La programación de la penúltima jornada de la vigésimo segunda edición del Festival Cádiz en Danza fue: MUR de Raquel Jara & Cris Marín, Bailaban las perolas de Laura López & Pablo Pérez, MOTIFs de Compagnie Parc y Mover Montañas de Cía. Alberto Velasco.
MUR – RAQUEL JARA & CRIS MARÍN
Si el marco conceptual y la estructura de la pieza en juego no están bien elaboradas, es cuestión de tiempo, para que lo demás se vaya desmoronando. Me entristece y me frustra cuando se trata de trabajos hechos con cariño, en los cuales se han invertido numerosas horas o han sido interpretados por profesionales que se han dejado la piel, pero cuando hay inconsistencias de tipo formal, lo que fuere que se haya querido comunicar, se emborrona.
Una de las cosas que me pasa con MUR, es que tengo que hacer un acto de fe a la hora de afirmar que lo que se representó en escena, coincide de verdad con lo que se nos introdujo en la sinopsis. Siendo que hay obras en los que se nota que su marco conceptual se ha “fijado” en el mismo momento en que se redactó la sinopsis, dejando al movimiento de los intérpretes como un “canto en el vacío”. En estos casos es insuficiente que Raquel Jara y Cris Marín hayan dado con enlaces y ejecuciones que deberían preservar y lucir orgullosas, porque cuando se está en escena se está para transmitir un contenido, no para mostrar el cómo sienten los intérpretes en relación a lo que se presupone que le dio pie a esa función.
Incluso en obras que son netamente formales (en las que no habría nada o casi nada que se asociaría con nuestro cotidiano), uno como creador y director ya ha respondido a cuestiones tan elementales como: el qué, el por qué, el cómo y el para qué se hace lo que se hace. De lo contrario, costaría distinguir una variación de una clase avanzada de técnica de danza contemporánea de un acto escénico.
Bailaban las perolas – LAURA LÓPEZ & PABLO PÉREZ
Las ruinas tienen algo que nos hace sentir “seres anecdóticos”: individuos que pudimos haber pasado por allí o no. Sin embargo, a poco que uno haya construido dentro de sí un vínculo que nos arraiga con su historia, entonces estaríamos ante un reflejo de cómo una parte de nosotros se está cayendo a pedazos. Somos conscientes que el estado de aquellas ruinas responde a razones que se escapan a nuestra compresión y marco de actuación. De todas formas, permanece latente lo que nos inclina a custodiarlas de alguna forma, signo de que todavía se está en una fase de duelo.
Lo anterior, en mayor o menor medida, formó parte de la atmósfera que envuelve a Bailaban las perolas, esto es: ya en su sinopsis se nos indica que esta pieza proviene de un indagar en torno a los antepasados y tradiciones de la tierra de estos profesionales, Aragón. Región que, a poco que se hable con varios de sus habitantes, se oyen cosas como: es un “lugar de paso”; “tiene lo que tiene porque está entre Madrid, Cataluña, la Comunidad Valenciana, Navarra, etc…”; “Aragón es tan desconocida porque no ha hecho valer su cultura, a diferencia de lo que ha pasado con las culturas vasca o gallega”… En fin, cuestiones que dibujan una tensión en la que lidian los que no se hallan en su identidad en tanto aragoneses, o bien proveniente de personas que tratan de conservar un legado que explicaría mucho de lo que le ha condicionado hasta nuestros días.
Así, esta pieza inicia con el personaje que interpreta Pablo Pérez balanceándose en un silla ensimismado y taciturno. Y a pesar de que el personaje de Laura López busca la forma de reencausar los ánimos y pensamientos de su compañero, él no está dispuesto a pasar de largo a lo que le mantiene aferrado a aquella silla. A partir de aquí, se suceden una serie de intercambios de miradas y demás gestos que exponen el nivel de intimidad que han compartido.
Llegados a este punto, cabe “invitar a bailar” al otro, independientemente, de que su resistencia responda a un “dejarse caer”. De allí surgirá una “danza” en la que sale a relucir lo que ha estado contenido en ellos, incluido lo que todavía no se ha manifestado al exterior. Nosotros espectadores percibimos pasos, caracteres y demás cosas por el estilo de danza contemporánea, siendo enlazados con lenguajes que asociamos a lo “folklórico”, por más que la mayoría de ellos no seamos capaces de reconocerles con un nombre.
Es maravilloso como estos profesionales han dotado de tanto contenido a unos pasos que parecen diseñados para las fiestas populares o momentos de esparcimiento. He allí la importancia de que se dirija siguiendo un ritmo escénico en el que, aunque las acciones que se ejecuten en escena sean extra cotidianas, se consigue que lo que está pasando entre los personajes en juego sea creíble, dando lugar a que muchos espectadores se puedan sentir identificados con los mismos.
Desde luego que no es viable lo anterior si no se ha caldeado y contextualizado al público, puesto que sería muy difícil seguir el hilo de una historia entre dos personas que se quieren, y buscan la manera de comprenderse el uno al otro. Por tanto, intuyo que en Bailando las perolas la danza es y no es una metáfora de cómo se va desarrollando una relación interpersonal que tiende hacía el infinito. Eso sí, hoy el “escenario” son aquellas ruinas y lo que les suscitan a estos personajes.
En lo que a mí respecta, esta creación me conmovió de principio a fin, en especial, porque todo lo que se nos planteó fue hecho con franqueza y elegancia. Perfilando al rigor técnico que demostraron (por ejemplo, en su timing o los enlaces de un movimiento a otro), como vehículos de expresión artística.
MOTIFs – COMPAGNIE PARC
Coreografía: Pierre Pontvianne
Intérpretes: Paul Girard y Marthe Krummenacher
Música: Benjamin Gibert
En MOTIFs subyace lo que hace que una pieza de danza sea algo de gran calidad, en la medida de que la temática que se aborda, la coreografía, el diseño de iluminación, el ambiente sonoro y la interpretación de sus bailarines se complementan entre sí: donde cada uno de los elementos que están operando en ella, se están dando razón de ser mutuamente. Por tanto, el equilibrio de la misma reside en que todo lo que la constituye esté en permanente movimiento.
Ninguno o casi ninguno de los elementos de esta pieza interpreta un rol protagónico, tan sólo hay momentos en que se saca más relucir un elemento por encima de los otros, porque así su dramaturgia lo amerita. De todas formas, los integrantes de Compagnie Parc supieron conservar templanza en su buen hacer, para que no quepa duda alguna de que este trabajo no es un pretexto para tomar el “turno de palabra” sobre un escenario, siendo iluminados por unos focos.
Si estamos ante una temática tan abstracta y abierta, como lo es que dos personas se están aproximando a lo qué es estar en intimidad con el otro mientras se genera un fuerte vínculo, ello precisa que se enmarque en un “paisaje” en el que lo explícito no atente contra la inteligencia de los espectadores, y lo implícito sea lo que les haga preguntarse a los mismos, cómo es posible que sea una obra tan emotiva y tan cargada de contenido, a pesar de que no haya habido sobresaltos ni se haya pronunciado palabra alguna. Es más, si se observan fueran de contextos fragmentos de MOTIFs, éstos sería ejercicios avanzados de paso a dos en danza contemporánea, o dicho de otra manera: todo lo que se expuso en esta pieza está justificado e imprescindible.
Como si ello fuese poco, los integrantes de esta compañía francesa, dan cabida a que cada espectador sacase su propia lectura de lo que fue pasando, exactamente, entre los personajes que interpretaron Paul Girard y Marthe Krummenacher, dando lugar a que esta experiencia sea algo colectivo e individual. En fin, en este instante me faltan palabras y horas de reflexión para expresar el por qué me parece de lo mejor que he visto en lo que va de temporada.
Mover Montañas – CÍA. ALBERTO VELASCO
Mover Montañas es una exhibición de lo que ha estado explorando este profesional castellanoleonés entorno a cómo hemos gestionado nuestro legado folklórico y cultural. Hasta el punto de que, lamentablemente, se ha desvirtuado parte de la razón de ser de las danzas populares, como también, quiénes también deberían practicarlas y conservarlas. Así, Alberto Velasco puso en valor, performáticamente, el que cualquiera debería estar autorizado a encarnar a estas prácticas, sin estar cuestionando a quiénes se dedican a ellas de manera profesional.
Ahora bien, si no fuese por la composición del ambiente sonoro a cargo de Mariano Marín, esta pieza se hubiera quedado desmembrada y fragmentada, puesto que su estructura no deja en claro el por qué el quinto accesorio que uso para su representación, debe de estar quinto y no cuarto (por ejemplo). Quizás el “storyboard” de esta pieza hubiese funcionado mejor en un videoclip o un videodanza, pero en el momento que se ha apostado por un formato escénico, hay cosas que no se deben dejar en un segundo plano.
De cualquier modo, su extraordinaria presencia escénica, determinación, carisma y el buen desarrollo del marco conceptual de Alberto Velasco, fueron varios los elementos que mantuvieron en pie a esta creación, ya que muchos de los que integraron el público salieron encantados de lo que vieron. Lo cual es algo que no debería pasarse por alto, más no me es suficiente como para que ignorar que yo me haya quedado con la impresión de que asistí a la muestra de un “work in progress”, en vez de una obra en gira de un profesional consolidado.