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Hoy os traigo, actungers!, la que para mí ha sido la mejor novela de género negro que se publicó en España el pasado año 2020. Me refiero a Solo que Marla no volverá, del mexicano Béla Braun y editada por Drácena. La novela es un pavoroso recorrido por los bajos fondos mexicanos, los del D.F. y los de la costa, dominados por mafias que controlan la trata de mujeres bajo un régimen de violencia desatada. Además, la sexualidad explícita y descontrolada, la corrupción, y el juego de billar y sus tugurios, componen un escenario cruel en donde el mal, permitido por los poderosos, siempre se sale con la suya.

Lo primero que llama la atención de Solo que Marla no volverá es el despliegue de unos recursos narrativos sorprendentes, como el uso del leitmotiv, la elusión o la simbología arquitectónica del billar a tres bandas en la construcción y destrucción del mundo del protagonista. Todo ello hacen del texto una novela brutal contrapunteada con un lirismo extraño y doloroso, apabullante.

 

Estos recursos de gran escritor ya aparecían en la anterior novela de Béla Braun, Sacrificio, editada por la mexicana Nieve de Chamoy, y de la que ya os hablamos. Os dejo enlace al estudio crítico:

Sacrificio, del mexicano Béla Braun: nada duele tanto como la esperanza

El titular que empleé para ese artículo muy bien podría utilizarse de nuevo para Solo que Marla no volverá, porque el protagonista, como ya ocurre en Sacrificio, se mueve por la novela en un peregrinaje por los bajos fondos, aferrado a una dolorosa esperanza, en este caso mucho más amarga que la del protagonista de Sacrificio.

La tenebrosa música de las esferas

Tres bolas de billar francés, tres, esas que cuando entrechocan para producir una carambola suenan con un característico chasquido, forman parte de la banda sonora del libro. Funcionan a modo de metrónomo que marca las pautas de la desesperación del protagonista que tal vez, solo tal vez, se llame Víctor. La presencia de la música tiene un lugar importante en la ambientación del texto y nos presenta dos zonas definidas: el cuarto del protagonista, en donde escucha sus discos y que se mantiene como una burbuja ajena al terrible exterior que acecha:

Ya bastante del infierno se cuela por la ventana”.

Y es en ese lugar en donde mantiene relaciones sexuales con Marla (que, por cierto, no se llama Marla), como un entorno seguro. Sin embargo, tras la repentina e inexplicable desaparición de Marla, el cuarto va adquiriendo otras cualidades íntimamente relacionadas con los procesos de angustia por los que va atravesando el narrador. El cuarto, así, es ahora un:

departamento completamente equipado de ansiedad”.

Y después un:

departamento completamente equipado de incertidumbre”.

Continuar en él resulta imposible, por ese motivo el protagonista se ve obligado a exponerse en el exterior, una Ciudad de México que es:

un inconmensurable no-lugar”.

La Ciudad de México entendida como un no-lugar. Esta afirmación no es algo baladí. Es un dardo envenenado que atraviesa el corazón de la novela. Béla Braun ha utilizado el termino acuñado por el antropólogo francés Marc Augé para definir aquellos sitios que, precisamente, no pueden definirse como lugares que fomenten procesos de identidad y relación. Por tanto, estos espacios pueden ser medios de transporte, lugares de comercio y de ocio, o bien, en función de la relación que los individuos mantienen con ellos, hoteles, bares… El no-lugar es una ubicación en donde se cristaliza el espíritu del individuo desarraigado y solitario. Son espacios de incomunicación y que el autor denomine así a la Ciudad de México resulta crucial para el desarrollo del texto.

La editorial Drácena ha sabido apostar por Solo que Marla no volverá, uno de lo aciertos narrativos de 2021.

Para Augé las ciudades son lugares, dado que presentan una identidad y una historia propias. Sin embargo, a causa del proceso corruptor material y político, y por la degeneración moral que aparece en Solo que Marla no volverá, la Ciudad de México se ha transmutado en no-lugar. Una ciudad que, a pesar de atesorar una gran historia, ha iniciado un camino en dirección al no-lugar tras someterse a la destrucción de los miserables, los hampones, las mafias, las drogas, la prostitución y las corruptelas de los políticos y poderosos de turno. De esa forma, la Ciudad de México ha extraviado la identidad individual.

En el capítulo 6 de la primera parte de la novela, y también en el 11, el autor abunda sobre esos aspectos. Al protagonista solo parece quedarle como reconocible el barrio, su barrio, conectando su visión del desarraigo de la Ciudad de México con la poesía de un mexicano ilustre, José Emilio Pacheco, que en su pieza perteneciente al poemario Islas a la deriva, poemas 1973-1975, “Vecindades” del centro, escribe:

Y los zaguanes huelen a humedad.

Puertas desvencijadas

miran al patio en ruinas. Los muros

relatan sus historias indescifrables

Los peldaños de cantera se yerguen

gastados a tal punto que un paso más

podría ser el derrumbe.

 

Entre la cal, bajo el salitre, el tezontle.

Con este fuego congelado se hizo

una ciudad que a su modo inerte

es también un producto de los volcanes.

 

No hay chispas de herradura que enciendan

las baldosas ya cóncavas. Por dondequiera

autos, manchas de aceite.

 

En el XVIII fue un palacio esta casa.

Hoy aposenta

a unas quince familias pobres,

una tienda de ropa, una imprentita,

un taller que restaura santos.

 

Flota un olor a sopa de pasta.

Las ruinas no son ruinas, el deterioro

es sólo de la piedra inconsolable.

La gente llega, vive, sufre, se muere.

Vienen los otros a ocupar su sitio

y la casa arruinada sigue viviendo”.

Pacheco, como Béla Braun en su visión de Ciudad de México, denuncia el extravío de los lugares, de sitios que han mutado en no-lugares. Cuando los poemas de Pacheco posan su mirada lírica sobre lugares conocidos, tiene la intención de mostrar que esos sitios han dejado de existir. El mundo de Pacheco es un mundo en ruinas, olvidado, extinto, como también demuestra en su nostalgia por la Ciudad de México en la extraordinaria novela Las batallas en el desierto. Esta senda la sigue Béla Braun en la arquitectura urbana presente en Solo que Marla no volverá.

El poeta y narrador mexicano José Emilio Pacheco, Premio Cervantes 2009.

Tres bolas de billar francés, tres

Así que el protagonista, ese Víctor que no sabemos si se llama Víctor, abandona para iniciar su búsqueda de Marla (que no se llama Marla) el único espacio que es lugar, su habitación, también equivalente al Paraíso (no solo porque en ella experimenta el éxtasis sexual), y se embarca en un peregrinaje descensional e inverso al peregrinaje ascensional dantiano de la Comedia. Esta zona equivaldría a la bola blanca del billar.

Todavía, una vez fuera, existe un sitio intermedio, un antepurgatorio, en el bar de Doña Luz —ese nombre no es casual, puesto que el sitio, zona indefinida de tránsito entre Paraíso y Purgatorio, todavía conserva algo de la luminosidad del mundo conocido y seguro del cuarto del protagonista—, un espacio en donde se pueden generar situaciones ligeras de relación, muy leves, por eso todavía es un lugar.

Desde aquí, se abre un extenso Purgatorio por donde deambulará el personaje. Primero, en los salones de billar; los integrantes de la fauna de billar retratada hacen las veces de penitentes a la espera mediante el juego, las apuestas, y el paso del tiempo. Aguardan a que se cumpla su caída final en los infiernos.

La función de estos salones de billar, y jugando con la teoría de Augé, son espacios de sobremodernidad, puesto que temporalmente, y de forma falsa, solucionan momentáneamente la necesidad impulsiva del individuo de ratificar su identidad extraviada en las calles de la ciudad no-lugar. Son falsos, porque la identidad que proporcionan, la de ser jugadores de billar, muchas veces reconocidos por los otros con motes o sobrenombres, es algo transitorio que desaparece en cuanto se abandona el establecimiento. Los jugadores son fauna de billar, hermanados a otros topos narrativos como son la fauna de casino dostoievskiana o la fauna de balneario, sanatorio u hospital, que reproducen Thomas Mann o Tolstoi, entre otros escritores.

Béla Braun, autor de Solo que Marla no volverá, en retrato de Diana Fernández para la edición de Drácena.

En estos espacios se alcanza un elevado grado de despersonalización, y el retorno a las calles aumenta la soledad y el aislamiento. Toda la primera parte de la novela se construye sobre espacios de sobremodernidad y no-lugares (billares, habitaciones de hotel) para configurar el Purgatorio, al que correspondería la bola de billar banca marcada con un puntito rojo.

El protagonista, movido por su imperante y urgente necesidad de encontrar a Marla (que no se llama Marla), intentará afirmar su identidad mediante la búsqueda, una búsqueda que, a medida que penetra en los bajos fondos y las zonas de penumbra, termina por aislarlo. Porque la Ciudad de México que opera como Purgatorio (con esas zonas liminares a modo de Infierno, pero que todavía no es el verdadero Infierno que después encontrará el protagonista) es un espacio ajeno a lo individual, como muestra el proceso de completa anulación personal de las prostitutas que aparecen sometidas a las mafias de trata de mujeres.

Por eso, lo crucial en el texto es el peregrinaje descensional del protagonista en busca de Marla (esa que no se llama Marla), si es que al final llega a encontrarla; lo que importa es el camino que puede conducirlo hasta ella, mientras vamos descubriendo el significado, toda la carga simbólica de lo que representan estos personajes y las zonas crepusculares de esos no-lugares escondidos tras la “obsesión trigonométrica” o la “visión trigonométrica del mundo“ que manifiesta el personaje-jugador de billar.

De esta manera, parte del libro se convierte en un Purgatorio de espacios hostiles por los que se mueve impersonalmente y sin ningún tipo de afecto, identidad o pertenencia, el protagonista, única manera de que sea capaz, gracias a la brújula de ese desapego sobremoderno, de alcanzar los verdaderos bajos fondos, y no ese:

falso bajo mundo, o del tipo de bajo mundo del que es fácil escapar con vida”.

No, la novela no va de malotes, va de malos de verdad.

Ya desde el inicio de la novela Béla Braun nos sumerge en un cronotopo de claroscuros espeluznantes. Desde el cuarto, pasando por los billares, los hoteles, y hasta la casa en la costa del tío Chicopalo, todo discurre en un ambiente de noir oscurecido. El viaje al submundo es algo que el protagonista identifica claramente —como el propio Dante peregrino que se sabe en el Purgatorio o en el Infierno— con afirmaciones como “he muerto y estoy en el Inframundo” o “la compañía de teléfonos ofrece muy mala cobertura en el Inframundo”, y la definitiva conexión, además, con el mito de Orfeo y Eurídice:

todo es posible, incluso bajar al infierno para dar con Marla y arrancársela al diablo de las manos”.

Dentro de los no-lugares, los medios de transporte cumplen la función de enlace entre un no-lugar y otro. No podía ser sino en un autobús, en compañía de una prostituta arrancada de la red de trata, como Víctor (que igual no se llama Víctor) alcanza el Infierno, es decir, la costa de México. Y como buen Infierno dantiano, ese lugar posee su anteinfierno, la casa del tío. Esta casa opera como lugar de intercambio porque es lugar, y a la par no-lugar; un anteinfierno previo al descubrimiento del verdadero Infierno por parte de Víctor (que igual no se llama Víctor) y que hasta posee su propio Minos en la figura del tío Chicopalo, que incluso se rodea de verdaderos seres infernales encarnados en las autoridades peligrosas y corruptas que asisten a sus campeonatos de billar. Solo faltaría en el dintel de la puerta de la casa la inscripción infernal que se encuentra Dante al acceder a él: “Abandonad toda esperanza”. Y en cierto modo, el protagonista la reescribirá casi al final con su demoledora afirmación:

El mañana queda formalmente clausurado”.

Hace rato que Víctor (si es que se llama así) ha entrado en zona infernal, a la que pertenece la tercera bola de billar francés: la de color rojo.

Tres bolas de billar francés, tres, una de cada color para cada sección descensional: blanca para el lejano Paraíso de la habitación, blanca con punto rojo para el Purgatorio de la Ciudad de México no-lugar y roja para el Infierno que empieza a las puertas de la casa de la costa de Chicopalo.

Anfibología de los bajos fondos

Lo he señalado al principio: el recital de recursos narrativos es maestro. Solo que Marla no volverá se sustenta sobre la elusión, el leitmotiv, la arquitectura del juego del billar (a la que ya me he referido) y en un trabajo de la metáfora, la comparación y el símil original y cargado de una ironía destructiva. En ese sentido, el trabajo anfibológico es portentoso.

En la novela suceden escenas de violencia potentísimas, pero Béla Braun pasa por ellas de puntillas, escamotea el meollo de la acción, para desvelarlo de forma diferida. Ocurren cosas a los ojos del lector que no ve, solo las intuye, que después se ratifican mediante las confesiones del narrador. Este recurso convierte a este noir mexicano (género inaugurado por Rafael Bernal con la inolvidable El complot mongol) en una novela diferente dentro del género. Uno de sus mejores ejemplos lo encontramos justo al final de la primera parte. Leedla con atención.

Otro detalle interesante es el empleo de la anfibología, es decir, las múltiples interpretaciones que podemos extraer de determinadas afirmaciones, junto a los símiles y las comparaciones. Una gran parte de las comparaciones se refieren a los ojos de Marla (aquella que no se llama así) y a la forma en que Víctor (si es que se llama Víctor) la percibe en su recuerdo, siempre en función de la realidad que esta viviendo. Así, tenemos que “los ojos de Marla son cenotes” o que esa Marla (de dudoso nombre) es “Marla de burbujas y rodaja de pepino”, “Marla de obsolescencia programada”, “Marla de litio”.

Además, encontramos la divertidísima comparación de medida económica, que también funciona como leitmotiv, de la puesta en valor de cualquier cosa en relación con “el aguinaldo de un funcionario público de nivel alto del gobierno local” o que es “dos veces el salario mínimo diario”, tal vez “el sueldo quincenal de un funcionario público de tercer nivel de un gobierno de provincia”, o que una prostituta cobra por dos horas “lo que gana el secretario particular  de una alto funcionario público del gobierno central en, digamos, tres días”…, etcétera; obviamente, el agudo leitmotiv encierra una poderosa carga de crítica social descarnada.

Béla Braun no olvida el carácter de denuncia social y de crisis existencial que busca toda buena novela negra, género que intenta iluminar, tras lo sórdido, la violencia y los asesinatos, las zonas putrefactas de la sociedad:

polvo eres y en una silueta marcada con tiza blanca te convertirás

Así es Solo que Marla no volverá, este feliz prodigio literario en donde el especialista en billar se asemeja mucho a los escritores en su intento de comprender el mundo, siempre aquejados de:

este maldito vicio de ponerle sentido al caos, de ordenar el universo en cada tiro”.

Porque la similitud es evidente:

donde otros ven caos, el jugador de carambola ve los hilos que tensan el orden universal”.

¿Acaso no es eso lo que hace un escritor cuando construye la realidad de su novela? Pone lógica, o lo intenta, sobre esos hilos que tensan el orden universal. ¿Acaso no es eso lo que convierte a la literatura en literatura de la buena? ¿Acaso no es eso lo que ha hecho Béla Braun en esta novela? La respuesta es un sí rotundo y gozoso.

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