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En los últimos años se ha puesto muy en boga los solos de autoficción. Un formato que proporciona al creador/intérprete un marco lo suficientemente versátil, como para que todo encaje a su medida. De tal forma, que la dramaturgia y una serie de cuestiones propias del arte de la interpretación se queden en un segundo plano, al priorizarse los contenidos.

 

Ello supone asumir una gran responsabilidad a la hora de saber calibrar el qué tanto hay que dedicarle a tal y cual cosa, pensando en que el público no debería ser tratado, como un depósito en el que uno “desecha” lo que no ha sabido hasta ahora desarraigarse. He allí que entren cuestiones como: ¿Dónde está el límite entre lo personal y lo que es susceptible de universalizarse? ¿Dónde está la diferencia entre dignificar y reivindicar la valía de nuestras vulnerabilidades, y uno emitir un “berrinche” resguardándose en el acto escénico contemporáneo?… El caso es que la persona que se aventura a emprender semejantes proyectos, ha lidiado con unas “huellas” que se han mantenido latentes, las cuales necesita canalizarlas hasta su disolución, en el proceso de compartirlas ante un público ante un público. Por tanto, sólo cabe centrar nuestras críticas en el cómo se hace lo que se hace, más que en qué se está abordando durante la representación de un solo de autoficción.

A esta profesional andaluza le avala la verdad con la que ha ido por delante, y no menos importante, el impecable “timing” que ha tenido en la labor de dirección y dramaturgia junto a Ricardo Mena Rosado, esto es:  María Cazenave nos mantuvo, a nosotros los espectadores, sin saber lo que estaría por pasar, sin que ello implique que ella se confíe, en que su innegable carisma, garantizaría que nosotros bajáramos la guardia a la hora de evaluar el grado de calidad de su trabajo. Por eso y muchas más cosas, ella tuvo que “arrojarse al vacío”, sin tener manera alguna de verificar si habría algo que amortiguarse la caída que lleva consigo crear y encarnar esta pieza.

 

 

Fireworks -el fuego funciona- está vertebrada por una serie de episodios de su vida que, de una forma u otra, le han ayudado a componer un discurso que defiende su derecho a buscar la mejor versión de sí misma desde sí misma, descartando el que cambie a gusto de un status quo que nadie se ha comprometido a su cumplimiento de un modo contractual; sino tan sólo está a la vista de todos, el cómo se debe uno comportarse para salir «ileso». Así, María Cazenave le saca partido a que las artes escénicas son un potente vehículo de transformación política, en la medida de que siempre quedará la duda de si el personaje que se expone en escena es el fruto de una abstracción nacida de un ejercicio de extra cotidianidad, o por el contrario, su autor e intérprete se emplaza en situaciones extra cotidianas para plantear lo que ha venido a plantear ante un público/auditorio.

No faltarán los que califiquen a esta pieza como un “acto valiente”; y no es que tenga algo que reprocharles, no obstantes éstos todavía no han dado el paso que nos permita a todos superar este “estado de excepción” que se ha hecho regla, con el fin de que de una vez por todas, nos dejemos de deshumanizarnos los unos a los otros. Los llamados “neurodivergentes” saben mucho de todo esto, puesto que es común que algunos de sus integrantes se valgan del “masking” para subsistir a costa de poner en juego su integridad como individuos (término de origen anglosajón, que nos remite a que una persona oculta los síntomas del comportamiento propio de su colectivo, de cara a “ahorrarse” indicios de exclusión social, o en el peor de los casos, agresiones de todo tipo).

En esta línea, una de las consignas más subrayadas por el personaje que interpreta esta profesional es que «yo amo así». Algo que aunque pueda inquietar en un primer momento, creo que está sustentado en legitimar que todo ser humano sea lo que es. Y una vez que se reconozca dicho derecho, resultará operativo hablar sobre hasta qué punto este personaje ha entrado en dinámicas que la hacen «tropezarse con sus propios tobillos»,  en esto de aprender a relacionarse con las demás personas.

 

 

En definitiva, Fireworks -el fuego funciona– me parece un trabajo maravilloso, inteligente, elegante y maduro. Sí, de esos que merece la pena difundir por todos lados, para visibilizar la complejidad del comportamiento humano: Ojalá todas personas que lo hayan visto, no “suden” al día siguiente sus contenidos. Siendo que ello contribuiría a que Fireworks -el fuego funciona- haya sido entendido como divertimiento propio de “intelectuales auto complacientes”, en vez de un desencadenante para vivir en un mundo digno de sentirnos seguros.

 

 

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