La belga Charlotte Van den Broeck, a sus 28 años, se ha convertido en una de las voces poéticas más potentes de Europa. Así nos lo demuestra con su poemario debut, Camaleón, publicado en España por la editorial De Conatus. Dividido en tres partes, los poemas progresan desde la visión de la infancia hasta la relación con la madre, reflexionando sobre la vejez y mostrando el proceso de extrañamiento que se produce cuando avanzamos en las fases de los intercambios interpersonales; unos momentos que terminan por blindarnos ante el dolor y los desengaños. Como solución de supervivencia nos camuflamos y nos adaptamos al entorno como lo haría un camaleón. Este excelente poemario nos presenta el recuerdo como un mecanismo de protección camaleónico, modelado a conveniencia de nuestros fracasos. Inquietante y poderoso, estamos ante una poesía palpitante, una demoledora carga de profundidad. Hoy, en El Odradek de Achtung!, toca gran poesía.
El descubrimiento del mundo mediante la palabra. Compartiendo el asombro de la infancia, la amargura de la adolescencia, el desengaño de la edad media, la derrota de la vejez. Esta podría ser la manera en la que Charlotte Van den Broeck ha organizado su poemario Camaleón. Con esas tres partes bien definidas que marcan algo de eso que hemos llamado las edades del hombre: La cruz roja en el mapa del tesoro, Discovery Channel y El origen.
Esos tres epígrafes se corresponden con tres fases determinadas en la maduración de la personalidad que encarna la voz poética. Ignoro qué parte hay en ella de voz autobiográfica, pero tampoco es algo necesario para entender este libro que despliega un discurso tan íntimo, propio y temperamental.
Los tres periodos son la infancia, el paso a la adolescencia, y la toma de contacto con una incipiente madurez en donde, al fin, pueden realizarse con sentido algunas de las grandes preguntas que nos hagan entender los recuerdos, el transcurso del tiempo, la vejez y la vecindad de la muerte. El problema radica en que la poesía, la buena poseía como esta, jamás proporciona respuestas, siempre abre puertas a nuevas incógnitas.
Charlotte Van den Broeck parece querer demostrarnos que la poesía es una forma maravillosa de dar vueltas y vueltas alrededor de una angustia existencial y no sacar en claro nada más que una angustia mayor. La poesía: la forma más extraordinaria de ahogar bellamente el tiempo.
Tiempo, tiempo que transcurre prendido de la memoria, del recuerdo. Es la viga maestra que apuntala Camaleón. Primero, un tiempo de la infancia, ya lo define muy bien el título de la primera parte, ese La cruz roja en el mapa del tesoro que, por sí mismo, concreta todo el anhelo infantil por descubrir las cosas, por plantearse preguntas, en donde cada nueva experiencia significa toparse con un tesoro que estuviera marcado en un mapa.
El primer poema que nos encontramos (como si fuera uno de esos tesoros) es el magnífico Bucarest, en donde la voz poética recuerda un episodio de infancia en compañía del abuelo, lo que le llevará a formular las premisas estéticas que la guiarán por el poemario:
“Algunos lugares son tan pequeños
que caben en la punta de un dedo.
Trato de señalar dónde fue todo
pero apenas yo misma me acuerdo.
Entre los cascotes del olvido se erige la estantería
de mi abuelo y la tarde del domingo…”.
El poema se completa con una dosis de ironía que agregar al mecanismo del recuerdo difuso, del desencanto que viene de la mano de la memoria. Todo Camaleón discurrirá por los derroteros marcados en estos primeros versos. La difusa remembranza de otros tiempos y lugares que se nos aproximan de forma extraña mediante el ejercicio de la evocación. Esos cascotes del olvido que arrinconamos en la estantería y a los que acudimos de forma casi inconsciente, para alimentar nuestra desazón.
Porque que el recuerdo en el poemario de Charlotte Van den Broeck provoca cierta amargura. No estamos ante unos recuerdos felices, o al menos no son cien por cien alegres. Ni mucho menos. Son lánguidos, melancólicos. Así, tras la irónica convocación de la figura del abuelo, los poemas comienzan a orbitar alrededor de los ritos de paso que nos llevarán hacia ese terrible final de la inocencia.
Una gran imagen de uno de estos escalones hacia la madurez está relacionada con los primeros cigarrillos fumados durante una acampada:
“Sobre tu saco de dormir fumamos cigarrillos, mis primeros.
Siento las encías como un hueso de albaricoque seco,
Pero afirmo que me gusta”.
Quizás madurar sea eso: sentir las encías como un hueso de albaricoque. ¿Acaso no las hemos sentido así en algún momento de nuestra estúpida cartografía adulta?
Esos cigarrillos significan el final de muchas cosas, de una infancia que se ha terminado, acogotada como un pollito desamparado, asesinada por los primeros sorbos de nicotina:
“Por la mañana el ardor del sol nos obliga a salir,
fuera de la tienda encontramos el polluelo muerto.
Fuera lo que fuese, estaba indefenso”.
Esta potencia en las imágenes y en las evocaciones emanadas de circunstancias cotidianas son las que convierten a la autora, ya en su primer poemario, en una poeta deslumbrante. La geografía, en la primera parte, tiene su importancia, dado que varios poemas se titulan con el nombre de localidades, algunas de ellas sitios de veraneo en donde la voz poética se fue dejando jirones de infancia prendidos del tiempo, para alcanzar el advenimiento de la juventud, cuya principal característica es que al acceder a ella:
“Asignamos nuevas funciones a las respectivas partes
de nuestro cuerpo”.
Pero en el interior del cuerpo ya fermenta la maldad de las siguientes etapas de la vida:
“Me pregunto: ¿el celofán de nuestra piel se derrite
por el calor del sol o acaso hay algo pudriéndose
que desde dentro caliente la piel?”.
De esta forma, es el momento de hacer una recopilación de los recuerdos, de esos recuerdos guardados en la lata de conservas que tengo por cabeza, nos confiesa la voz poética, antes de alcanzar la siguiente casilla que demolerá la memoria con la crueldad del día a día:
“De entre todas las cosas guardo fiestas infantiles
y una boca de kétchup, mi primer novio
en formol (que me compró una comba)
y más tarde, filos agudos y tajantes, os insultos
aquello de hacer-trampa-es-romper-la-partida”.
¿En qué nos hemos convertido con el paso de unos pocos años, con el agrio marinado de una vida que nos ha batido sin miramientos hasta formar parte de una escena como esta?:
“La casa parece una habitación de hotel
donde descansamos de nosotros mismos,
temporalmente en tránsito entre
manchas de vino y mediocridad”.
Bukowski no lo habría expresado mejor, ni con mayor exactitud. Nuestra vida, con los problemas en las relaciones interpersonales, de pareja, en la aterradora rutina diaria, acaba de abandonar la placidez de las tartas caseras para convertirse en un universo de comida rápida: y también en el mundo que se nos proyecta desde el Discovery Channel.
Discovery Channel, tal es el demoledor título para la segunda parte del libro. Este canal que emite documentales, trata de mostrarnos el mundo mediante la observación de los comportamientos. Nosotros somos animales que encarnamos dos tipologías: a la vez cazadores y presas, carnívoros y herbívoros, caimanes y ñus, cazadores y recolectores.
El poemario abunda, en esta sección, en la visión actual que nos hemos fabricado del mundo, producto de las mentiras e imposturas que nos alimentaron durante la infancia. Una enorme desconexión con la naturaleza, que es decir lo mismo que una desconexión con la humanidad, lo que nos conduce a una inhumanidad que nos despega de la identidad.
Hemos perdido nuestra identidad al pasar de la infancia a la juventud. Después, con el advenimiento de la edad madura, alimentados de recuerdos malditos y dolorosos, nos alienamos una y otra vez tratando de comprender quienes somos.
Las imágenes de las etapas de la vida, de los sentimientos humanos, aparecen vestidas de naturaleza: una caña de bambú que se tuerce hasta quebrarse o una bestia que es el cuerpo en el mar de la cama, sometido a una bestia, un Leviatán que nos esclaviza la mente. La tristeza en una ballena varada y, también, en la visión panorámica del pájaro. Todo ello nos produce un extrañamiento porque esta no es la realidad, la vida que se nos prometió que viviríamos.
Charlotte Van den Broeck ha elegido defenderse de las agresiones de la vida con versos porque:
“Todas las veces que no me ponía derecha derroché
centímetros. Nunca aprendí a defender una posición
tan solo a abrir de par en par esta boca y proferir
una especie de graznido, así de pequeña soy”.
Y la mutación del camaleón es la mejor defensa ante la batalla de la vida: ejemplo de cómo saber adaptarse. Ejemplo también de hipocresía, de miedo, de pavor. Ejemplo de relaciones personales sin alma: todo es camuflaje. Por ello, los dos poemas que llevan por título Camaleón son claves, el meollo central del poemario.
En Camaleón (II) se aborda el problema de la lengua (de esa lengua que en el camaleón es kilométrica, y en el poeta parece tan breve, corta, pero de contundencia similar):
“mintamos en algún lugar entre lengua y dientes
sobre esta almohada equivalente”.
El fracaso de las relaciones se convertirá en un desacoplamiento relacionado con el ritmo que nos marcan los demás, y eso se convierte en un trastorno del lenguaje, que se plaga de palabras desacertadas y de mentiras. Por eso, la poeta se abriga al amparo de lo lírico, que actúa como un camuflaje, tal y como se afirma en estos versos decisivos para el poemario:
“y lo que percibo está sometido
al camaleón en mi cabeza que a todo
le da, lamiendo, un color de camuflaje”.
Somos adultos y hemos extraviado los recuerdos. Además, aquello que nos produce dolor lo camuflamos, cada uno como buenamente podemos. El recuerdo trae de la mano la decadencia. En el poema Rorschach se aborda esta tesis desarrollada a lo largo del libro, casi a modo de una arrolladora conclusión:
“con botón para rebobinar, algo
que pueda estirar hasta ser un recuerdo
hasta ser un dolor más grande que el vano
abombarse de sonido añejo en una concha”.
Y después llega la tremebunda afirmación:
“Si de un raído deseo todavía se puede recoger
alguna simbología, no lo sé”.
Los siguientes poemas, hasta cerrar esta segunda parte, son de lo mejor del libro. Astrología para principiantes nos muestra las formas en que lo monótono y lo rutinario se convierten en lo convencional. Y en Cáscara espacial se rubrica el sinsentido de la realidad que soportamos. Todo parece carente de lógica, de coherencia. En Expedición se concluye que la memoria ha sido una excursión a un pasado que siempre nos resultará desgarrador:
“(…) la memoria
tan entretejida con la piel
que en balde buscamos la parte
por donde nos desgarró”.
Las relaciones se van sometiendo a un proceso de fosilización. En Yacimiento arqueológico se nos advierte de eso:
“Por mucho que te esculpa en la piedra caliza de mi cabeza
parece como si difícilmente cupieras ya en un recuerdo”.
Algo que se complementa en el poema Cazador/Recolector, donde ya aparece el chico petrificado:
“Con tus últimos ahorros compraste online
una colección de fósiles.
Fabricados en China, descubriste, y desde entonces
yaces de brazos y piernas abiertas cal estrella de mar
petrificándote sobre la cama, me rasgo la piel en ti
al pasar por tu lado para serenar al molusco que tienes
en la cabeza”.
Así, hemos ganado la edad adulta. De la peor de las maneras.
La parte final, El origen, reflexiona sobre las mujeres, el sentido que la vida posee para ellas, hasta qué punto ser madre puede justificarlo, y si la maternidad es la forma de cerrar un círculo o de abrir uno nuevo. Son un conjunto de poemas brillantes que abordan las relaciones entre la madre y la hija: excepcional es el poema Lavandería Netezon en donde:
“Una lavadora lame las heridas de la jornada. En ella
puedes meter todo lo que no te cabe en la cabeza.
Como sábanas que se quedaron sin dormir.
O el olor a tabaco en el abrigo del abuelo con cáncer de garganta.
Programa largo, a sesenta grados, ritual de limpieza”.
Aquí os dejo enlace a un vídeo del día de la presentación de Camaleón. Es el momento en que se leyó Lavandería Netezon, con la propia autora presente, que después lo recita en su idioma:
Esta es la mirada sobre lo cotidiano de Charlotte Van den Broeck, que dedica las últimas tiradas de versos al envejecimiento, a los abuelos, a la cercanía de la presencia de la muerte. Lo tiene muy claro:
“que los días son como círculos y que el tiempo nos acompaña,
que poco a poco nos parecemos tanto
que ya apenas se distingue a la chica de la madre”.
Un poema de esta última parte es Cabeza de toro, que os enlazo en este vídeo del día de la presentación del poemario:
Tiempo, recuerdos, memoria, dolor y vida, algunas de las claves proyectadas desde la originalísima mirada poética de la autora que hacen de Camaleón un poemario duro, pero inolvidable. Su voz nos inquieta y estremece, nos hace reflexionar, nos obliga a pensar. Charlotte Van den Broeck quiere transmitirnos que vamos encogiendo en el proceso de la vida. En efecto, y nos vamos agigantando con la lectura de esta poesía, que puede blindarnos, inmunizarnos ante las desgracias dolorosas de la memoria.
Si os interesa ver luna parte de la presentación de Camaleón os dejo este vídeo de media hora aproximada:
Charlotte Van den Broeck ha culminado un libro que es una medicina para nuestros tiempos, una armadura con la que protegernos, un texto que nos tiembla de emoción en las manos. En una palabra: ha creado poesía.