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No soy el primero en afirmar que, todo lo que hemos consumido nos condiciona. Incluyendo, por supuesto, las compañías de las que nos hemos rodeado, los sitios que hemos frecuentado con sus respectivos ambientes, y demás cosas por estilo. Es decir: nosotros somos, entre otras cosas, una solución procedente del cómo afrontamos lo que nos hemos encontrado en el camino, y el cómo lo hemos digerido y organizado en nuestro interior.

 

Lo cual me remite a las escenas en las que la relación entre los personajes que interpretaron Rocío Molina y El Niño de Elche fueron gradualmente decantándose hacia un contexto en el que el personaje de Rocío Molina dejo de “sentirse seguro”, con las certidumbres que le hicieron creerse que no tenía margen a ser y a reaccionar de otra manera. Sí, me refiero a las primeras escenas de esta creación en las que parecía que todo era una pensadilla, en la que estos personajes estaban “programados” y seguían unas inercias, en las que el pensar y recordar lo que habían vivido hasta aquél momento, ameritaba ser racionalizado para que todo quede bien atado y en su lugar.

 

Foto: José Antonio de Lamadrid

Foto: José Antonio de Lamadrid

 

Sin embargo, el personaje de Rocío Molina se terminó “arrojando desde un acantilado” en el que no se distinguía qué hay en el fondo y a cuánta altura estaba. Algo así como que la certidumbre sobre lo que puede pasar, ya no le funcionaba como el combustible con el que seguir huyendo hacía adelante, esperando de un modo pasivo, a que todo cambie. Pero no, el personaje de Rocío Molina tuvo el coraje de redirigir su instinto de supervivencia, hacía una dirección que de seguro nada va a ser como antes.

 

Foto: José Antonio de Lamadrid

Foto: José Antonio de Lamadrid

 

No nos engañemos, nadie sale victorioso de primeras ante semejantes emprendimientos, siendo que no faltará quien se sienta con el derecho de “reclamar sus privilegios” a aquellos que no responden “según lo previsto”. Asimismo, uno se verá torpe y con falta de experiencia, al asumir un rol que hasta ahora no se ha explorado… El caso es que estos dos ejemplos salen a relucir en cuanto uno “encarna” una transformación performativa del relato que habremos llevado con nosotros mismos a lo largo de nuestras vidas. Así, el personaje de Rocío Molina lo “bailó” hasta sus últimas consecuencias, trazando senderos en la intemperie. Tanto fue así, que se llegó al punto en el que sea lo que sea que pasé éste lo necesitaba. De lo contrario, dicho personaje se terminaría pudriendo por dentro, mientras seguía siendo el “alimento” del relato al que le había estado rindiéndole cuentas.

 

Foto: José Antonio de Lamadrid

Foto: José Antonio de Lamadrid

 

En lo que refiere a la puesta en escena de Carnación, me gustaría destacar los elegantes enlaces de escena a escena, los cuales nos permitían, a nosotros los espectadores, a soltar aire y no tener prisa a que la obra se acabe; como también, contribuyó a que comprendamos que no hace falta contar una historia de “viaje iniciático”, para transmitir la idea de que hasta en nuestro propio cotidiano hay “fisuras” en la que podemos remodelar a nuestras propias vidas. Por otro lado, las entradas y salidas del coro Capilla Renacentista, de la violinista Maureen Choi y la soprano Olalla Alemán fortalecían el ambiente sonoro de esta pieza, que en varias de sus escenas, fueron protagonizadas por El Niño de Elche, quien hizo de las delicias de los espectadores que no sabían muy bien de qué va el trabajo de Rocío Molina (en tanto creadora, directora e intérprete), pero les merecía la pena verle cantar y actuar en un formato que espera mayor visibilización y reproducción.

 

Foto: José Antonio de Lamadrid

Foto: José Antonio de Lamadrid

 

Sin olvidar, que los cambios de vestuario o el diseño de iluminación sin exabruptos, propiciaron ambientes de intimidad y los más festivos y cómicos, casi sin darnos cuenta… Estas y muchas más cosas, son las que hacen de Carnación uno de esos trabajos cuyo simbolismo invita a sus espectadores a sentir que la obra va dirigida a cada uno de ellos. Y aunque sea evidente que no ha sido así, sí que mantiene una carga de misterio sobre qué nos estaban hablando exactamente estos profesionales. Sinceramente, ha sido un auténtico placer disfrutar de Carnación, que dicho sea de paso, ha sido hecho con un rigor, una profesionalidad y una soltura por parte de cada uno de los profesionales implicados, que no queda otra cosa que ponerse en pie y aplaudir.

 

 

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