blues Everybody´s Carrying a Gun, fenomenal diálogo entre guitarra y bajo escalando trastes al unísono, dejando paso a un grandioso sólo con esos dedos infinitos de Norman Watt-Roy, turno para el lucimiento de Dylan Howe, un poco olvidado y eclipsado por estos dos torbellinos, finalizando Wilko con los sonidos más incisivos.

Tras She Does It Right donde el trío nuevamente a hacer saltar chispas de los altavoces  y vuelan astillas de las baquetas completamente destrozadas por la furia con que son golpeadas, tenemos la única decepción: el pipa empieza a desmontar el equipo ocasionando un abucheo apoteósico.

Pero no podía terminar así, Wilko vuelve a salir y nuevamente la locura se apodera del público que lo agasaja con un monumental aplauso. Conmovedora esa despedida Bye Bye Johnny (B. Goode) para memorar en nuestra retina, corazón y alma.

La renovada Sala Custom fue testigo de la aparición de un milagro. Efectivamente, el que se subió al escenario y estuvo actuando durante una hora con fuerza, energía y entrega, el que hizo saltar a un numerosísimo público entregado, a caballo entre la devoción y la curiosidad, era Wilko Johnson, el hombre que con la chulería de un rockero de los viejos, le vaciló a la muerte.

Se podría pensar que, ante estas circunstancias, no tendría que esmerarse mucho para ganarse al público, después de todo, no hay nada mejor para ablandar corazones que ser víctima. Pero lo cierto es que si no fuera por su reluciente calva y su aspecto delgado, nos hubiéramos olvidado completamente de su historia, tal era el despliegue de movimientos, potencia vocal, guiños al público y, como no, música de la de verdad, con el que nos ganó desde el primer minuto.

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Norman Watt-Roy un lujazo de bajsita. Foto. Juan Antonio Gámez

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