El próximo 27 de octubre se representará en el Centro Cultural de la Villa (San José de la Rinconada, provincia de Sevilla), Esperando a Godot, de la mano de Atalaya. Una de las varias “joyas” que nos propone la programación de este emblemático centro cultural.
A lo largo de los cuarenta años de historia de Atalaya, esta compañía andaluza, ha sabido dotar a sus montajes de un lenguaje muy característico, que ha hecho que obras tan diferentes como lo son Madre Coraje y Marat/Sade, haya cosas que se puedan emparentar. Por si queda alguna duda, no estoy adentrándome en una suerte de “juego de literatura comparada”, sino que en realidad, esto es un signo de muchos, de que estamos ante una de esas compañías que merece la pena ver todas su creaciones, tan sólo por quitarnos la curiosidad de cómo su director, Ricardo Iniesta, ha interpretado la obra cuestión.
Y el hecho que hayan escogido enfrentarse a Esperando a Godot de Samuel Beckett, me resulta muy sugestivo, siendo que estos profesionales han apostado por una obra que no da lugar a darse “licencias”. Por tanto, el peso recaerá en los hombros de los que integran el elenco de actores y en la dirección. Sin más que añadir, les doy paso a la sinopsis de esta versión de Esperando a Godot:
Atalaya aborda por vez primera una obra de Samuel Beckett, quien ha sido, sin embargo, un referente en no pocas ocasiones dentro de los procesos de formación e investigación de actores y director, incluyendo una puesta en escena de Nana en 1999.
En escena, cuatro de los más veteranos actores y pedagogos del grupo que, a lo largo de un cuarto de siglo, han tomado parte en la mayor parte de los montajes creados por Atalaya. Ellos son los intérpretes idóneos para esta obra donde el texto alcanza cuotas sublimes entre lo absurdo y la tragicomedia.
El texto sigue con fidelidad al autor (ya que, por otro lado, Samuel Beckett no permite versión ni adaptación alguna) pero con un ritmo vivo que lo aleja de las visiones demasiado densas y oscuras que tanto se prodigan sobre la obra becketiana. En el montaje se ha puesto el acento en su carácter de tragicomedia, un estilo en el que Atalaya se maneja muy bien como muestran las versiones de Celestina y Divinas Palabras, las dos obras más representadas por Atalaya en toda su trayectoria. En esta ocasión, sin embargo, no aparece el tono telúrico de dichos montajes, sino que predomina un clima que bien pudiera asemejarse a las pinturas de Magrite o los dibujos de El Roto, sin olvidar la influencia del teatro de la muerte y de los objetos de Tadeusz Kantor.