Hasta no hace mucho, la mejor información literaria que uno podía encontrar sobre esa zona tristemente conocida como GULAG se encontraba, aparte de en el Archipiélago Gulag de Aleksandr Solzhenitsyn, o en alguna otra de sus obras como Un día en la vida de Iván Denísovich (ambas en Tusquets), en los Relatos de Kolimá escritos por el ruso Varlam Shalámov y publicados por la editorial Minúscula. Pero ahora, entre litros de vodka y diésel —tal y como ha comentado algún crítico literario—, el periodista polaco Jacek Hugo-Bader ha escrito unos excelentes Diarios de Kolimá que en España han sido publicados por La Caja Books. De forma amenísima y extensa, el libro nos habla de la ruta que el periodista realizó en auto-stop, atravesando el desolador paisaje siberiano, por el camino de la llamada Carretera de los huesos, la autopista M56. Un total de 2025 kilómetros de buena literatura y del mejor periodismo, salpicados con entrevistas a los personajes más pintorescos, desde supervivientes del comunismo y camioneros, pasando por buscadores de oro y mafiosos. Una lectura que hipnotiza, hiela la sangre, que se devora tal y como su protagonista engulle los kilómetros helados de uno de los lugares más tristes, desolados y castigados del planeta. Hoy, en este Odradek de los viernes de Achtung!, traemos osos polares, botellas de vodka y carreteras siberianas.
La Carretera de los huesos: su nombre obedece a que bajo el pavimento están enterrados los cadáveres del GULAG estalinista, y la carretera atraviesa toda la zona, desde Magadán a Yakutsk. Los algo más de 2000 kilómetros que afronta Jacek Hugo-Bader le van a permitir realizar un ejercicio de reporterismo al más fino estilo de uno de los grandes maestros del género, el también polaco Ryszard Kapuściński. De hecho, hay algunas partes de este fascinante recorrido que me han recordado (fundamentalmente por la atracción que me ha producido la lectura) a una de las obras maestras de Kapuściński: El Imperio (Anagrama). Y eso es mucho decir.
¿Pero qué es eso del GULAG? La palabra es una abreviatura conformada por las iniciales en ruso de las palabras Dirección General de Campos de Trabajo Correccional y Colonias, organismo controlado por el NKVD, posteriormente más conocido como KGB, que se encargaba de la administración y del control de los campos en donde se internaban a los presos condenados a trabajos forzados en la época de la Unión soviética.
El Imperio, obra clave del polaco Ryszard Kapuściński:
El GULAG arrancó bajo el dominio zarista de Rusia, como forma de internamiento de delincuentes y de opositores al estado, y experimentó su momento álgido durante la época del poderío estalinista, en donde los enemigos de clase, los que se oponían al bolchevismo, junto a los traidores y malhechores, eran deportados a las remotas zonas de Siberia como castigo.
Los primeros GULAGS fueron los ubicados en el archipiélago de Solovkí, en el Mar Blanco, y cuyas tres islas principales —Solovkí, Anzer y Bolshaya Muksalma— fueron las inspiradoras para el posterior sistema de encarcelamiento. Solovkí, bajo la dirección de Félix Dzerzhinski como director de la Cheka (futura NKVD), no fue la única zona punitiva que existía en la URSS, pero sí que resultó la primera en donde se pusieron en práctica todas las medidas y pautas organizativas que inspiraron a los posteriores GULAGS.
De esta forma, los presos en Solovkí pasaron, entre 1923 y 1925, de ser unos cientos a 6.000. Un ejemplo de la vida, y de la forma en la que se podía acabar internado en esa zona, la encontramos en un libro que ya comentamos en Achtung!, El meteorólogo, del francés Olivier Rolin (Libros del Asteroide), en donde se nos narra la caída en desgracia y el internamiento, hasta su posterior ejecución, de uno de los meteorólogos principales de la Unión Soviética. Alekséi Feodósievich Vangengheim.
A continuación os dejo el enlace a la crítica:
https://achtungmag.com/el-meteorologo-olivier-rolin-y-el-definitivo-extravio-de-la-fe/
Desde 1929, Stalin dio rienda suelta al sistema compuesto de miles de campos en toda la Unión Soviética, ese que ahora conocemos como GULAG, y que durante su mandato albergó, entre 1934 y 1953, a millones de presos, de los cuales murieron algo más de la mitad según los datos documentados, porque la verdadera realidad se desconoce. Este sistema conoció su fin político, por decreto, el 25 de enero de 1960, aunque en la práctica continuó funcionando de una forma u otra.
Aleksandr Solzhenitsyn y una de sus obras maestras, Un día en la vida de Iván Denísovich:
Entre las cifras que maneja Hugo-Bader en su libro, nos habla de que el total de prisioneros que pasaron por el GULAG fue de 28,7 millones, falleciendo 2.749.163, es decir, cerca del diez por ciento de los internos. Solo en Kolimá se establecieron 160 campos y en su primer invierno funcional, el de 1932-33, registró la muerte de uno de cada cinco presos. Esta crueldad obedecía a una máxima concreta:
“El NKVD intentaba aunar dos objetivos mutuamente excluyentes: extraer la máxima cantidad de oro posible y exterminar cuanto antes a las personas consideradas enemigos de los bolcheviques”.
Dentro de todo este horror, tratado de cerca pero sin que su presencia nos resulte abrumadora en los Diarios de Kolimá de Jacek Hugo-Bader, se encuentra la autopista de Kolimá o Carretera de los huesos, la M56 que conecta la zona de Magadán con la de Yakust, para un total de 2025 kilómetros construidos por los internos del GULAG bajo las más extremas y terroríficas condiciones de trabajo. Si uno de ellos fallecía se lo enterraba bajo la capa de asfalto de la pista, de ahí su nombre de Carretera de los huesos.
Imágenes de los trabajadores forzosos de la Carretera e los huesos:
El periodista polaco, moviéndose entre temperaturas extremas que alcanzan decenas bajo cero, se propone recorrer toda esta carretera haciendo auto-stop, y en ello radica la originalidad del libro, porque ese medio de viaje le proporcionará jugosas historias producto de la interacción con numerosos lugareños que lo recogerán en sus vehículos y que lo albergarán en sus casas para que pueda pasar la noche.
Este contacto con la población local de una zona tan ruda y extrema llevará al autor a componer un retrato vívido y magnífico de todo un modo de vida, de eso que la Premio Nobel ucraniana Svetlana Aleksiévich ha denominado Homo Sovieticus y cuyo de cuya extinción nos habla en un reconocidísimo ensayo de éxito, El fin del “Homo Sovieticus” (editado por Acantilado).
Sin embargo, aunque decadente y enfermizo, exasperante y oxidado, recalcitrante e incomprensible, el Homo Sovieticus que aparece en los Diarios de Kolimá no está muy cercano a esa extinción, si acaso se encuentra próximo a una especie de cristalización que lo llevara a permanecer así, detenido en el tiempo y en el espacio de aquellos lugares remotos, por los siglos de los siglos.
El retrato del pueblo ruso que aparece en el libro es el de una serie de personas desconfiadas y algo retrógradas, podría decirse que primitivas, que sin embargo resultan cálidas y acogedoras una vez que el forastero consigue ganarse un pedazo de su confianza. Son grandes bebedores de vodka, son enormes supervivientes en un lugar en el que hay que saber tomarse las cosas como vienen y soportarlo todo con aquello que se tenga más a mano.
Dos imágenes del polaco Jacek Hugo-Bader, autor de Diarios de Kolimá:
El libro se nutre, por tanto, de historias, de las historias que nos cuentan, que le cuentan a Hugo-Bader, todos estos personajes siempre al borde de la congelación, cercanos a la miseria, profundamente heridos y emborrachados de rusismo. Así, para el autor son:
“gente excepcional: han visto el fondo de la vida”.
Por las páginas del libro van apareciendo todo tipo de personas, generalmente definidas por el desempeño de su trabajo: la mayoría son camioneros, buscadores de oro (como ya se ha mencionado antes, la región es rica en este mineral), algún médico, jubilados que arrastran su destino, cazadores (algunos de ellos españoles conducidos por unos guías y que van en busca de alces)…
El escritor Varlam Shalamov como preso de Kolimá y después, tras su liberacion:
Las historias de las vidas de estas personas se mezclan con los relatos de prisioneros del GULAG y chekistas, de torturadores y torturados, de comisaros políticos, de políticos que se creyeron todopoderosos y que acabaron fusilados, como el letón Eduard Berzin —el director del Dalstroi, consorcio comunista de Kolimá para la obtención del oro por manos de los trabajadores forzados—, de maestras y catedráticos, de huérfanas y niños arrojados al bandidaje, en un retrato de las personalidades que fueron producto del inhumano sistema de supervivencia que el gobierno soviético instaló en aquellas zonas y que dejó a los rusos, como concluye Hugo–Bader:
“enfermos de indiferencia”.
Porque ese pasado de los campos y del horror está ahí, pero a la población actual parece darle igual. No les importa lo más mínimo, ni siquiera se preocupan en preservarlo como una forma de recordar y respetar a las víctimas de aquella injusticia:
“Deberían enseñarlo en los colegios, porque en Kolima no hay colegio que no esté al lado de un antiguo campo. Allí estuvieron presas y murieron personas inocentes, sus abuelos, y ahora justo detrás de esta tierra quemada del campo cultivan sus pequeños huertos”.
Estamos ante una región de excesos, que conoce el record de temperatura negativa con los 71, 2 bajo cero registrados en Oimiakon, que también posee el de mayor variación de grados entre un extremo y otros: 100, desde los 33 positivos a los 71 negativos; excesos como el de la localidad de Polevói, en donde en 2005 apareció la pepita de oro Adamovich, la más grande desde la extinción de la URSS, con 2 kilos y 976 gramos de peso, o el hallazgo en 1977, en Susumán, de un cachorro de mamut momificado y casi intacto por efecto de la congelación: una cría de más de cuarenta mil años de edad.
Por eso, porque hay oro, gran parte del libro gira entorno a los que se dedican a extraerlo y a quienes se han hecho millonarios con ello, es decir, un binomio compuesto por desarrapados y mafiosos. Unos se gastan los sueldos ganados de forma extenuante en las cantinas mientras los otros se regalan comilonas y controlan la política local como pequeños, pero también temibles, zares.
La Carretera de los Huesos, la ruta entre Magadán y Yakutsk que cubre Hugo-Bader en su libro:
Rusia es un país corrupto e intrigante, y eso se reproduce a menor escala en cualquiera de sus regiones, especialmente si albergan una riqueza natural como el oro de Kolimá:
“en Rusia los negocios millonarios son sinónimo de espionaje, que solo a través de los servicios secretos se puede entrar en el club de los oligarcas”.
Entre los personajes que aparecen destaca la hija del mismísimo Yezhov, casi octogenaria; el periodista comparte una noche de charla repleta de confesiones e historias siempre presididas por la siniestra figura de su padre, ese Nikolái Yezhov que fue director del NKVD y que, como hombre de confianza de Stalin, desencadenó la conocida como Gran Purga de la década de los años 30 y que coloquialmente se llama ezhóvschina en memoria del personaje que la llevó a cabo, con cientos de miles de ejecutados y millones de deportados. Después, Yezhov dejo de ser el hombre de confianza de Stalin y fue fusilado.
Así es este viaje por Kolimá que, citando a Ryszard Kapuściński en su obra El Imperio, tal y como nos lo recuerda el propio Jacek Hugo-Bader en el libro:
“el nombre de Kolymá (…) junto con los de Auschwitz, Treblinka, Hiroshima y Vorkutá, pasará a la historia como una de las mayores pesadillas del siglo XX”.
Este Diario de Kolimá que nos trae La Caja Books es la radiografía de una zona emaciada por el hambre, lacerada por los brutales golpes en el costillar, carcomida por el óxido, el frío, la miseria y la pobreza, devorada por la codicia, blanca por la nieve y el hielo, pero amarilleada con el oro que trabajan unos miserables alquimistas que lo convierten en vodka, que lo disfrutan unos nuevos ricos mafiosos del tres al cuarto que lo transforman en caviar y votos para servir a sus intrigas políticas.
Kolimá es un sitio apasionante en donde el objeto de estudio es el hombre. Por ello, es el lugar perfecto para llevar a cabo el mejor de los reportajes periodísticos, ese que difumina las fronteras entre la crónica, el diario y la mejor de las literaturas.
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